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Cúpula de hierro

No es por antisemitismo que digo que es criminal lo que el estado de Israel viene haciendo con los palestinos desde su fundación, hace sesenta y siete años. Sino porque es criminal a todas luces.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
2 de agosto de 2014

Quien critique el comportamiento criminal del Estado de Israel contra los palestinos tiene la respuesta servida de antemano: es un antisemita; y en consecuencia cómplice, así sea a posteriori, de los horrores históricos del antisemitismo. Me pasó a mí la semana pasada, y me ha pasado todas las veces que he escrito sobre el asunto: una o dos por cada oleada represiva. La acusación de antisemitismo para desarmar a los críticos es el equivalente intelectual de la “cúpula de hierro” que defiende el territorio israelí de los cohetes que lanza Hamás desde la Franja de Gaza, para que estallen en el aire sin causar daños.

Este antisemitismo que hoy les sirve paradójicamente a los israelíes de escudo defensivo ha sido, claro está, invención milenaria de los enemigos de los judíos, de los antisemitas. Se originó tal vez en el Egipto de los faraones, como se narra en el libro del Éxodo, y existía en la Babilonia de Nabucodonosor, como lo cuenta el de Jeremías, y más tarde, ya confirmado por fuentes no judías, en la Roma republicana e imperial. Luego los cristianos –surgidos del tronco judío— lo esparcieron durante veinte siglos por toda Europa, desde Inglaterra y Portugal hasta Rusia. Y los nazis lo llevaron en el siglo XX al paroxismo de la “solución final”: el exterminio. Y ha sido siempre reforzado por el terco rechazo de los propios judíos a su asimilación con otros pueblos— y no digamos ya a su mestizaje: ¿Qué judío en Colombia se casa con una mujer de fuera de “la Colonia”? Rechazo que a su vez tiene origen doctrinal en la tradición religiosa: la convicción que tienen los judíos de ser un pueblo superior a los demás, elegido por Dios.

Me permito acotar: su Dios; el Dios elegido por ellos. Pero sin entrar en el enredo de la escogencia divina, yo comparto esa convicción: a lo largo de la historia los judíos han mostrado mil veces su superior excelencia en todos los terrenos de la cultura. En las matemáticas, en la música, en la poesía, en la filosofía, en la teología: inventaron nada menos que el Dios único, y de ahí se derivan las tres religiones monoteístas rivales que hay en el mundo: el judaísmo, el cristianismo y el Islam.

En un tiempo creí que solo en un campo eran incompetentes: el de las artes plásticas. Hasta que caí en cuenta de que la razón estaba en la prohibición religiosa de la fabricación de imágenes. Por eso no hay pintores judíos, pero los dos más grandes pintores de Occidente, Rembrandt y Velázquez, eran descendientes de judeoconversos. El genio judío se ha manifestado en todo: en la literatura, en la ciencia, en las finanzas, en el cine, en el coleccionismo, en la medicina, en el humor. Inventó el cosmopolitismo y el socialismo. Se ha distinguido hasta en la guerra, aunque durante muchos siglos les hubiera sido prohibido a los judíos hacerla, e incluso portar armas. Pero ahí están el patriarca Josué y el general Moshe Dayan.

En lo que a mí respecta, me he educado de la mano de maestros judíos. Con los Evangelios y la Biblia, en la infancia: pues aunque no tuve una educación particularmente religiosa, sino completamente laica, esos dos libros estaban tan presentes como Las mil y una noches y los cuentos de los hermanos Grimm. Luego, en la adolescencia, con las novelas del checo Kafka, el francés Proust, el austriaco Joseph Roth. En la juventud, leyendo a Freud y a Marx. No es que los judíos fueran mis únicos maestros, pero sí figuraron, sin duda, entre los más importantes. Y, por supuesto, en tanto que descendiente de españoles llevo en las venas sangre judeoconversa (si es que la sangre se puede convertir).

De manera que no: no soy antisemita. No es por antisemitismo que digo que es criminal lo que el Estado de Israel viene haciendo con los palestinos desde su fundación, hace sesenta y siete años. Sino porque es criminal a todas luces. Los judíos son los primeros en saberlo, y muchos lo han denunciado así, tanto desde afuera como desde dentro de Israel. A ellos les cae otro sambenito, como el de antisemitismo. Son “judíos-que-se-odian-a-sí-mismos”.

Vale la pena recordar una frase de la breve Declaración Balfour por la cual los británicos establecieron el “Hogar Nacional Judío” en su protectorado de Palestina, el 2 de noviembre de 1917:

Queda claramente entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías que existen en Palestina.

Papel mojado en sangre. 

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