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Se van los buenos

El próximo ministro tiene un reto inmenso: continuar el trabajo sin caer en trampas politiqueras; además, tendrá que lidiar con la reglamentación del aborto y las fumigaciones con glifosato.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
4 de enero de 2020

Si había un nombramiento de cuatro años en el gobierno del presidente Iván Duque era el del Ministerio de Salud. El designado —Juan Pablo Uribe— era el candidato ideal. Dejó el Viceministerio a principios del nuevo siglo con la promesa de regresar. No si volvería, sino cuándo. Y cumplió su palabra.

No importaba el ganador de 2018, Juan Pablo Uribe era el ministro de Salud. La permanencia de cuatro años era clave, ya que la salud es un tema crítico. Su nombramiento fue una señal del presidente Duque de responsabilidad. De la importancia de los técnicos sobre los políticos. Juan Pablo Uribe reemplazó a Alejandro Gaviria después de una gestión de casi seis años. Eran los pasos que se esperaban.

Al ser un ministerio social, no había problema para mantenerlo fuera de la rapiña burocrática. Por eso generó tantas preguntas la renuncia del ministro Uribe el 26 de diciembre. Y si bien hizo una gestión impecable y récord, 17 meses de gestión son apenas el primer capítulo. Nos dejó iniciados.

Más aún con los éxitos que cosechó. Juan Pablo Uribe siempre hablaba sobre la transformación del sector, no de reformas a cuentagotas. En repetidas conversaciones que tuve con él durante años, siempre habló de una revolución.

El sector —decía— necesita una mano firme y tendida. Cuando se conoció su nombramiento, fui de los más entusiasmados. La salud tendría su guía hasta 2022.

Sus resultados fueron espectaculares. Para destacar, el Acuerdo de Punto Final que resolvió la deuda financiera de las empresas de la salud, un avance fundamental para el país. Era entendible que fuera una prioridad de su ministerio: había que poner en orden las históricas cuentas. Un buen comienzo, aunque no fue su único resultado tangible. En salud hay demasiadas urgencias y muchas se atendieron.

Es usual que las gestiones de los ministros que salen tiendan a ser criticadas, en particular por parte de la oposición, que así recibió la salida de las carteras de Justicia y Defensa. No ocurrió lo mismo con Salud; llovieron las lamentaciones.

El senador Gustavo Bolívar, ácido opositor, salió con elogios: “Minsalud Juan Pablo Uribe, todo un caballero y muy trabajador. Con varios de mis colegas del Senado lo señalamos como el mejor ministro de la administración Duque. Es muy bueno y muy progresista para seguir en un gobierno tan malo”.

Igual contestó el expresidente Ernesto Samper, otro enemigo del gobierno uribista: “Mala, muy mala la noticia del retiro del minsalud Juan Pablo Uribe. No solo porque es un muy buen ministro, sino porque volvemos a la práctica de ajustar el gabinete con los ministerios sociales que son de largo plazo. Ojalá este paso no sea el resultado de un reacomodo político”.

Ni hablar de Ramiro Bejarano, cuya pluma denigra del Gobierno: “El ministro de Salud Juan Pablo Uribe se va del Gobierno. ¡Qué lástima! Se va un gran funcionario”.

El próximo ministro tiene un reto inmenso: continuar el trabajo sin caer en trampas politiqueras; además, tendrá que lidiar con la reglamentación del aborto y las fumigaciones con glifosato.

Este tuit lo define perfectamente: “Es una pérdida para el país la salida de Juan Pablo Uribe como ministro de Salud. No solo era el ministro mejor calificado, sino el que tenía una gran trayectoria y ‘expertise’ en la materia. Es una dicotomía ver a los buenos irse y a los malos atornillarse”.

No es usual que a un ministro lo aplaudan tanto. Habla muy bien de él y de su gestión.

¿Por qué se retiró? El exministro Uribe insiste en que fue una decisión acordada, que ya había llegado a sus límites personales, y el presidente así lo reconoció. Muy triste para el Gobierno. Perdió al mejor ministro —así lo indican las encuestas— y dejó un hueco crítico de llenar. No es fácil encontrar una cabeza para Salud de esos quilates y libre de presiones políticas. Ni hablar del impacto frente a la oposición.

El próximo ministro tiene un reto inmenso: continuar el trabajo sin caer en trampas politiqueras. Además, tendrá que lidiar con dos temas de alto impacto tanto en la opinión como en la esencia del uribismo: la reglamentación del aborto y las fumigaciones con glifosato sobre los cultivos ilícitos. No son debates fáciles de abordar.

Con el aborto, el Ministerio ya enfrentó la primera oleada: el embajador ante la Organización de Estados Americanos, Alejandro Ordóñez, envió una carta al ministro pidiéndole no interferir en el asunto. El exministro Uribe resistió las presiones.

En las próximas semanas se emitirá un decreto permitiendo el uso del glifosato. Es un tema controvertido: Juan Pablo Uribe tenía dudas técnicas sobre su utilización en aspersiones aéreas. Un asunto donde la posición del Gobierno nacional no cuadraba del todo con la del Ministerio.

Con temas de este calibre y muchos otros por resolver, Juan Pablo Uribe, sin lugar a dudas, deja un enorme vacío en el Gobierno, que hoy más que nunca necesita líderes de su talante.

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