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Juan Carlos Florez Columna

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Biden, la vacuna rusa, Guaidó

En la crisis con Venezuela y en las elecciones de Estados Unidos, Duque perdió de vista que se metía en un gran juego global, en el cual la asimetría de poder con Colombia es inmensa y en el que llevaba las de perder.

Juan Carlos Flórez
13 de febrero de 2021

El viernes primero de febrero de 2019, desde San Agustín, el presidente Duque anunció que: “A la dictadura de Venezuela le quedan muy pocas horas porque hay un nuevo régimen institucional y apoyo internacional para resolver la crisis”. Tras dos años, ese rocambolesco anuncio ha quedado en agua de borrajas. Guaidó terminó en presidente de opereta, pues la oposición venezolana ha sido incapaz de construir una estrategia eficaz para acabar con la dictadura, confiando siempre en que alguien le sacará las castañas del fuego. Pero Estados Unidos no fue a la guerra por Venezuela y Colombia quedó en el peor de los mundos. Rompió todo tipo de relaciones con el vecino país y hoy nuestras zonas de frontera viven una gigantesca crisis, desbordadas por los miles de venezolanos que, huyendo por trochas, buscan un escampadero en nuestro país.

El año pasado, en medio de la tensa puja electoral en Estados Unidos, nuestra política hacia el principal socio que ha tenido el país a lo largo de un siglo quedó en manos del juego sectario de sectores de la cuerda del expresidente Uribe, principiando por un grupo ultramontano en la embajada en Washington que olvidó que se debe al país y no al partido de Gobierno. Esto originó uno de los desastres más grandes de política exterior de las últimas décadas, tan solo superado por la pérdida del 40 por ciento de nuestro mar territorial en el Caribe, el fatídico 19 de noviembre de 2012, bajo el Gobierno Santos y resultado del provinciano desprecio que la élite política colombiana tuvo ante Nicaragua durante décadas.

Cual perrito faldero que les ladra irresponsablemente a perros mastines que con solo abrir sus fauces lo ponen en fuga, así obró la Cancillería de Duque en las elecciones en Estados Unidos con los resultados que todos conocemos tras la elección de la dupla Biden-Harris. Tanto en la crisis con Venezuela como en las elecciones de Estados Unidos, Duque perdió de vista que se metía en un gran juego global, en el cual la asimetría de poder con Colombia es inmensa y en el que, de partida, llevaba todas las de perder. Cegado por sus odios políticos, el partido de Gobierno no vio lo evidente: que el racismo y el desastre en el manejo de la peste del coronavirus llevaban a Trump al desastre electoral.

El estratégico tema de las vacunas de nuevo ha revelado las inmensas fallas de nuestro servicio exterior. Si observamos con detenimiento a América Latina, notamos que quienes ya están vacunando hace meses a sus ciudadanos lo lograron porque tuvieron una política exterior a la vez pragmática y eficaz para comprarlas en el momento justo. Aquí no tuvimos ni lo uno ni lo otro. No se negoció a tiempo con las grandes farmacéuticas occidentales y se despreció, por cerril ideologismo, el potencial científico de Rusia y China. Por eso Argentina y Chile, con enfoques diferentes, solo para dar dos ejemplos, le sacaron ventaja en la vacunación al Gobierno de Duque.

La falta de profesionalismo de aquellos que son nombrados en nuestras embajadas es proverbial. Miren ustedes, en comparación, quiénes son los diplomáticos de las grandes potencias que juegan en nuestra cancha. El embajador de los Estados Unidos, Philip S. Goldberg, tiene el rango personal de embajador de carrera, el nivel más alto del servicio exterior de Estados Unidos. Ya en el siglo pasado Goldberg fue asistente especial de Richard Holbrooke (1994-1996) en la guerra de Yugoslavia y fue miembro del equipo de negociación en el periodo previo a la Conferencia de Paz de Dayton y jefe de gabinete de la delegación estadounidense en la misma. En ella se alcanzó el fin de la guerra de Bosnia. El embajador de la Federación Rusa, Nikolái Kárlovich Tavdumadze, egresado del MGIMO, la universidad diplomática de Moscú, está desde 1977 en el servicio diplomático y tiene un alto rango en el mismo: enviado extraordinario y plenipotenciario de primera clase. Fue cónsul en San Francisco y en Génova, subdirector del Departamento de Recursos Humanos en la Cancillería rusa.

El embajador de China, Lan Hu, trabaja en la Cancillería china desde 1997. Fue director del Departamento de América Latina y el Caribe y ha fungido como diplomático en España, Bolivia, Costa Rica y Venezuela.

Todos ellos personas altamente cualificadas, diplomáticos de carrera. Y ante ese profesionalismo, Colombia tiene en todos los gobiernos un servicio exterior dominado por el clientelismo y el nepotismo, en el que la carrera diplomática es vista como un estorbo. Y eso en una época en que las relaciones en el mundo son cada vez más complejas, conflictivas y enrevesadas.

En entrevista hace unos días con Julio Sánchez Cristo, el embajador ruso recordaba al gran poeta medieval de Georgia Shota Rustaveli, quien escribió en el siglo XII: “Quien no está en busca de amigos es enemigo de sí mismo”.

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