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Nicolás Maduro tiene aliados: Rusia, la China. Noriega solo tenía un aliado, que eran los propios Estados Unidos, sus protectores y empleadores.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
4 de abril de 2020

Con pandemia o sin pandemia, la política exterior de los Estados Unidos sigue siendo la misma de siempre: intervenciones y guerras. Se llamó con franqueza “del Destino Manifiesto”, y “de la cañonera”, y “del

‘almighty dollar’” (el dólar todopoderoso); se llamó hipócritamente “del Buen Vecino” y “de la Alianza para el Progreso” y “de los Cuerpos de Paz”; ahora no sé cómo se llama, pero sigue siendo la misma: intervención y guerra.

Muchos han recordado el más reciente ominoso precedente. Para darle visos de respetabilidad jurídica a su invasión de Panamá en diciembre de 1989, destinada (infructuosamente) a impedir la devolución del canal a los dueños de la tierra que lo atraviesa, el Gobierno de los Estados Unidos procedió a acusar de narcotráfico al “hombre fuerte” panameño, el general Manuel Antonio Noriega, sucesor de Omar Torrijos, a su vez muerto en un sospechoso accidente de avión. Tras la acusación vino el bombardeo –3.000 muertos–, y luego el desembarco –26.000 soldados–, la detención y el juicio del interfecto –40 años de cárcel, hasta pocos días antes de su muerte en un hospital–, y el final de la tragicomedia.

Más elementos se juntan. El “representante especial para Venezuela” del Gobierno norteamericano es hoy Elliott Abrams, cuyo pasado es revelador. En los días de la invasión de Panamá contra Noriega era el “asesor para los derechos humanos” del Departamento de Estado. Acusado y convicto de mentirle al Congreso sobre su apoyo a las feroces dictaduras militares centroamericanas de la época, fue condenado a una multa de 50 dólares (sí: cincuenta), que a continuación mereció un perdón presidencial del presidente George W. H. Bush, a quien había asesorado para lo de Panamá, como antes había asesorado a Ronald Reagan, como subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, para la operación triangular llamada “Irán-Contras” por la cual los dineros ganados por la CIA con la venta de drogas ilícitas se usaron para comprar en Irán armamento para las guerrillas antisandinistas de Nicaragua, en los años ochenta, intervención prohibida por el Congreso. Mucho más tarde, en el año 2002, desde su alto cargo en el Departamento de Estado fue también Abrams quien impulsó el fallido golpe de Pedro Carmona contra el presidente venezolano Hugo Chávez. Así que lo previsible sería la invasión de Venezuela, de la que se viene hablando desde hace años. Ya el presidente Donald Trump envió buques de guerra a patrullar las costas venezolanas.

¿Por qué no ocurre la invasión? No solo porque el asunto sería más difícil que el de hace 30 años en Panamá –Venezuela tiene un ejército de 300.000 hombres, y es un inmenso país–, sino porque Nicolás Maduro tiene aliados: Rusia, la China. Noriega solo tenía un aliado, que eran los propios Estados Unidos, sus protectores y empleadores. Y un solo jefe, que era George H. W. Bush, presidente de los Estados Unidos, que en su cargo anterior de jefe de la CIA había contratado a Noriega como uno de sus agentes, pero llevó la traición a su empleado hasta el punto de prohibir que el general cobrara de la agencia los sueldos debidos para pagar con ellos a los abogados que lo defendieron en el juicio por narcotráfico; en el cual, por otra parte, no se les permitió a esos abogados presentar las pruebas de su dependencia de la CIA. Cobraba al año 200.000 dólares en los años ochenta. Si se calcula que por su cabeza el Gobierno norteamericano ofreció entonces un millón de dólares, y hoy por la de Maduro ofrece 15, hay que multiplicar por 15 el salario de Noriega: 3 millones al año. No le sirvieron de mucho en sus 30 años de cárcel, entre otras razones porque, como se dijo más arriba, no lo dejaron cobrar los más recientes. ¿Alguien los heredó? Supongo que fueron incautados por el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos.

Y es que no hay nada más peligroso que haber creído ser aliado del Gobierno de los Estados Unidos. Que lo diga el jefe siux Sitting Bull, asesinado por la policía. Que lo diga el derrocado sha de Persia. Que lo diga ahora mismo el patético “presidente interino” de Venezuela, Juan Guaidó, que acaba de ser abandonado por el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, en su nueva propuesta de negociación para una transición venezolana en arreglo con el Gobierno bolivariano. Aunque sin el propio Maduro, reclamado por la justicia de pago que por allá se aplica desde los tiempos del salvaje Oeste. 

NOTA: Creo que SEMANA se equivoca al prescindir de sus dos mejores columnistas, Daniel Coronell y Daniel Samper. Pero todavía espero que se mantenga fiel a sus más de 30 años de historia de periodismo serio e independiente.

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