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JUAN MANUEL CHARRY

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Cartas de Batalla

No todas las constituciones son cartas de batalla ni todas las reformas previenen los cambios sociales. Se puede forjar un nuevo acuerdo, una carta de navegación, que nos permita un lugar en la globalización, más libres y más prósperos.

Juan Manuel Charry Urueña
17 de septiembre de 2020

Por: Juan Manuel Charry

Las constituciones modernas se caracterizan por reconocer la soberanía popular, el régimen democrático, los derechos fundamentales, la supremacía de la Constitución y la separación de poderes.

La Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica de 1787, tal vez la primera y más antigua vigente en el mundo, ha tenido 27 enmiendas. En contraste, desde 1810, Colombia ha tenido 10 constituciones nacionales y 13 provinciales; la Constitución de 1886, tuvo más de 77 reformas y la de 1991, ha tenido más 51.

Hernando Valencia Villa, en Cartas de Batalla, aborda las constituciones como una suerte de gramática de la guerra, se trata de una visión alternativa en la cual el derecho es el campo donde se definen los poderes. El reformismo constitucional es una forma ideológica que previene el cambio social y produce consensos políticos. Así, se explica la guerra de guerrillas como una forma de hacer política. La independencia sería un vacío ideológico, el centralismo una herencia colonial y el presidencialismo una especie de rey electo o de cesarismo bolivariano. En fin, el enfrentamiento civil se concebiría como método político y el constitucionalismo como guerra ideológica.

Para Valencia Villa, Nariño centralista y Torres federalista, habrían apelado a la misma estrategia, el constitucionalismo. Bolívar propuso constituciones románticas, Santander reaccionó con la organización de la administración pública y una propuesta federal y nacionalista. El fracaso de la Gran Colombia habría sido el exagerado centralismo impuesto por Bolívar. Los años posteriores serían de experimentación política y social hasta la crisis del medio siglo que conduciría al país al capitalismo, al liberalismo radical y al federalismo, posteriormente derrotado por la Regeneración y la expedición de la Constitución de 1886, con dos grandes reformas durante la república conservadora (las del quinquenio de Reyes y la de 1910); otras dos grandes reformas durante la república liberal (1936 y 1945); y dos reformas políticas más durante el Frente Nacional (1957 y 1968).

Diría que la Constitución de 1991 es producto de una nueva guerra, la del narcotráfico y su contubernio con las guerrillas, así como de la amnistía e indulto al M-19 que participó con un número elevado en la Asamblea Constituyente, mientras que las Farc se quedaron al margen. De las muchas reformas, se deben mencionar las que se hicieron para el posterior acuerdo con las Farc en 2016, que se sometieron a procedimientos forzados y desconoció el Plebiscito Refrendatorio.

Si bien la visión alternativa de Valencia Villa es poderosamente explicativa, se ajusta a los intereses insurgentes y a la ideología marxista con todas sus formas de lucha, justifica la paz sin fusiles pero incentiva el conflicto social y la protesta vandálica, pareciera condenar a la sociedad a constantes guerras, en distintos órdenes, que aprovechan intereses geopolíticos y guerrilleros reinsertados inescrupulosos para continuar su lucha.

No, no todas las constituciones son cartas de batalla ni todas las reformas previenen los cambios sociales; la Constitución de los Estados Unidos logró un acuerdo sobre lo fundamental para la nación de migrantes más poderosa del mundo; entonces, nada impide que en Colombia dejemos de lado las concepciones belicistas, las posiciones disolventes y contradictorias, para entender que se puede forjar un nuevo acuerdo, una carta de navegación, que nos permita un lugar en la globalización, más libre y más próspero.

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