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Catarsis general

La democracia se puede muy bien definir como un pacto en el que se renuncia a la violencia para resolver los conflictos de intereses

Semana
25 de noviembre de 2006

Este país ha estado podrido por dentro. Podrido de rabia y de violencia. Este país necesita una purga total para expulsar toda la porquería estancada en decenios de violencia mafiosa, guerrillera, estatal y paramilitar. Hay muchos inocentes, millones de ciudadanos que no nos hemos manchado las manos de sangre, pero también hay millones de culpables, por acción, por inducción, por omisión o por cobardía.

No hemos sido capaces de decirnos la verdad descarnada: que fueron demasiados los que tomaron el camino del asesinato, de las masacres, de los secuestros, del irrespeto total por los más elementales derechos humanos. Demasiados, y de todas las tendencias y estratos.

Deberíamos aprovechar este proceso que apenas empieza a la para-política para hacer una catarsis general. Catarsis en el sentido griego, es decir, una limpieza, una purificación a la que se llega expulsando todo lo sucio que llevamos escondido, tapado, disimulado. Tenemos que encarar la verdad. Que los paras digan la verdad (que no chantajeen a sus cómplices, sino que los denuncien) y que la digan los elenos y también los del M-19 (su nexo narco, por ejemplo, no ha sido aclarado). Que a los políticos se les obligue a revelar sus nexos con los violentos. Que dejemos todos de decirnos mentiras. No más hipocresía general.

Creo que si nos vamos por el camino de la justicia tradicional (con todo lo meritorio y valiente que es lo que está haciendo la Corte Suprema), nos vamos a volver a estancar y a empantanar mucho antes de la mitad del camino, sin llegar a ninguna limpieza profunda. Habrá un puñado de chivos expiatorios ofrecidos en el altar de la justicia. Se quemará el fusible Araújo para que todo siga igual, así como se quemaron unos cuantos fusibles en el proceso 8.000 sin llegar nunca hasta las últimas consecuencias. O alguien se inventará un Galeras o un magnicidio para desviar la atención.

Aquí es necesario hacer un nuevo pacto social, una refundación real y simbólica del país, mediante el reconocimiento de que la violencia no nos llevó a nada, ni la violencia guerrillera ni la violencia estatal ni la violencia paramilitar. No digo que ahora el Estado se cruce de brazos y espere a que la guerrilla se tome el país; eso no va a ocurrir ni nadie lo quiere permitir. Si ellos insisten en atacar, habrá que defenderse y contraatacar. Lo que digo es que todos deben admitir el error y la barbarie, contar toda la verdad sobre estos años nefastos, y recibir una especie de amnistía general. Un olvido legal del horror (es decir, una ausencia de castigo penal), pero un recuerdo general de lo que pasó, con el propósito de no repetir semejante barbaridad que no nos ha dejado sino dolor y desolación y centenares de miles de muertos.

Desde hace muchos años, desde cuando leí la gran novela de la vejez de Tolstoi, Resurrección, soy un convencido de lo poco que solucionan las condenas penales, la boca llena con la frase: "que se pudran en la cárcel". Aquí cada mes piden cadena perpetua, penas más severas, castración química, etc. Yo propongo la solución opuesta, la más utópica, la más ilusoria: una amnistía general, a cambio de una purga total representada en decir toda la verdad. El castigo es lo de menos: un año en una cárcel colombiana es como 10 en una cárcel humana. De esta amnistía, o gran rebaja de penas, deberían participar todos los presos.

Aquí los terratenientes que no les hayan pagado cuotas a los grupos paramilitares pueden contarse con los dedos de la mano; aquí ha habido miles de izquierdistas simpatizantes o tolerantes con los métodos de la guerrilla. Aquí el Estado ha practicado y alimentado una violencia indiscriminada contra la protesta social pacífica. Aquí se ha exterminado un partido político que ensayó la entrada de la guerrilla a la vía democrática (sin cortar del todo sus amarras con las Farc). Aquí ha habido una alianza en las regiones entre Ejército y autodefensas. Aquí hay millones que han hecho negocios o se han lucrado de la economía de los mafiosos y narcotraficantes. Debemos ser francos, abrir este sancocho podrido en el que hay cómplices sucios a la izquierda y a la derecha.

La justicia no es sinónimo de cárcel. El verdadero nombre de la justicia es la verdad. La democracia se puede muy bien definir como un pacto en el que se renuncia a la violencia para resolver los conflictos de intereses. Es obvio que los intereses de los terratenientes no son los de los campesinos ni los de la población general. Pero esa injusticia no se combate secuestrando y matando hacendados, que fue el camino tomado por la guerrilla y celebrado por cierta izquierda. Los intereses de las grandes masas miserables de Colombia se defienden mediante reformas radicales, no por medio de minas quiebrapatas. Tampoco se defienden, por supuesto, asesinando sindicalistas. Si no hacemos esta catarsis y este nuevo pacto de renuncia a toda violencia, el país seguirá durante decenios hundido en este pantanero oscuro y maloliente, el mismo en el que llevamos metidos 30 años sin poder salir.

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