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Isabel Cristina Jaramillo

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“Como no es presencial, no se puede sexo”

No creo que podamos pensar en el sexo como algo que no se intercambia “por nada”. Esperamos, sin embargo, que el mercado laboral y las relaciones educativas puedan instalar otras lógicas y capacidades en nosotros. Por eso, en estos escenarios, intercambiar sexo por mérito es tratar a los otros como incapaces.

Isabel Cristina Jaramillo
23 de octubre de 2020

Hace un par de días, una amiga chilena compartió un corto video publicado en Twitter en el que una estudiante de una universidad latinoamericana le dice a su profesor que está muy preocupada por la nota y que quisiera saber qué puede hacer. El profesor le responde que “La verdad no sabe” porque “como no es presencial, no se puede sexo”. Y aquí todas quedamos aterradas. ¿Cómo es que un profesor piensa que una opción dentro de un contexto académico es recibir “sexo”? ¿Qué tiene que ver el “sexo” con el desempeño académico de una estudiante? ¿En qué contexto se lleva esta relación que el profesor considera “normal” mencionar esta posibilidad así vaya a descartarla inmediatamente? ¿Cómo es que termina tan desconectado de los eventos globales que no se le ocurre que van a grabarlo y denunciarlo por una oferta como estas? Me parece que el evento, incluidas la oferta del profesor y la denuncia de la estudiante a través de la circulación del video en Twitter, pone de presente lo que no ha cambiado y lo que sí ha cambiado en relación con el uso del sexo como moneda de cambio en contextos académicos.

No creo que podamos pensar en el sexo como algo que no se intercambia “por nada”. Es una necesidad vital tan básica que no quisiéramos estar en la situación de tener que pedirlo o entregarlo a cambio de nada. Pero precisamente por esto, porque nos resulta tan importante, es un privilegio de pocos no tener que someterse a recibirlo y ofrecerlo por razones emocionales, sociales o económicas. Los socialistas criticaron duramente a los liberales del siglo diecinueve que se resistían a la prostitución, pero se resignaban a involucrarse en matrimonios concertados por la clase social y los recursos económicos que ofrecía la alianza programada. Insistían en que no había peor prostitución que la de las mujeres burguesas sometidas a tener sexo con quien solamente apreciaba su dinero o, más bien, el de sus padres. No es que hayan cambiado tanto las cosas para los miles de mujeres que tienen sexo por temor a la soledad, por no sentirse excluidas, por darle gusto a sus amigos y colegas, por reafirmarse en su sexualidad. Tampoco han cambiado para los miles de mujeres que encuentran en este intercambio una fuente de ingresos que les da un mínimo de seguridad y control sobre sus vidas.

Esperamos, sin embargo, que el mercado laboral y las relaciones educativas puedan instalar otras lógicas y capacidades en nosotros. El sexo se excluye como moneda de cambio porque no es una capacidad para desarrollar de manera generalizada -algo que deberían hacer bien los obreros y oficinistas- y por tanto no debería exigirse como parte de la actividad ni debería premiarse.

Como lo indicó recientemente la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso de Guzmán Albarracín contra el Ecuador, pedir sexo a cambio de apoyar una actividad académica es discriminar a las mujeres. Tratarlas como si no fueran capaces de hacer lo que en ese ambiente se espera de ellas -sumar, restar multiplicar, diseñar, interpretar, juzgar, y, en cambio, tuvieran que hacer lo que ancestralmente se espera de ellas: que yazcan “en silencio porque están como ausentes” y en tanto objetos puedan ser usadas para satisfacer un deseo que no es suyo. Es más interesante aún, como ocurrió en el caso de la joven Paola Guzmán y el de la estudiante del caso en Twitter, que los profesores pensaran que cuando ellas pidieron ayuda u ofrecieron hacer algo, lo que estaban sugiriendo era tener sexo con ellos. Uno de los jueces que estudió localmente el caso de Paola Guzmán de hecho señaló que era “obvio” que las estudiantes se les “ofrecen” a los profesores y ellos no tienen más remedio que aceptar el intercambio. Parece que, a pesar de los veinte años que han transcurrido desde la muerte de Paola Guzmán y los tres largos años de denuncias que inició Alyssa Milano con #MeToo, los profesores siguen pensando que es normal intercambiar sexo por recompensas académicas. Aparentemente están convencidos que esto es lo que quieren las estudiantes cuando ofrecen “hacer algo” -lo que los demás interpretamos como “un trabajo adicional, corregir un trabajo pasado o presentar una prueba de nuevo”.

Parece que no se dan cuenta de la diferencia de poder que se deriva de la edad, el prestigio, el dinero pero, sobre todo, de la capacidad de definir el futuro de la persona en sociedades en las que la educación marca oportunidades o barreras para la movilidad social. El caso de Paola Guzmán ejemplifica esto también, como lo mostró la Corte Interamericana: no solamente iba a reprobar una materia, si perdía de nuevo el grado podía perder la oportunidad de terminar sus estudios porque era la segunda vez que le pasaba. Muchos jóvenes universitarios se sienten en esta misma trampa frente a sus profesores: perciben que en manos de esos profesores está todo su futuro y de allí surge un temor reverencial que es aprovechado fácilmente.

Lo que ha cambiado, es que la estudiante grabó la oferta y la hizo circular en las redes sociales. Esa opinión generalizada de que esto es algo que quieren erradicar, todos y todas las estudiantes, ha encontrado la legitimidad necesaria para no seguir callando. Aunque los demandan por injuria y calumnia, aunque los quieren hacer creer que no es grave, y aunque los jueces encuentren formalidades para no decidir de fondo y dejan impunes los hechos denunciados, los jóvenes no van a soportar más que se hipoteque su futuro en relaciones en las que los discriminan. Es clave reconocer este impulso para apoyarlo y hacerlo fructificar. Lo peor sería que esta generación también tenga que resignarse y se derroche su energía en la frustración de la mentira y el engaño. Así que señores y señoras profesoras, si necesitan ideas de cómo apoyar el proceso pedagógico de sus alumnos y alumnas, pregunten. Hagan justicia a las esperanzas que sus estudiantes ponen en ustedes.

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