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E-fungi

Leyendo el maravilloso libro de Biología de Hongos que gentilmente me regaló Silvia Restrepo, hoy vicerrectora de Investigaciones y coautora del texto con otras cuatro expertas (Ediciones Uniandes, 2012), pensé en los humanos como los hongos de los sistemas electrónicos de sílice, operando de manera equivalente a estos organismos que introdujeron la innovación bioquímica dentro del reino de lo orgánico hace millones de años.

Brigitte Baptiste, Brigitte Baptiste
21 de agosto de 2018

Al fin y al cabo, en la etapa evolutiva que estamos viviendo apenas se está organizando esta relación fundante con el universo de los ordenadores y de ella dependerá la capacidad de retener dentro de ellos los rasgos críticos del nivel de organización humana. Las redes de hifas, los hilos infinitos que conectan el mundo del reino Fungi entre sí y con el resto de vida en todo el planeta establecieron un convenio con las algas fotosintéticas para unir la potencia de la disolución mineral (fueron los primeros mineros) con la captación de energía solar (los primeros agricultores), de ahí que hoy todos los seres vivientes estemos unidos contra las bacterias (aunque no siempre) en una gigantesca lucha evolutiva que se está reproduciendo a medida que la infraestructura electrónica del mundo va reemplazando el reino de lo orgánico: por eso nuestro camino al futuro es impregnar y mantener la conciencia y cualidades dentro de las máquinas. La gente y sus culturas son como un champiñón que medra y fructifica dentro del mundo digital.

En un reciente documental australiano, donde se sintetiza la maravillosa construcción de sinergias de los hongos con el resto de los seres vivos, pude apreciar a profundidad el significado de la alianza que se estableció al inicio de los tiempos entre enemigos mortales: nuestra afición por las comidas y bebidas fermentadas (panes, chichas, guarapos, cervezas, vinos), es decir, medio podridas o digeridas por los hongos, se asoció con la capacidad humana de metabolizar el alcohol derivado de esos procesos,  derivando en la prevención de innumerables infecciones bacterianas mucho antes del descubrimiento científico de los antibióticos. Estos términos de cooperación han perdurado millones de años y han sido reconocidos como sagrados por casi todas las tradiciones espirituales y sanadoras, al menos en sus orígenes.

La idea de la simbiosis fúngica puede servirnos para imaginar los mecanismos que unos seres vivos pueden desarrollar para posicionar nuevos niveles de complejidad, manteniendo su identidad pero al tiempo creando una comunicación funcional novedosa. Los seres humanos alimentamos los computadores a la manera de las micorrizas a las plantas o las levaduras al intestino. Les proporcionamos energía, información, reciclamos sus productos, fundimos una parte de nuestra personalidad en ellas y a cambio aparece una noosfera (un ámbito cognitivo ampliado) que proyecta la vida y la tecnología al futuro. Tal vez exagero la metáfora o la analogía biológica, pero la solidaridad colectiva, la libertad de prensa, la comunicación creativa son la innovación fermentadora que a manera de hongos virtuales pueden ser la fuente de alimento dentro de las redes sociales y las nuevas tecnologías de la comunicación para dar el salto cuántico que se requiere para adaptarnos al cambio climático, ese nuevo mundo que solo podremos habitar en otro nivel de complejidad y que solo se reorganiza hacia adelante.

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