Aurelio Suárez Montoya. Columna Semana

Opinión

Con Petro, la deuda pública impagable va rumbo a un gota a gota

Por muchos malabares que se hagan, Colombia tomó el sendero de la deuda impagable, el mismo del mito de Sísifo, que carga la roca hasta la cima para luego dejarla rodar.

Aurelio Suárez Montoya
11 de octubre de 2025

En el año 2000, el Gobierno nacional central (GNC) tenía una deuda pública de $70 billones (millones de millones), resultante de la suma de la externa en dólares –convertida a pesos– más la interna en pesos. Si esa cifra se trae a valores constantes de 2025, equivaldría a $250,6 billones, lo que, con una población entonces de 39,9 millones de habitantes en Colombia, arrojaría una deuda de $6,28 millones por habitante.

En julio de 2025, la deuda pública total del GNC era de $1.122 billones. Para una población de 53,42 millones de habitantes, la deuda por cabeza es de $21 millones.

Quiere decir que en un cuarto de siglo se multiplicó por 3,34 veces lo que corresponde a cada cual, pese a que haya aumentado el número de personas en casi 14 millones. En los últimos dos Gobiernos, el de Duque la recibió en $441 billones en julio de 2018 y la entregó en julio de 2022 en $789 billones. La incrementó en $348 billones, un descomunal 79 por ciento, a razón de $9,66 billones por mes durante esos cuatro años. En lo corrido del Gobierno del “cambio” de Petro, en 36 meses, ese endeudamiento se ha incrementado en $317 billones, por ahora, en el trienio, a golpe de $8,8 billones por mes. Esto representa un 40 por ciento más y está cerca de la cifra total de Duque (Minhacienda).

En relación con el PIB, el gráfico muestra que de cerca del 50 por ciento en 2018 subió al 65 en 2020 hasta reducirse al 53,8 en 2023, y de ahí se disparó por encima del 60 en 2024 y en 2025 como si hubiera ocurrido otra pandemia.

| Foto: Juan Carlos Sierra

Puede concluirse que Colombia es un deudor impenitente y con endeudamiento creciente en el siglo XXI. Es una característica típica que Francisco Mosquera resaltaba –junto con las exportaciones de materias primas– de una condición neocolonial, de subordinación, de fuente de saqueo de las naciones. En el Gobierno Petro esa tendencia se ha reforzado, no ha sido la excepción, por lo que no hubo “cambio”.

La primera razón del recorrido de deuda interminable es la estrategia económica de inserción a la economía mundial, fundada en la globalización del libre comercio y del libre flujo de capitales. Para solo hablar de los últimos 11 años, de 2015 a 2025 (junio) la cuenta corriente de la balanza de pagos, que registra las cuentas externas del comercio, de las transferencias, las que salen y las que llegan, y de la renta de los capitales, arroja para ese lapso un saldo negativo de -138.390 millones de dólares.

Desde 2001 esa balanza no ha sido positiva, Colombia no logra conseguir los dólares que necesita para la inserción económica, un resultado agravado a partir de 2012, con los TLC. Esta es la causa primaria de los créditos a los que el país debe recurrir para financiar el faltante. El hecho de que Petro no haya modificado tan errónea orientación económica es fuente del deterioro de las finanzas públicas.

Esa perforación de la estabilidad fiscal va repercutiendo en dos direcciones. Por un lado, Colombia se ve obligada a prestar para pagar y le prestan para que pague, en un círculo vicioso. Pero, además, agranda el déficit fiscal para cumplir con los compromisos de gasto público, como salud, educación, seguridad y defensa, así como los rubros de participación de municipios y departamentos, las pensiones y la inversión.

El menoscabo combinado entre el oneroso servicio de pago de la deuda creciente, por las amortizaciones de un principal impagable, y el gasto público resulta explosivo. Entre 2010 y 2014, el déficit fiscal promedio anual fue -1,52 por ciento del PIB; entre 2015 y 2019 escaló a -2,74 por ciento y desde 2020 hasta el proyectado al cierre de 2025 sería de -6,5 por ciento del PIB.

Como si fuera poco lo anterior, la tasa de interés de la deuda se encareció y tiene seca la tesorería de la nación. Entre 2010 y 2014, la tasa de interés de los TES, que constituyen las dos terceras partes de los papeles de la deuda, para el pago al plazo a 10 años, fue en promedio del 7,38 por ciento; entre 2015 y 2019 bajó a 7,22 por ciento; de 2020 a 2024 aumentó a 9,53 por ciento y en 2025, de enero a septiembre, ascendió cerca del grado especulativo al 12,45 por ciento, en la frontera de una deuda riesgosa o “basura”, un gota a gota. El canje novedoso de cerca de 40 billones de pesos en TES a deuda en francos suizos brinda liquidez, pero no reduce lo adeudado.

En este berenjenal, el Gobierno petrista decidió, para alimentar a sus seguidores, elevar el gasto de personal, de 2022 a 2025, a más del 30 por ciento en pesos constantes y deja un carro bomba como herencia fiscal para agosto de 2026.

Más grave es que, por muchos malabares que se hagan, Colombia tomó el sendero de la deuda impagable, el mismo del mito de Sísifo, que carga la roca hasta la cima para luego dejarla rodar.

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