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Antioquia: rica en recursos, pobre en turismo

La tragedia de Guatapé, deja al descubierto las grandes precariedades del turismo en tierra paisa: informalidad, desorden, deficiente infraestructura, falta de planes y de control, más la creciente invasión de narcoturismo y turismo sexual

Germán Manga, Germán Manga
28 de junio de 2017

Al mediodía del 26 de junio, un día después del naufragio de la temeraria embarcación El Almirante en la represa de Guatapé, la ministra de Comercio, Industria y Turismo, María Claudia Lacouture, informó que había ordenado el cierre de Asobarcos, empresa propietaria de la embarcación, porque no tenía Registro Nacional de Turismo. Casi al mismo tiempo, el Ministro de Transporte Jorge Eduardo Rojas anunciaba que la empresa estaba “debidamente habilitada” para operar y con la documentación en regla. El gobernador de Antioquia, Luis Pérez y los alcaldes de los municipios aledaños, Guatapé y El Peñol, -con grandes explicaciones que dar por lo sucedido-, guardaron silencio.

Antioquia tiene uno de los mayores patrimonios turísticos de Colombia. Es el departamento con el mayor golfo y más costas en el Atlántico –después de La Guajira-. Tiene bellas zonas montañosas, planicies, cañones, ciénagas, embalses. Medellín, la gran ciudad colombiana, con museos, gastronomía, compras, oferta para turismo médico. Bellas poblaciones -Santa Fe de Antioquia, Jardín, Jericó ciudad con Santa- paisajes extraordinarios en zonas como San Pedro o Entrerríos. Ha desarrollado eventos únicos en el continente como el desfile de silleteros, o los alumbrados navideños. Sin embargo, como en casi todo el país, el desarrollo de la industria turística está muy por debajo de su potencial, detenido por la informalidad, la ilegalidad y la falta de planes, acciones y control de los gobiernos.

Lo resume muy bien la compleja realidad de Guatapé. Visto desde el aire es un imponente contraste de montañas y planicies verdes con las aguas tornasoladas del embalse y la monumental piedra de El Peñol. Transitarlo en días festivos o en época de vacaciones es una tortura mayor por la congestión, el desorden, el ruido y la inseguridad.

El embalse es una síntesis de los destinos disímiles de la población colombiana. Alberga las espléndidas mansiones de los ricos con sus embarcaciones de lujo y su vida principesca, cerradas y protegidas. Los turistas que van a los hoteles de diferentes categorías –en su mayoría precarios- que hay alrededor. Y las masas populares que llegan en buses y motocicletas con sus paseos de olla y son la clientela principal de la extensa amalgama de cantinas, restaurantes y bailaderos que abundan en los municipios.

La policía, los bomberos y la Defensa Civil viven jornadas agotadoras para enfrentar el pandemónium que desatan esas invasiones masivas y el consumo inmoderado de alcohol y de drogas. Son frecuentes las calamidades –siete personas murieron ahogadas en el lago en lo corrido del año- accidentes, riñas, atracos microtráfico, hurto de motores de lanchas, asesinatos y en los últimos tiempos –como en tantas otras zonas del país-, la presencia masiva de extranjeros que impulsan narcoturismo y turismo sexual.

Sorprende e indigna que en Antioquia, que cuenta con capital social, academia, grandes profesionales, industria y comercio de gran tamaño, esa sea la oferta y la realidad de la que según cifras de Situr es la principal atracción turística del departamento y la que más visitan los turistas nacionales y extranjeros. Un reflejo nítido de lo que sucede en sus otros destinos con hotelería e infraestructura deficientes, informalidad, inseguridad, vandalismo, droga. Una muestra preocupante del largo camino que falta para hacer realidad una oferta turística a la altura del potencial, para legalizar el turismo, para desarrollar, certificar y controlar a los operadores de alojamiento y hospedaje, eventos y congresos, agencias de viajes o restaurantes, temas en los cuales Medellín ha logrado avances importantes que no se perciben en las demás regiones.

Aunque es muy triste que hayan perecido siete personas (hay dos más desaparecidas) es un milagro que el desenlace del naufragio de El Almirante –con 167 personas a bordo- no hubiera sido peor. Y que no hubiera ocurrido antes pues ya había naufragado en dos ocasiones. Como la totalidad de las 13 embarcaciones que operan en Guatapé fue construido en la zona, por artesanos sin grandes conocimientos en ingeniería naval y en talleres con baja tecnología.

Sus propietarios –entre ellos un exalcalde de Guatapé y otros políticos de la zona- actuaban sin Dios ni ley como lo confirman denuncias de algunos sobrevivientes acerca de que no les colocaron chalecos y que a la hora del naufragio encontraron que “los salvavidas eran unas ruedas de icopor que se rompían con facilidad”. Difícil entender cómo lograron en esas condiciones la licencia para operar y la documentación en regla de que habla el Minstransporte.

Como curre tantas veces en Colombia hizo falta una tragedia de esas proporciones para que las autoridades volvieran la mirada y para que anunciaran las medidas que hasta ahora nunca tomaron. Ojalá ese entusiasmo no sea flor de un día y que se comprometan, en serio, a desarrollar el turismo que merecen Guatapé y Antioquia y a impulsar las empresas sostenibles y servicios de calidad que pueden llegar a ser la principal fuente de recursos del departamento. Por ahora la tragedia solo confirma a los antioqueños y al país que en turismo no hay Ministerio, ni gobernación de Antioquia, ni alcaldías. Solo recursos y potencial sin autoridad.

@germanmanga

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