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Cuando se estrecha la mano del tirano
Hoy Colombia estrecha la mano de un dictador, y quien estrecha la mano de un tirano, como lo hizo el embajador Rengifo y como seguramente lo hará de nuevo Petro, se convierte en su cómplice.
Ya está. Nicolás Maduro se convirtió en un dictador y se montó por tercera vez en la Presidencia de Venezuela, no por el mandato del voto popular, sino por el poder del autoritarismo, la violencia y la desfachatez de haber desconocido la decisión de los venezolanos que en las urnas eligieron, el pasado 28 de julio, a Edmundo González como su presidente.
Maduro despojó de los poquísimos rezagos de democracia que le quedaban a Venezuela y se sentó en su trono de dictador, avalado por una Asamblea Nacional y un Consejo Nacional Electoral que solo existen como instituciones en el papel, pues el chavismo las fue transformando en fachadas, existentes solo para garantizar desde su poder la permanencia de Nicolás Maduro y el proyecto político de izquierda heredado de Hugo Chávez.
Dos horas antes de que estuviera programado el inicio del acto protocolario de autoproclamación de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela, el tirano apareció en la Asamblea Nacional y levantó su mano. Juró por dioses indígenas, por negritudes y por el alma de su comandante eterno Chávez respetar la Constitución, para dar inicio a una “nueva democracia”.
Y allí, entre los asistentes, aplaudía a rabiar nuestro embajador en Caracas, Milton Rengifo, quien tuvo la desfachatez de afirmar un día antes que no sabía de la orden de captura del régimen venezolano al presidente legítimo, Edmundo González, porque llevaba días de vacaciones y no había escuchado noticias. ¡Qué vergüenza!
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Venezuela se convirtió oficialmente en dictadura y su tiranía ha generado que Argentina, Chile, Costa Rica, Perú, Panamá, República Dominicana, Uruguay y Paraguay retiren sus representaciones diplomáticas. Pero Colombia ha dicho, a través de la voz del canciller, Luis Gilberto Murillo, que, aunque no reconoce los resultados electorales que dan a Maduro como presidente, mantendrá las relaciones con Venezuela como un acto de responsabilidad con los ciudadanos de los dos países. Todas las voces de rechazo vinieron por cuenta del canciller Luis Gilberto Murillo, quien insistió en que en Venezuela se están violando los derechos humanos. Pero ni una palabra vino del presidente Petro.
No hay un solo trino o declaración de Gustavo Petro rechazando el Gobierno usurpado de Maduro. Por el contrario, solo trinó acusando de falsa la detención de María Corina Machado el día previo a la posesión de Maduro. Ni una sola palabra condenando el robo de elecciones en Venezuela, ni una sola mención a que Maduro es un dictador.
Petro calla sencillamente porque es afín ideológicamente a Nicolás Maduro.
Al presidente de Colombia no le molestan los autoritarismos, ni es cierto eso de que respeta profundamente la autonomía de los pueblos o de que siente una responsabilidad con los ciudadanos de ambas naciones. Petro no descalifica a Nicolás Maduro, porque en el fondo le parece bien que su proyecto de izquierda permanezca en Venezuela, aun a costa de la voluntad de los venezolanos. Porque en su mundo de rebeldía, de complots y golpes de Estado a su proyecto político, solo caben los Gobiernos de izquierda, y toda otra opción política distinta es para él “fascista” o “narcotraficante” o “nazi” o cualquiera de los calificativos vergonzosos con los que suele tildar todo lo que no le gusta.
Si fuera cierto todo ese alegato del presidente de preservar el beneficio de la nación y proteger los intereses superiores del país, jamás habría roto las relaciones de Israel con Colombia, ni expulsado a su embajador, relaciones que le significaban 500 millones de dólares al año y un apoyo militar de varias décadas.
Mientras Petro pide a diario apoyo a Gaza y señala el genocidio israelí (como debe ser), guarda un silencio cómplice y absoluto frente a la tiranía de Nicolás Maduro.
Al presidente de Colombia no le importa estrechar la mano de los tiranos de izquierda. Ha visitado siete veces a Maduro en Venezuela, se sueña con comprarle el gas que abunda en Colombia, le sonríe a Daniel Ortega en Nicaragua y agradece a Miguel Díaz-Canel todo el apoyo que históricamente Cuba ha prestado a los procesos de paz en Colombia.
Pero, en el fondo, el problema de Petro no es con las dictaduras, sino con la ideología. Los tiranos de izquierda están bien. Los de derecha merecen todo el repudio.
Pero resulta que tirano es tirano y cualquier persona que decide desconocer la democracia e instalarse en un poder por encima de las instituciones merece el repudio de quienes defienden la institucionalidad y la democracia. Esto no es cuestión de orillas políticas, es cuestión de lealtad con los valores democráticos.
Colombia, al no rechazar abiertamente a Nicolás Maduro y reconocer a Edmundo González como presidente legítimo, se ha puesto del lado de los infames. Y la historia lo recordará por siempre.
No parece que haya mucho que hacer en Venezuela. Tristemente, la dictadura se seguirá afianzando con la corrupción de sus líderes y la compra de sus militares. Y Colombia seguirá sus relaciones como si nada hubiera pasado; seguramente, volveremos a ver al presidente Petro estrechando la mano de Nicolás Maduro en alguna visita internacional.
Cuando los millones de venezolanos votaron por Hugo Chávez, lo hicieron porque querían “un cambio”. Estaban hastiados de la corrupción del poder político de siempre. Eso pasó en el país cuando eligió a Gustavo Petro. Lo hizo con la misma esperanza de cambio.
En dos años volveremos a las urnas. Es imposible que no nos veamos en nuestros propios espejos. A ver si aprendemos las lecciones de nuestros vecinos.
Hoy Colombia estrecha la mano de un dictador, y quien estrecha la mano de un tirano, como lo hizo el embajador Rengifo y como seguramente lo hará de nuevo Petro, se convierte en su cómplice.