
Opinión
Dedicatoria del Premio Ginetta Sagan de Amnistía Internacional
Recibo, pues, el Premio Ginetta Sagan de Amnistía Internacional como símbolo de vida, resistencia, memoria y denuncia.
Siga nuestras columnas de opinión en Discover, el análisis de los expertos del país
Amnistía Internacional me ha concedido el Premio Ginetta Sagan, un reconocimiento anual a las mujeres que defienden los derechos humanos en todo el mundo. Este 2025 comparto el honor con Pashtana Durrani, fundadora de una red escolar digital clandestina dedicada a la educación de las niñas en Afganistán.
Dedico este premio, en primer lugar, a la memoria de mi hermana, Jakeline Romero Epiayú; a su vida, su fuerza y legado. Ella ya viajó hacia Jepirra, a la eternidad, donde reposan los espíritus de nuestro pueblo. Que su memoria ilumine nuestro camino colectivo.
Que sea también un acto de memoria viva por las y los defensores que han caído brutalmente, asesinados por quienes se oponen a nuestra misión de cuidar el agua, la vida y la naturaleza. Aunque intentaron silenciarlas, sus voces siguen activas en cada rincón del territorio, y sus esfuerzos no se apagan, se transforman, se multiplican y habitan en este premio.
El Premio Ginetta Sagan de Amnistía Internacional no me pertenece solo a mí: es de mi pueblo wayuu, en especial a sus niñas y mujeres. Lo hago extensivo al pueblo colombiano que se resiste a la desigualdad, la violencia y al despojo, y a quienes se oponen a un modelo económico impuesto que saquea los recursos naturales, viola la soberanía nacional y profundiza las injusticias en los territorios.
Hemos denunciado incansablemente los impactos de la minería de Carbones del Cerrejón, impuesta sin consulta previa, que menoscaba nuestra espiritualidad y principios ancestrales. Persisten los daños irreparables al pueblo wayuu y la destrucción de prácticas ancestrales, como el sembrado del agua, de los sitios sagrados y de los cultivos propios de la región, vitales para la dieta propia y nuestra seguridad alimentaria.
Enfrentamos una nueva amenaza: diecisiete (17) multinacionales pretenden construir 57 parques eólicos, en tierra y costa afuera, sobre sitios sagrados y corredores espirituales wayuus. Lo decimos con firmeza: arrasar con el agua es arrasar con la cultura y, por tanto, con el territorio y nuestra existencia como pueblo. Por eso, este premio es también para las guardianas y guardianes de Joutaii (el dios viento) por su incansable labor en la defensa unida de los derechos de nuestro pueblo, que sufre muchas formas de despojo. Hay más de 15 comunidades wayuus, desalojadas y perseguidas, entre Riohacha, Maicao, el sur de La Guajira, Manaure y Uribia.
El drama del hambre no da tregua. Según el Instituto Nacional de Salud, entre 2017 y 2024, la prevalencia de desnutrición aguda, moderada y severa en menores de 5 años en Colombia creció un 13,1 por ciento anual, pasando de 10.641 casos hasta 24.396. En La Guajira, la crisis se concentra en Uribia, Riohacha y Maicao. Más que cifras, son vidas, niñas y niños wayuus. A ellos dedico este premio.
Ante la falta de garantías para la vida de defensores de derechos humanos y de líderes y lideresas sociales, nos hemos visto forzados a acudir a instancias internacionales, porque el “Gobierno del cambio”, del presidente Gustavo Petro, es tanto o más negligente que los anteriores en protegernos.
Desde lo más profundo de mi espíritu, alzo mi voz: este premio es también un medio de denuncia abierta contra las varias formas de violencias que sufren mujeres y niñas wayuus, incluidos los matrimonios tempranos, que no se justifican bajo ningún argumento. Nuestro empeño es por ellas, por sus cuerpos, sus vidas y su dignidad.
A esta cruda realidad se suma el embarazo infantil y adolescente, un drama más del abandono. Entre 2022 y 2024, 569 niñas entre 10 y 14 años se convirtieron en madres, y 42 de sus bebés nacieron con bajo peso. De los 3.000 nacimientos en La Guajira en ese periodo, 795 lo fueron de madres adolescentes. El ciclo de pobreza, racismo, desigualdad de género y desidia estatal no se detiene.
Como señala la pediatra Curiel Arizmendi, magíster en Salud Pública y Política Social (Diario del Norte, 8/9/25), estas cifras demuestran que la desnutrición en La Guajira no es solo por falta de agua o comida, sino por un entramado de desigualdades sociales y la falta sistemática de rutas de atención para niñas, adolescentes y mujeres. Concluye que no es cultura, es estructura. Refleja un Estado y unas autoridades que niegan derechos fundamentales.
Recibo, pues, el Premio Ginetta Sagan de Amnistía Internacional como símbolo de vida, resistencia, memoria y denuncia ante lo que otros ocultan y en honor a quienes ya no están con nosotros. Este galardón es un compromiso para seguir revelando una realidad que no ha cambiado en siglos y para continuar la lucha por la dignidad, la cultura y la pervivencia de nuestro pueblo wayuu, por existir.
