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Duque, objete la camiseta

Tome la primera medida de su gobierno que nos una. Objete la camiseta, y hágalo estratégicamente, con su maña. Promueva un cerco diplomático contra los señores de Adidas hasta que vuelvan al diseño anterior

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
23 de marzo de 2019

Sobrevivía a la epilepsia noticiosa de Colombia solo por el fútbol. Cada vez que naufragaba en las oscuras y espesas aguas de los acontecimientos criollos, la selección nacional acudía en mi rescate: no importaba si polarizaban el país entre seguidores de J Balvin o del Joe Arroyo; entre seguidores de la esposa de Hollman Morris o la mamá de Claudia Gurisatti; no importaba si rociaban glifosato en el campo o Clórox en las empanadas: al final sabía que Falcao consentiría a la única pecosa que, aparte de la Conchi Araújo, rodaba con gracia: la pelota.

Esta vez no fue excepción. Los periódicos reteñían a diario el horror de ser colombiano, pero el viernes jugaba la Selección Colombia, anestesia suficiente para soportar las embestidas de la semana. Embestidas como las siguientes: denuncian caso de robo de pelo en TransMilenio; a una mujer le quitan de un tijeretazo su mejor mechón. Abren museo de la Fiscalía en el cual exponen un barril con cianuro y el celular de Otto Bula, pero sin memoria, porque borraron el 97 por ciento de sus archivos. Revienta violento paro indígena que deja un policía asesinado, pero el presidente Duque no se anima a ir a la zona, siquiera para montar un concierto humanitario. Apresan por narcotráfico al exfutbolista John Viáfara, famoso goleador del Once Caldas: desde entonces mostraba su gusto por el blanco blanco.

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Y por si fuera poco, Duque objeta artículos de la JEP con intenciones sangrientas, pero palabras dulces: dice que se trata apenas de modificar seis artículos, o articulitos, pero con su decisión pone en riesgo todo el proceso de paz, y consigue regresar el país a septiembre de 2016: ¿esa es la paz de Duque? Los defensores del proceso convocan una marcha. Petro se queja de que no le consultan la fecha, y Juanita Goebertus se defiende diciéndole que mandó la información por WhatsApp. Pero amigos de Petro advierten que el candidato humano no usa WhatsApp, lo cual significa que últimamente he estado chateando quién sabe con quién: ¿a quién he mandado, entonces, el emoticón que tiene una boina, el del corazón como guiño a la política del amor, los “send nudes” de Mockus? ¿A Hollman Morris?

Sigo con desarrollos: el uribismo lanza una preventiva campaña de desprestigio contra la Corte Constitucional, por si acaso, y pone a circular de mala fe las fotos del almuerzo en sitio público de Juan Manuel Santos con unos magistrados; ¿es ilegal, acaso, que Santos haya almorzado con esos magistrados, por más de que, como se confirmó, hablaron de cortes?

–A mí me gusta el corte de chatas –dijo Santos.

–Yo prefiero los chicharrones –respondió el magistrado Linares–: pero no tan grandes como las objeciones. Ni tan pesados.

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¿Dónde fue el almuerzo? ¿En Criterión? ¿Les alcanzó para la cuenta?

Era, pues, otra semana imposible en este país imposible. Pero al fondo del calendario titilaba como una resistencia el partido de la Selección Colombia contra Japón. Y aquella esperanza me sostenía contra cualquier embate: que se vengan las noticias que sean, me decía; con ese estímulo resisto.

Tome la primera medida de su gobierno que nos una. Objete la camiseta, y hágalo estratégicamente, con su maña. Promueva un cerco diplomático contra los señores de Adidas hasta que vuelvan al diseño anterior.

Pero sucedió entonces que en el partido presentaron el nuevo uniforme del equipo: una camiseta cruzada por líneas y geometrías azules que arruinaron la sencillez de la pinta anterior. Y semejante atentado a nuestro mayor símbolo patrio por poco acaba conmigo: no en vano es la casaca que ha vestido a los mejores hombres del país. Y a John Viáfara.

No podemos permitir que atenten contra la única institución que nos une: la selección. Por eso, le pido a Iván Duque que objete la camiseta. Es horrible, de verdad: si uno se queda mirándola en un punto fijo, puede observar un acuario tridimensional. ¿A quién se le ocurre diseñar una camiseta a rayas? ¿Es para jugar fútbol o para que Samuel Hoyos haga planas de ortografía?

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Presidente: usted verá si empeña todos sus esfuerzos en atentar contra nuestro precario Estado de derecho, volver trizas un proceso de paz que puede ahorrarnos miles de víctimas o tumbar el muro de Berlín de Venezuela. Pero pase a la historia por salvar la camiseta. Regrésenos a septiembre de 2016, cuando era limpiamente amarilla.

Tome la primera medida de su gobierno que nos una. Objete la camiseta, y hágalo estratégicamente, con su maña. Promueva un cerco diplomático contra los señores de Adidas hasta que vuelvan al diseño anterior; amenace con que mantendrá todas las opciones sobre la mesa, incluyendo contratar para el nuevo estampado a Leal y Daccarett. Y ofrezca el uniforme color zapote de los años ochenta como prenda interina, mientras el país pierde el año en debates bizantinos sobre constitución y cortes: cortes del cuello, constitución de cada jugador.

Qué camiseta. Además vale una fortuna. Tendría uno que robar mechones en TransMilenio o pedir plata prestada a John Viáfara para comprarla. Prefiero gastármela en dos jugos de mandarina en Criterión, acompañado de Gustavo Petro. Voy a mandarle un chat para invitarlo.

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