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El afán incontenible de seguir ejerciendo el poder

La Presidencia genera, en algunos mandatarios, el afán de continuar en el poder después de terminar su período.

Julio Londoño Paredes
22 de marzo de 2024

A pesar de todas las dificultades, el ejercicio de la Presidencia de una nación genera muchas veces en los titulares un afán incontenible de continuar en el cargo y, en el mejor de los casos, de seguir ejerciéndola indirectamente con un sucesor de su absoluta confianza. Siempre con el argumento que no ha tenido el tiempo suficiente para implementar sus programas y que debe “salvar al país”.

Los procedimientos difieren. Algunos modifican la Constitución, otros acuden a referendos y no faltan los que, por un decreto, proclaman el “estado de guerra”, “de sitio” o de “emergencia nacional” y por esa vía conforman un órgano legislativo de bolsillo, que hace lo que les dice el jefe.

Vladímir Putin, después de 24 años de detentar el poder, ha sido reelegido hasta el año 2030 y de pronto hasta el 2036, mediante unas elecciones unipersonales, porque los otros tres candidatos eran figuras decorativas.

El zar Nicolas II, derrocado y asesinado con su familia, gobernó durante 22 años y Catalina la Grande, emperatriz de todas las Rusias, lo hizo durante 34. El nuevo zar podría gobernar la bicoca de 36 años.

En Venezuela, el 28 de julio, será reelegido el zar Nicolás III, después de haber marginado del proceso a María Corina Machado, la única rival que podría ganarle en las elecciones. El dictador que más tiempo ejerció el poder en Venezuela fue el general Juan Vicente Gómez, que gobernó al país durante 15 años. Nicolás III completará 17 años en el poder.

En Colombia, las dictaduras no han tenido mucha acogida. Ni siquiera cuando Simón Bolívar, en agosto de 1828, siguiendo el clamor de sus partidarios, asumió la dictadura por un controvertido decreto firmado por él mismo, que en uno de sus apartes decía: “Después de una detenida y madura deliberación, he resuelto encargarme, como desde hoy me encargo, del poder supremo de la República, que ejerceré con las denominaciones de ‘libertador’ y ‘presidente’”.

Años después, el gran general Tomás Cipriano de Mosquera cerró el Congreso por decreto del 29 de abril de 1867 y expresó: “De hoy en adelante, no hay más ley que mi voluntad y para salvar la nación, asumo el mando supremo de la República”.

El comandante del Ejército, general Santos Acosta, segundo designado a la Presidencia y supuestamente “amigo” del presidente, el 27 de mayo, con tropas de la guarnición de Bogotá, hizo prisionero a Mosquera, que fue juzgado por el Senado.

Rafael Núñez, siendo presidente de Colombia, después de la derrota de las fuerzas liberales en 1885 en la Batalla de La Humareda, cerca de El Banco, salió al balcón del palacio de San Carlos y expresó con euforia: “La Constitución de 1863 ha dejado de existir”. No obstante, siguió muy campante y satisfecho. La Constitución de 1886 le abrió las puertas para su reelección.

En nuestro medio, es recomendable que en lugar de llevar al cuarto de San Alejo las fotografías de los sonrientes presidentes salientes que están en todas las dependencias públicas, las conserven, porque de pronto tendrán que volver a entronizarlas o al menos colocarlas al lado de las del nuevo mandatario impulsado por su antecesor.

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