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El gran sancocho nacional

Una minoría beligerante y popular ha decidido desafiar al Gobierno. La respuesta de este es acertada en términos políticos y peligrosa para la economía.

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
23 de enero de 2020

Los trece puntos del Comité de Paro súbitamente se convirtieron en más de cien. No sucedió así por arte de birlibirloque. Subyace allí una apuesta osada pero no imposible: doblegar al Gobierno como, de diferentes maneras, ha sucedido en otras partes. Para lograrlo, los convocantes iniciales del pliego de peticiones han recibido el respaldo de una amplia constelación de grupos minoritarios que suelen caminar juntos.

Entre otros, cabe mencionar las poblaciones sexualmente diversas (cuyo ideario comparto); los enemigos del extractivismo, un colectivo integrado por aquellos que se oponen a cualquier actividad minera; los aliados de la madre tierra, que suelen creer que la energía de origen hídrico puede ser sustituida de un día para otro con la proveniente del viento y el sol; los partidos de oposición que se aprovechan, con toda lógica, de las circunstancias. Se suman al conato de paro nacional los indígenas, a los que no satisface el derecho a ser consultados, sino que, además, quieren imponer sus puntos de vista sobre el uso del territorio, haciendo caso omiso de que este pertenece a la Nación, no a ninguna etnia o grupo específico. Y los estudiantes que, como es usual, quieren cambiar el mundo (grave sería que no).

Tal es, y, en general, siempre ha sido, la composición de los grupos marchantes, protestantes y bloqueantes, si me dispensan el neologismo. El liderazgo es otro asunto. Corresponde a la dirigencia sindical de siempre que -es necesario recordarlo- representa una fracción marginal de los trabajadores. Esta circunstancia explica la estrategia que utilizan: la presentación de un pliego de peticiones gigantesco, que no se molestan en sustentar, pues cuentan, para tratar de imponerlo, con un argumento de mucho peso: la parálisis de la movilidad y, por ende, la perturbación de la vida económica, principalmente en Bogotá. Exigen también una interlocución preferente para negociar con el Estado.

Nada de esto es admisible. El ultimátum implícito no refiere a las condiciones laborales que suelen recogerse en las convenciones colectivas previstas en el derecho laboral. Frente al célebre petitorio, el papel del Gobierno no es el de empleador, sino el de responsable de proponer y ejecutar las leyes en función del interés general que se define en comicios públicos. Además, la perturbación de la normalidad social no es, en rigor, una huelga. Negada la validez de esa aspiración excluyente, y sin perjuicio de que a los promotores del paro se les escuche con cuidado, conviene aceptar la invitación de Duque a la sociedad civil a lo que ha denominado la conversación nacional. Para que ella sea útil y legítima quienes decidan intervenir deben aportar razones: sin ellas no hay diálogo posible, y sin diálogo no hay democracia.

Este curso de acción cuenta con un precedente interesante. Jaime Bateman, uno de los líderes del M-19, planteaba desde la clandestinidad la necesidad de un gran sancocho nacional. Lo entendía como un conversatorio abierto e incluyente para redefinir el rumbo del país. Su idea cuajó años después de su muerte, ocurrida en un accidente en 1983, con la puesta en marcha de la constituyente que expidió la Carta del 91. La propuesta gubernamental es de la misma estirpe; busca habilitar espacios extraordinarios para revisar, durante un periodo acotado, los problemas nacionales y sus posibles soluciones. Resulta paradójico que a ciertos sectores radicales le parezca malo ahora lo que entonces creyeron indispensable.

¿Nos avasallarán en este comienzo de año los movimientos tumultuarios? Algunos no solo lo creen sino que lo anhelan; dicen estar convencidos de que Colombia despertó, y de que, en adelante, nada será igual. No encuentro sustento para esa visión apocalíptica. Sin embargo, es claro que en el mundo entero se registra un malestar generalizado, en particular entre los jóvenes. Quieren una sociedad igualitaria, o menos desigual, aunque no tienen claro de qué manera lograrla; abominan el capitalismo, pero no vislumbran cuál podría ser el modelo alternativo; les angustian los problemas ambientales pero pretenden cambios súbitos en la relación con la naturaleza que son utópicos; a pesar de haber crecido en un entorno tecnológico avanzado, descubren que la inteligencia artificial destruye empleos de baja y mediana calificación. Estos factores generan descontento y pueden traducirse en anarquía. Las angustias juveniles requieren atención cuidadosa.

Tal vez para apaciguar a los protestantes, en la reforma tributaria se incluyeron medidas que no estaban previstas hace pocos meses, tales como la llamada devolución del IVA a sectores de bajo ingreso, los beneficios tributarios a quienes contraten trabajadores en ciertos rangos de edad, y la reducción de la cotización a salud para pensionados que reciben mesadas reducidas. Estas determinaciones son populares y progresivas. (No así la incomprensible eliminación del IVA durante tres días del año). Sin embargo, cabe preguntarse si serán, habida cuenta de su alto costo, sostenibles. Si no lo fueren, a la vuelta de nada estaríamos afrontando una nueva reforma tributaria, entonces sí para aumentar el recaudo que en Colombia es bajo si nos comparamos con países similares.

En esa misma tónica condescendiente, por segundo año consecutivo se aumentó el salario mínimo muy por encima de la inflación transcurrida. A ello deberá adicionarse el respaldo gubernamental a la famosa prima de Uribe, un nuevo costo a la generación de empleo. Como la productividad se encuentra estancada, ¿será que el alto desempleo que padecemos se incrementará aún más?

Briznas poéticas. Ana Blandiana escribe a propósito del paso del tiempo: “Solo después de unos años o decenios / Empiezas a descubrir / Sus huellas / Marcadas / hondamente en la carne, / Parecidas a las marcas de unas garras. / Todo lo que sé acerca de él / Es que se apresura a llegar / Hacia el lugar / En el que deja de existir”.

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