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El regreso del corbatín

Turbay se convierte en el salvavidas de los liberales uribistas, a quienes legitimiza y quita la aureola de traicioneros de su partido

Semana
15 de agosto de 2004

Todavía no sé en qué le servirá el apoyo del ex presidente Julio César Turbay a la reelección de Álvaro Uribe. Pero por lo menos hay que reconocerle a Turbay que logró armar un zafarrancho, cuyas consecuencias aún son impredecibles.

Por ahora se puede decir que la salida del ex presidente produjo más folclor que política. Pretender montarle al liberalismo un MRL a los 88 años es hasta chistoso. Turbay es un viejito adorable al que quiere todo el que lo conoce. Pero quienes no lo conocen, que es la mayoría del país, ven en esta movida algo semejante al regreso de la momia, de un político en retiro que tiene hablado de ventrílocuo y que es totalmente antiopinión.

Pero sus móviles fueron políticamente nobles: quiso salvar a su partido adhiriendo a la reelección del Presidente, y por cuenta de eso ha tenido que soportar toda clase de burlas e insultos y hasta la acusación injustísima de que detrás de todo está su interés de que a su hijo Junior lo nombren ministro. Para acabar de una vez por todas con esta maligna sospecha, hay que aceptar que después de la movida de Turbay su hijo es innombrable, porque el país inmediatamente entendería que el gobierno le pagó su apoyo. Así que Junior tendrá que esperar, por ahora, a que venga otro gobierno.

Pero volvamos a la pregunta del principio: ¿de qué le sirve a Uribe el apoyo de Turbay?

Para comenzar, su incidencia es de cero en el Congreso: Turbay es un hombre de edad y la Cámara de Representantes es un organismo joven para cuyos miembros el ex presidente es el equivalente más o menos como de un Olaya Herrera.

No hay duda, por otro lado, de que El Tiempo infló la noticia, convirtiéndola en un verdadero cisma del Partido Liberal, que en realidad anda mil veces peor que el Conservador. Por lo menos este último tiene lo que le falta al primero: jefes, coherencia, bancada. Pero todavía respira, así sea como dice Ruddy Hommes en su última columna, que "el oficialismo se quedó con el papel y los estatutos". Y con Gaviria, López y Samper.

Y aunque la oposición del liberalismo oficialista a la figura de la reelección es totalmente respetable, carece de jerarquías para que entre la opinión pública tenga alguna credibilidad.

Por otro lado, no existe ninguna posibilidad de que la 'convención' anunciada por Turbay con toda clase de estratos del país llegue a producirse. La movida turbayista llega hasta aquí, pero no hay duda de que algo útil tenemos que encontrarle, distinto al mérito de que decidió 'empujar el bus' de la reelección, porque como hemos visto, aparentemente ni aporta, y probablemente ni quita.

Sí pienso que con la crisis del Partido Liberal protocolizada a fondo, Turbay se convierte en el salvavidas de los liberales uribistas a quienes su decisión de apoyar a Uribe legitimiza y les quita la aureola de traicioneros del partido.

Y también servirá de coartada para todos aquellos que quieran colincharse a última hora en el tren de la reelección, pues no existe un padrino más autorizado para cobijarlos que el ex presidente Turbay, el más ortodoxo, disciplinado y leal a los intereses del liberalismo.

Conclusión: la salida disidente de Turbay no es tan influyente. Turbay no está tan momificado. El presidente Uribe no está tan necesitado. El Partido Liberal oficialista no está tan desesperado. Los liberales uribistas están felices. La opinión está confundida.

Y la política está muy divertida.



ENTRETANTO. ¿Por qué ninguna de las últimas encuestas de preferencia ha vuelto a incluir a Noemí Sanín? Cuéntenla. Cuéntenla.

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