Julio Londoño Paredes

OPINIÓN

Episodios de una guerra que no fue guerra

Algunos capítulos del conflicto colombo-peruano de 1932 parecen repetirse en la actualidad.

5 de noviembre de 2021

El conflicto entre Colombia y Perú, surgido a raíz de la toma de Leticia por un grupo de civiles y militares peruanos en la madrugada del 1° de septiembre de 1932, culminó el 25 de mayo del año siguiente, cuando los dos países firmaron en Ginebra un acuerdo propiciado por la Liga de las Naciones, predecesora de las Naciones Unidas.

Se había supuesto que el conflicto sería una sucesión de batallas como la de Verdún, en la contienda mundial que había culminado apenas 14 años atrás. O también como las de la sangrienta guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, que simultáneamente acontecía, en la que murieron entre 100000 y 130000 soldados, resultaron 40000 heridos y 21000 fueron hechos prisioneros.

El presidente Olaya Herrera había abierto una gran colecta nacional a fin de recaudar fondos para comprar armamentos y organizar la recuperación del trapecio amazónico. Centenares de colombianos entregaron todas sus joyas, incluyendo las argollas de matrimonio. Miles se presentaron para engrosar las filas del ejército, mientras que damas de la alta sociedad se ofrecían como enfermeras para atender a los heridos en combate

Sin embargo, las batallas no se dieron y el único combate de alguna significación fue la toma de la localidad peruana de Güepí, en la margen derecha del rio Putumayo, el 26 de marzo de 1933 en la que murieron 16 colombianos y 27 peruanos.

Sin tener en cuento los efectos reales de la combinación de las acciones militares y las gestiones diplomáticas que culminaron con la devolución del trapecio a Colombia, surgieron todo tipo de críticas.

Roberto Restrepo, médico oncólogo, nacido en el municipio de Finlandia, hoy en el departamento del Quindío, escribió el librito “La Historia de la Guerra entre Candorra y Tontul”, una mordaz crítica a la guerra entre los dos países. Se consideró que la victoria se medía por el número de muertos.

Se olvidó que durante un año y mientras se celebraban negociaciones entre los dos países en Rio de Janeiro, Leticia fue administrada por una comisión de la Liga de las Naciones, que tuvo a su disposición un contingente de fuerzas militares colombianas, que hacían el papel de los actuales cascos azules de la ONU.

Los miembros de la Comisión tenían todo tipo de prebendas. El presidente era el Capitán de Fragata Lemos del Basto de la marina brasilera, que sin mayor recato decía que la suerte de Colombia y la del Perú estaba en manos de su país.

Igualmente, hacía parte de la Comisión el coronel Arthur Brown, que pertenecía a la justicia militar de los Estados Unidos e ignoraba por completo la situación. Afirmaba que su designación le venía como anillo al dedo para “cuadrarse económicamente”.

Otro de los miembros era el capitán de la aviación española, Francisco Iglesias, que logró el cargo por gestión de Salvador de Madariaga, que tenía gran influencia en la Liga de las Naciones.

Como sucede ahora con ciertos burócratas de algunos organismos internacionales que pasan por nuestro país, los miembros de la Comisión se consideraban como “virreyes”, que tenían en sus manos la suerte del gobierno de Colombia.

Aprovecharon el temor reverencial que generaban

(*) Decano de la facultad de estudios internacionales, políticos y urbanos de la universidad del Rosario.

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