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Estados Unidos, tan lejos y tan cerca

Depende de Obama o McCain, cualquiera que gane, que Estados Unidos cuide mejor su relación con Latinoamérica

Semana
23 de octubre de 2008

Desde el 2001, Latinoamérica ha estado casi de última en la lista de prioridades de los Estados Unidos. Y si la campaña presidencial de John McCain o Barack Obama sirve de termómetro, no parece que esto vaya a mejorar. No debería ser así. La región perdería mucho más de lo que ganaría con un Estados Unidos lejano y ausente.

La falta de atención del coloso del norte no ha sido del todo mala estos últimos años. Para empezar, es mejor poca presencia que una presencia intervencionista. Afortunadamente, atrás quedaron las épocas de apoyo a las dictaduras de una Argentina o de un Chile o los contras de Nicaragua.

Por otro lado, tanto por necesidad como por descarte, se nos ha abierto el mundo y nos hemos vuelto más conscientes de que es necesario buscar y firmar acuerdos de cooperación y/o tratados de libre comercio con países del Asia, Medio Oriente y Europa. Chile lleva la delantera por número de TLC implementados, y lo siguen de cerca México, Costa Rica y El Salvador. Así mismo, la falta de liderazgo americano y el fracaso del Área del Libre Comercio de las Américas -ALCA, ha fomentando la aparición de nuevos líderes regionales y la creación de organismos tipo Unasur. Sirvan o no, estas instancias estimulan el diálogo y la cooperación. Así lo vimos hace poco en la reunión de presidentes en Chile para tratar de resolver la crisis de Bolivia.

Ahora bien, el mundo está cambiando y esto no es necesariamente una buena noticia para Latinoamérica. Países como China o Rusia tienen cada vez más influencia y tentáculos, a la vez que Estados Unidos tiene menos. Pareciera el fin del mundo unipolar, y muchos lo ven con buenos ojos. El problema es que este fin no implica el comienzo de una era más prospera y de mayor cooperación. Puede que sí. Pero también puede que se venga una batalla en el campo de las ideas de cómo debe ser y organizarse el mundo. Y es aquí donde la alianza con Estados Unidos puede ser determinante.

Si algo tienen en común los países de América desde la Patagonia hasta la bahía Hudson en Canadá es que, salvo contadísimas excepciones, todos ellos comparten unos valores y una cultura democrática. Excluyendo a Europa, no hay ninguna otra extensión de tierra en este planeta que tenga tantas democracias juntas. Ninguna. Ni África, ni Asia, ni el Medio Oriente. La libertad de expresión, en la teoría y en la práctica, tiene el mismo valor en Argentina, Colombia, Honduras, Estados Unidos y Brasil.

¿Qué importancia tiene esto? Pues que a la democracia, al igual que a un matrimonio, hay que trabajarle. Si no se acaba. Ya vemos el caso de Venezuela. Y tanto un Obama como un McCain podrían ayudar en este proceso, sin tener que ser ni mucho más creativos ni demasiado más generosos que su predecesor Bush Jr.

Ahí están, por ejemplo, los programas de desarrollo de USAID. ¿Por qué no ser un poco más generoso que el gobierno venezolano, que en iniciativas como Petrocaribe, proyectos de infraestructura energética o en programas de asistencialismo en Bolivia y Cuba, gasta bastante más que los exiguos US$1,300 millones (2007) de Estados Unidos en toda la región? Esto ayudaría a contrarrestar la exportación del modelo chavista, que hasta ahora promete poca transparencia, mucho autoritarismo y ninguna sostenibilidad.

También sería importante impulsar los tratados de libre comercio pendientes con Panamá y Colombia, y una política de inmigración para legalizar de manera adecuada a los más de quince millones de inmigrantes ilegales en ese país. Lo primero mandaría una clara señal de que Estados Unidos apoya a sus aliados, lo segundo beneficiaría a muchos países de la región receptores de remesas (sobretodo México, Centroamérica, Colombia, y Ecuador), pero también al sector productor americano, siempre sediento de mano de obra no calificada.

La lista es larga. La reducción de los subsidios de etanol (que envidiaría Brasil), el aumento de las becas para estudiantes extranjeros, la colaboración –que no imposición- en temas de seguridad. Hay muchas medidas que podrían implementarse como parte de una política que busque más cooperación con Latinoamérica para el beneficio mutuo de la región. Va a depender de un Obama o de un McCain, sí. Pero también de los líderes de este lado del continente y de su habilidad para hacerle comprender al próximo presidente de Estados Unidos que no se trata de ninguna ayuda. Se trata de un futuro común y libre para todos nuestros pueblos.



*Mateo Samper R. es especialista en Relaciones Internacionales 

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