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Grito de independencia

Parecería que los colombianos podremos respirar más tranquilos entendiendo que probablemente al inicio de este Gobierno subvaloramos el poder de las instituciones y los pesos y contrapesos.

Luis Carlos Vélez
29 de abril de 2023

Puede que la semana pasada hubiera sido la peor para el Gobierno del presidente Gustavo Petro, pero probablemente haya sido la mejor para el país, y en el largo plazo, también para el mandatario. Me explico. 

El hecho de que los partidos políticos y los cafeteros de Colombia no hubieran cedido a las presiones del Ejecutivo y tomado determinaciones fundamentados en su independencia, genera una enorme tranquilidad en aquellos que temían que la fuerza que emana de Palacio fuera incuestionable y totalitaria.  

No son muchas las veces en que hay que celebrar cosas que salen del Legislativo, pero esta vez los partidos y sus jefes lograron ganar el pulso contra la administración e incluso disidentes en sus propias toldas. No es un tema menor, para ello los directores de las mayores colectividades del país tuvieron que recordar los reglamentos e incluso amenazar con sanciones a aquellos que se quieren salir del redil para rendirse ante los ofrecimientos de mermelada con el fin de apoyar la reforma a la salud. 

De una manera menos dramática pero igual de contundente, los miembros de la Federación Nacional de Cafeteros, esa entidad que nos enorgullece siempre a los colombianos, no se dejó presionar del presidente y sus alfiles para elegir a su director, y lo hizo sin tener que someter su determinación a los nuevos ministros de Agricultura y Hacienda, tal y como lo quería el actual ocupante de Palacio. 

Estos dos eventos representan la primera señal clara en ocho meses de Gobierno que las instituciones del país están vivas y no han renunciado a su compromiso de actuar como pesos y contrapesos cuando las circunstancias lo ameritan. No hay nada más importante para la supervivencia de una democracia que se disparen los seguros de disentimiento cuando estos sean necesarios para frenar cualquier atisbo de autocracia o abuso del poder.  

El presidente Petro reaccionó con violencia a la negativa de los partidos de seguir a ciegas su propuesta para el cambio en la salud y la elección del nuevo director de los cafeteros, e hizo fuertes cambios en su gabinete. Pero tal vez lo más preocupante es que haya planteado que es hora de sacar a la gente a la calle para presionar por sus reformas.  

El jefe de Estado se equivoca al pensar que radicalizando su discurso e invitando a manifestaciones y “balconazos” va a lograr presionar para conseguir la implementación de su programa de Gobierno. Utilizar a la gente en las calles como presión legislativa nunca sale bien y mucho menos cuando el precedente es el mal llamado “estallido social”, que realmente fue una clara manipulación de redes y, en otros casos, el resultado de agitadores pagos e insurgentes para crear caos y confusión con el fin de sacar réditos políticos. Pocos salieron legítimamente. La gente se dio cuenta. 

El país no está copiando el programa de Gobierno del presidente Petro. No solamente hay muros de contención en el Legislativo, la Fiscalía, los entes de control, algún sector de la prensa, sino que también el descontento se está haciendo notar en las encuestas. Según el más reciente tracking de GAD3, un 52,5 por ciento de los encuestados piensa que las cosas en el país no están bien. Y según Invamer, un 57 por ciento de los encuestados desaprueba la gestión del presidente Petro y un 52 por ciento, la gestión de la vicepresidenta Márquez. Ese es el verdadero pulso país, no el de los pocos que parecen muchos en tomas de video y fotografías favorables de los balconazos, ni las presiones y madrazos en las redes. 

En lugar de interpretarse como la declaratoria de guerra, estos actos de independencia deberían ser leídos por el Gobierno como una señal de moderación para sus proyectos. No es que el país no quiera cambio y soluciones, solo que desea hacer transiciones, construir sobre lo construido y moverse por fuera de las agendas radicales.  

¿Y por qué todo esto es bueno para el Gobierno? Pues porque le da una clara hoja de ruta de trabajo: que este país, a pesar de sus imperfecciones, tiene claro su nivel de tolerancia a caudillos y autócratas. Por lo tanto, lo que procede es buscar cómo gobernar, más allá de las bravuconadas o los impulsos primarios.  

Parecería que los colombianos podremos respirar más tranquilos entendiendo que probablemente al inicio de este Gobierno subvaloramos el poder de las instituciones y los pesos y contrapesos.

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