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Hablen, griten y protesten, pero no destruyan a los demás

La juventud y los movimientos estudiantiles deben siempre reivindicar su legítima lucha ideológica en los planos académicos, en los espacios de debate, incluso con la misma participación democrática, pero no pueden tornar el núcleo del derecho fundamental a protestar en la consolidación de un catálogo de conductas punibles que cada vez generan más y más víctimas.

Marco Tulio Gutiérrez Morad, Marco Tulio Gutiérrez Morad
5 de noviembre de 2019

La verdadera protesta es la protesta inteligente, la que cambió al mundo, recuerdo con nostalgia y un poco de melancolía, por allá cuando cursaba primer año de derecho en 1968, cuando el mundo se colapsó por las consignas de los estudiantes franceses que mediante su movilización en la que convocaron a los sindicatos y diversos sectores sociales lograron que el general De Gaulle anticipara las elecciones, consiguiendo la implementación de las revolucionarias reformas políticas y administrativas de la Francia moderna.

Materializándose como un verdadero éxito de los ecos populares, el “prohibido prohibir” de mi generación, el cual fue un coletazo cultural, social y político que verdaderamente cambió el mundo en aquel entonces, reivindicando la protesta como un derecho fundamental, derecho que se propagó por todos los rincones del planeta, para aquel entonces, en mi universidad, la Universidad Externado de Colombia, no fue ajena a estas consignas y el debate, la movilización y los rezagos de aquel mayo francés, cambiaron para siempre nuestras convicciones ideológicas y políticas, en esos días protestamos y labramos con consecuencia nuestros derroteros políticos que logramos defender en los diferentes espacios democráticos a los que logramos acceder.

Es por esto que al contemplar los actuales acontecimientos me invade la tristeza y la decepción, no es lógico que las pretensiones de los movimientos estudiantiles, que claramente, están plagados de legítimas consignas contra el establecimiento, terminen degeneradas y distorsionadas por los recurrentes hechos de violencia e intolerancia, resulta absurdo que después de una convocatoria estudiantil, las estaciones de TransMilenio, los establecimientos bancarios, comerciales y los monumentos terminen ultrajados  y vandalizados.

Los opinadores y los medios debíamos impulsar a no seguir el juego de unos pocos, minorías que por su naturaleza anarquista acallan a quienes quieren criticar y protestar en otra forma, la violencia en un país bicentenario en ser violento, hace que estas conductas sean más fáciles de propagar y de “normalizar” haciendo vigente el uso de la fuerza.

Cómo sería de productivo y efectivo en nuestro medio que los estudiantes y los jóvenes implementaran un código de honor a la hora de movilizarse; la protesta sin uso de la fuerza, sin la recurrencia al vandalismo, sin violencia, sin grafitis, no tenemos duda en que las cosas justas serán apoyadas como la de protestar frente al robo de la Universidad Distrital, que no puede terminar solo con la declaración de una conducta criminal de un burdo delincuente que usó la buena fe de una Universidad para robarse 11.000 millones de pesos, o de las otras movilizaciones exigiendo el necesario incremento de los presupuestos en los respectivos rubros dedicados a la universidad pública.

La juventud y los movimientos estudiantiles deben siempre reivindicar su legítima lucha ideológica en los planos académicos, en los espacios de debate, incluso con la misma participación democrática, pero no pueden tornar el núcleo del derecho fundamental a protestar en la consolidación de un catálogo de conductas punibles que cada vez generan más y más víctimas, personas que nada tienen que ver con los reclamos sociales tras la protesta.

En la calle 72 una señora propietaria de un pequeño restaurante fruto de su emprendimiento, con llanto expresaba su quiebra total por causa de la destrucción de su negocio que terminó no por un descalabro económico, sino por el vandalismo de los protestantes, con horror advertimos la voz de un padre de familia clamando dolor, pues cuando transitaba en su vehículo recibió el impacto de un ladrillo que lesionó a su señora esposa y puso en riesgo la vida de su infante. En inmediaciones al monumento de los Héroes, un restaurante producto del trabajo de más de siete años, de inmensos sacrificios, incluyendo la siembra y cuidado de peces en la represa de Betania en el Huila, en un instante fue presa de la destrucción casi total del fruto de sus esfuerzos, unas cuadras más adelante un almacén de cristales, que tiene una linda historia y que fue adquirido a sus originales dueños por uno de sus empleados, quien lo compró al fiado y relató cómo las piedras empezaron a destruir lo que él denominó el diciembre de sus 18 empleados.

Esto no puede seguir así, no se trata de que le pidamos al alcalde o al gobierno nacional una intervención dentro de la protesta social, pues el derecho a manifestar es como tal una garantía constitucional, pero sí han de ser revisados diferentes aspectos; los organizadores de las marchas tendrían que suscribir una póliza contra todo riesgo para garantizar el patrimonio público y privado, deberían informar a las autoridades quienes son los responsables de la movilización, y ante todo debe existir un control de quienes integran los grupos de protestas, es claro que estas manifestaciones están teñidas de elementos de infiltración criminal que pretende generar un clima de zozobra.  Como sociedad debemos exigir a los mismos protagonistas que se ponga fin a la protesta violenta y desbordada en la vía pública, no podemos seguir presenciando cómo la protesta es antesala para que delincuentes asalten un vehículo del SITP, hechos que terminaron en el asesinato de un humilde habitante de Ciudad Bolívar.

Nuestro clamor no es producto de la presencia de ideas contrarias a las liberales que siempre profesaré hasta mi muerte, es proponer con todos ocuparnos de un asunto trascendental que nos estará destruyendo a nombre de la protesta contra la desigualdad, y obvio, no se trata de reglamentarla, se trata de inculcar en los protagonistas que dejar el monumento de los Héroes o la plaza de Bolívar llena de grafitis no son las consecuencias que pueden quedar de la movilización, aclarando que al final del día la única perjudicada es la ciudad, cuyos monumentos y muros terminan destruidos y pintados. 

P.D.: Resulta extraño y sospechoso que el mismo día de las protestas que azotaron el norte de Bogotá, haya amanecido el monumento al Estado de Israel en la calle 94 con carrera 11, vandalizado y saboteado, con un grafiti de la cruz cromada propia del Nacional Socialismo Alemán, qué tristeza, y qué vergüenza la que siento, si de algo nos podemos ufanar en nuestro contexto es del respeto por el pueblo judío que tanto progreso ha traído a nuestra patria, en nombre mío, de mi familia y de la sociedad bogotana presento mis respetos por este bochornoso y ridículo hecho.

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