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Indignación

La indignación es ese sentimiento particular de rabia que se experimenta cuando alguien obtiene lo que no merece.

Margarita Orozco Arbeláez, Margarita Orozco Arbeláez
14 de octubre de 2014

La indignación es ese sentimiento particular de rabia que se experimenta cuando alguien obtiene lo que no merece. En el fondo, es ira contra la injusticia. La misma que se siente al ver a un tipo como Emilio Tapia, uno de los responsables del saqueo de Bogotá, en plena parranda vallenata con sus amigotes dentro de la “cárcel” La Picota, en donde rueda el whisky y se chatea por celular mientras se celebra la existencia del paramilitarismo, la corrupción y el narcotráfico.     

Ira contra la injusticia es lo que se siente al saber que mientras La Picota presenta graves problemas de derechos humanos, tiene un hacinamiento carcelario de más del doble, la gente duerme hasta en los baños y el suministro de agua es insuficiente, el señor Tapia se da el lujo de poner un límite en el número de internos en “su pabellón” porque, seguramente, le preocupa que se le coman el mercado de carnes frías y mariscos que guarda en su propia nevera y que entra semanalmente frente a los ojos del Inpec, institución que ya no encuentra qué disculpa sacar para explicar tanta corrupción e incompetencia.

Aristóteles nos enseña que la justicia consiste en dar a cada quien lo que le corresponde. Y para determinar quién merece qué, habremos de saber qué virtudes son dignas de recibir honores y recompensas: ¿Seguiremos premiando a los corruptos? ¿A los responsables de las masacres en Colombia? ¿A quienes no sienten ni un asomo de vergüenza de haber saqueado el erario público? La ley no puede ser neutral en lo que se refiere a las características de una vida decente.

Por esta razón, a mí me encantaría ver a todos los responsables  del “Carrusel de la Contratación” echando pico y pala, para arreglar cada hueco, cada calle y cada centímetro de la destruida Bogotá, hasta terminar de pagar los más de 2.000 billones de pesos que se robaron.  

Si yo fuera juez, les pondría como pena que trabajen 12 o 14 horas por día como lo  hace un trabajador raso en Colombia. Que lleven a diario su coca con sopa de arroz para la media hora de almuerzo y que al final de la tarde, para compensar el cansancio, se devuelvan en Transmilenio a dormir a La Picota, en donde no habrá privilegios y compartirán el hacinado espacio de una celda, corredor o baño con quien les toque.

Deberían llegar en la noche a limpiar los baños y a organizar su espacio antes de dormir, habiendo pasado primero por la tienda cercana a comprar lo que les alcance con los 2.000 pesos del diario para preparar la comida y el almuerzo del día siguiente. Tendrían que madrugar a las 4 de la mañana para llegar a tiempo a su trabajo, que dependerá de la zona en donde estén los huecos y de los trancones, que habrán de prever para que no se les descuente el retardo.  

Porque en este país el castigo no es el encierro de una prisión, el verdadero castigo es ser pobre y tener que vivir en la ciudad que se roban los que están en la cárcel. Eso sí que es un castigo.  

Por eso deberíamos privar a estos personajes de sus ratos de ocio y ponerlos a experimentar lo que se siente ser un trabajador que devenga un salario mínimo en Bogotá. De esta forma, probarían de su propia medicina y le ahorraríamos unos cuantos pesos de mano de obra al Distrito. Estoy segura, además, de que algunos ciudadanos nos ofreceríamos de voluntarios para hacer la supervisión de las labores con la ayuda de la Policía, no vaya a ser que el Inpec se meta y todo termine en parranda vallenata.      

Mientras fantaseo sobre cómo hacer justicia, recuerdo una frase de Michael Sandel que dice que una sociedad que pregona la justicia, debe preguntarse por la forma como distribuye las cosas que aprecia: ingresos y patrimonios, deberes y derechos, poderes y oportunidades, oficios y honores. “Una sociedad justa distribuye esos bienes como es debido”.  

¿Quiénes están recibiendo en Colombia los ingresos, los poderes, las oportunidades y los honores? La respuesta sólo produce indignación.   

En Twitter: @morozcoa
margaraorozco@yahoo.es

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