Julio Londoño Paredes

OPINIÓN

Inmigrantes en medio de la angustia

Nunca se pensó que la inmigración se iba a constituir de un momento para otro en un dolor de cabeza para el gobierno colombiano.

13 de agosto de 2021

Colombia a diferencia de la mayor parte de las naciones suramericanas, no fue receptora de migrantes. Solo entre 1880 y 1930, en un período de medio siglo, ingresaron al país entre 10.000 y 30.000 sirio-libaneses cristianos y ortodoxos que huían del imperio otomano, que comprendía los territorios del Líbano, Siria y Palestina.

Por eso, en nuestro medio la gente los llamaba, “turcos”. La mayoría se ubicaron en el caribe colombiano, pero también en otras localidades del país. Fueron personas muy trabajadoras, que adelantaron exitosas actividades, especialmente comerciales, que trajeron progreso a las regiones donde se establecieron. Incluso algunos de ellos y sus descendientes lograron importantes figuraciones en el periodismo, en la banca y en la política colombiana.

Pero fue un fenómeno limitado y de poco alcance. No como los chinos y japonenses en el Perú; los japoneses en Brasil; los portugueses, españoles e italianos en Venezuela; y, los españoles, alemanes y croatas en Chile.

En Colombia, la migración era a la inversa. Miles de colombianos, sin empleo y afectados por la violencia, buscaban la rica, tranquila y pujante Venezuela. Hasta el punto de que todas las muchachas del servicio doméstico y los trabajadores agropecuarios en ese país eran colombianos.

A los Estados Unidos la gente no viajaba masivamente. El propósito nacional era, por el contrario, traer a los llamados “cerebros fugados”, de manera que cualquier colombiano que estuviera en el exterior y se destacara en algo, aunque fuera en vender hamburguesas, había que traerlo al país con todo tipo de gangas.

Como si aquí no hubiera muchos “cerebros” sin puesto y sin alternativas. Pero teníamos una mentalidad provinciana que conservamos por muchas décadas. El solo hecho de viajar a los Estados Unidos por unos días, no se diga a Europa, era todo un acontecimiento familiar.

En ese entonces atravesar el llamado Tapón del Darién era algo parecido a escalar el Everest. Es una zona espectacular pero compleja. La quimérica idea del canal interoceánico era acariciada desde 1948, mientras que la carretera panamericana para unir a Colombia con Panamá y por consiguiente con Centroamérica, los Estados Unidos y Canadá, fue siempre uno de los enunciados de todos los gobiernos. Se incurrió en la ingenuidad de suponer que Panamá haría el tramo que le corresponde y que los Estados Unidos financiarían la obra.

La realidad era precisamente la contraria. Todos con excepción de Colombia, evitarían a toda costa la construcción de la vía, para evitar el ingreso de migrantes, de grupos armados y de narcotraficantes colombianos.

El Tapón del Darién, se constituyó, sin embargo, en la ruta de ingreso de haitianos, cubanos, asiáticos y africanos a Centroamérica y a los Estados Unidos. La región de Urabá, que era crítica, se volvió un caos. Hoy 10000 extranjeros esperan turno para ingresar al Tapón, como si fuera la puerta del cielo, aunque para muchos, será más bien la puerta del infierno.

Para alivio de males, el socialismo del siglo XXI hizo salir hacia Colombia a muchos venezolanos, la mayoría muy buenos, pero otros no. Es lógico, ya que el gobierno colombiano resolvió encabezar una cruzada para derrocar a Maduro, y los venezolanos sabían por consiguiente que aquí tendrían acogida.

Hasta ahora con el Tapón del Darién se comienzan a dar algunos pasos. El costo de la indiferencia se está comenzando a pagar.

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