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Juegos de azar

El referendo reeleccionista, que parecía bola a bola, se ha enredado tanto que se ha vuelto una carambola de fantasía a tres bandas tacada por mí, que soy incapaz, con arreón incluido y resbalón de la pifia.

Antonio Caballero
13 de junio de 2009

Colombia es un país de juristas. En mi juventud, cuando yo también seguía la carrera de derecho, nos pasábamos las horas de clase metidos en los billares del centro de Bogotá. Los billares eran entonces, y supongo que lo siguensiendo, un imán irresistible para los estudiantes de derecho. No para los de medicina, digamos, ni para los de ingeniería o arquitectura: para los de derecho, todas las universidades confundidas: el Externado, el Rosario, la Nacional, la Javeriana. Y en torno a las mesas verdes de los billares del centro, en el aire espeso de humo de tabaco, se podía ver, entre jugadores y mirones curiosos, un verdadero banco de alevines de juristas que hoy son ministros o parlamentarios, o están presos. Sólo mucho más tarde vine a comprender la razón de ese atractivo del billar, al parecer inexplicable, para los aprendices de leyes: es que en esas largas mesas verdes se aprendía a hacer carambolas, a veces a tres bandas.

A plantear, por ejemplo, una acción de tutela (ya sé que la figura todavía no existía en aquel entonces; pero hablo así para entendernos), una acción de tutela ­un massé­, o una acción popular ­un retro­, para obtener un fallo de la Corte Constitucional mediante el cual la autodefensa armada de los narcoparamilitares vuelve a ser delito político conexo y en consecuencia excarcelable con el argumento de que lo fue entre el momento en que el Presidente de la República sancionó la primera versión de la Ley de Justicia y Paz y el momento en que la Corte tumbó por inexequible ese apartado de la ley. Dada esa breve y transitoria vigencia, no de jure tal vez pero sin duda sí de facto, rige el principio de favorabilidad penal en beneficio de los uribistas detenidos, que deben ser devueltos a sus familias y a sus curules. Resulta sin embargo que la Corte, terca, niega eso. Y entonces, vía tutela, o acción inhibitoria, como quien dice de tastás, el asunto pasa de nuevo al estudio de la Corte Suprema, que lo reenvía a la Corte Constitucional. Y entonces ¡tac!: vencen los términos.

Recuerdo que yo, en mi juventud, miraba hipnotizado cómo la bola blanca golpeada ligeramente por la punta del taco corría a toda velocidad por el paño iluminado por la luz cenital, rozaba con delicadeza la bola roja, giraba dulcemente sobre sí misma y como llevada por su propia voluntad avanzaba con decisión hacia la banda elástica lateral de la mesa, la recorría a todo lo largo, como acariciándola, pegaba en el rincón del fondo, se devolvía hacia atrás con renovado impulso, daba en la banda opuesta, salía en un ángulo inesperadamente obtuso, se frenaba un instante, dibujaba un asombroso y breve semicírculo y chocaba por fin de lleno, limpiamente y con un sonido apagado de marfil que pega sobre marfil, contra la tercera bola, la otra de las blancas, que la estaba esperando. El jurista se erguía entonces sobre sus patas de atrás, satisfecho, se estiraba con los pulgares las tirantas, entizaba de azul la punta de su taco, inclinaba de nuevo el torso sobre el paño verde de la mesa, y volvía atacar.

Yo era incapaz. Ni massé, ni retro, ni tastás, ni bola corrida. Nada. Pues esto del referendo reeleccionista que estamos viendo ahora, y que de entrada parecía de bola a bola, se ha enredado de tal modo que se ha vuelto como una carambola de fantasía a tres bandas tacada por mí, que soy incapaz, con arreón incluido y el resbalón de la pifia, si es que las dos cosas pueden darse a la vez, que creo que no. Su pregunta mal redactada, de malabarista; sus trampas de financiación; sus violaciones de topes; sus convocatorias de medianoche a sesiones extraordinarias del Congreso; sus recusaciones; sus conciliaciones, sus inhabilitaciones mientras pasan los días y vencen los términos. Y ¡tac! Resulta que es necesario llamar a un plebiscito que sustituya el referendo para que se convoque al pueblo a votar para elegir una Asamblea Constituyente.

Cuando me di cuenta por fin de que el billar, que algunos llaman un deporte, era un juego de azar, abandoné el estudio del derecho.

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