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La guerra subterránea que se carcome a Colombia

El país ha estado en medio de un debate político. Efectivamente el paro nacional y las marchas sostenidas han volcado la atención hacia las zonas urbanas, las clases medias y los jóvenes que marchan. Pero mientras eso pasa, en varias regiones del país, se viven verdaderas batallas por el control de las economías ilegales y corredores de movilidad.

Ariel Ávila
25 de diciembre de 2019

El asesinato en Buritaca de una pareja que iba a pasar la luna de miel en Palomino, y una cabeza cortada y dejada al lado del río Nechí con un aviso que decía BVPA presente, han dejado ver un horror que se vive en el país desde hace dos años.

En total son seis las regiones que están incendiadas. La primera es la Sierra Nevada de Santa Marta, allí, hace algunos meses cayó Chucho Pachenca o Chucho Mercancía, quien comandaba la estructura de Los Pachenca, la cual era el brazo armado de la Oficina del Caribe. Su muerte trajo una reconfiguración que tenía de fondo el regreso del exjefe paramilitar Hernán Giraldo el próximo 2020. Básicamente, se creó el grupo de Autodefensas Conquistadoras de La Sierra, que se derivó de los Pachenca y llegó el grupo del Clan del Golfo.

Inicialmente, acordaron una repartición del territorio y un manejo conjunto de la troncal del Caribe, pero el acuerdo apenas duró unos cuantos días. La guerra estalló desde hace varias semanas: hay toques de queda, extorsiones y sicariatos en los municipios que componen la Sierra Nevada de Santa Marta. El gobernador electo, Carlos Caicedo, ha advertido sobre el tema, pero las autoridades militares y policiales se resisten a reconocer el fenómeno. 

La segunda región afectada es la costa Pacífica nariñense y la zona de la sierra. Hace algunos días el ELN asesinó a un disidente de las Farc llamado alias Sábalo y a varios integrantes de su familia, dicha masacre dejaba ver el nivel de disputa en toda la región. Hay municipios como El Charco o La Tola, donde literalmente no se puede salir de la cabecera urbana.

La tercera región es el Bajo Putumayo, allí, una disputa entre una disidencia venida del Caquetá llamada Carolina Herrera y un grupo conocido como Sinaloa, que se conformó con disidentes del frente 48, una banda conocida como la Construc y un grupo de narcotraficantes, están en guerra desde hace dos meses. Reclutamiento de menores, extorsiones y toques de queda se vive por todo el bajo Putumayo.  

Una cuarta región incendiada es todo el nudo de Paramillo. Es una guerra que se apaga y se prende cada cierto tiempo. Los actores envueltos en la disputa son el Clan del Golfo y el BVPA o Bloque Virgilio Peralta, antes aliados y ahora metidos en una gran disputa. Decapitaciones, empalamientos, desapariciones, son el común denominador. A esto se le suma la presencia de una disidencia, la presencia del ELN y varias estructuras del narcotráfico. La decapitación sobre el río Nechí no es la primera.

La quinta región incendiada es el Catatumbo y el área metropolitana de Cúcuta. Esta es la región, tal vez, más complicada en la actualidad, las desapariciones forzadas son bastante comunes, pero nadie dice nada. La mayoría son de ciudadanos venezolanos y una guerra intensa se vive entre el ELN y colectivos venezolanos de un lado y al otro el EPL, el Clan del Golfo y bandas locales de narcotraficantes.  Por último, el departamento del Cauca, que vive tres disputas a la vez, una al sur, la otra al norte y otra sobre la costa Pacífica. 

Lo dramático de este panorama es que el gobierno de Iván Duque parece que no existiera, hay problemas de comando y control, no hay estrategia clara a nivel territorial y, sobre todo, en lugar de combatir estos fenómenos, lo que hacen es negarlo. Su promesa de campaña y principal bandera era la seguridad y la mano dura. Pero desde la posesión del uribismo la situación de seguridad no ha hecho más que deteriorarse en el país. 

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