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La otra fauna

La historia del país es el relato de un largo e interminable saqueo. Nada le ha hecho más daño a esta nación que sus políticos, esa fauna degradante e inescrupulosa que no ha vacilado en apretar el gatillo y dejar su notable huella de sangre en “los caminos de la patria”.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
20 de septiembre de 2018

El poder no corrompe, decía en una entrevista el gran Pepe Mujica, solo deja ver lo que llevamos dentro. Es decir, devela la geografía humana, ese insondable espectro que nos define y que nos hace tan disímiles del resto de los animales. Lo que nos diferencia entonces de la otra parte de la fauna es esa enorme capacidad de discernir, de doblegar la naturaleza y ponerla a nuestro servicio. Colombia es una nación rica, tanto así que ha resistido más de 200 años de saqueo continuo, primero por las hordas armadas europeas que, en nombre un desconocido rey, llenaban sus enormes bateas flotantes con nuestro oro y, en ese proceso, asesinaron a miles de nativos. Después por los emisarios coloniales y piratas que asaltaban nuestras ciudades costeras y, luego, por esa otra horda de piratas modernos que son nuestros políticos.

Colombia ha sido, en este sentido, algo así como un pergamino que ha aguantado todo lo que se ha escrito en él. La historia del país es el relato de un largo e interminable saqueo. Nada le ha hecho más daño a esta nación que sus políticos, esa fauna degradante e inescrupulosa que no ha vacilado en apretar el gatillo y dejar su notable huella de sangre en “los caminos de la patria”. Es cierto que la historia no la deberían escribir los traquetos, como lo afirmó hace unos días en este mismo espacio Carlos Fernando Galán.  Pero, desgraciadamente, Colombia es un país de traqueto, de mafias organizadas, esos nuevos piratas que tienen como objetivo meterle mano, con apariencia de legalidad, a los contratos del Estado, a la inversión social, a la salud de los menos favorecidos para llenar sus bolsillos y beneficiar a sus socios, cercanos y familiares.

Lo del ministro Alberto Carrasquilla es solo una parte muy pequeña de un enorme océano de podredumbre. Es el resultado de unos baches profundos que se originan, desgraciadamente, en el núcleo familiar, y que, como ese mal ontológico que referencia René Girard en su estudio sobre la novela, hace su proceso de metástasis al resto de la sociedad. La educación colombiana es solo un reflejo de lo anterior porque pensar políticamente en este país es casi un delito, mucho más si ese pensamiento libre hace un giro hacia la izquierda. La educación no es, pues, aprender ese cúmulo de saberes que imparten las escuelas y universidades. Eso es solo una parte del proceso. La educación debería centrarse en el saber pensar y luego en el saber hacer. “Pienso, luego existo” no es solo una expresión retórica, sino la condensación de lo que debería ser la formación de los individuos de una sociedad, la cual el gran Descartes vislumbró hace más de tres siglos.

Si Colombia está jodida es porque sus dirigentes así lo quieren. Les es mucho más fácil tirar la atarraya en río revuelto que en la calma del océano. Hace más de diez años el desaparecido fundador de Apple, Steve Jobs, aseguró que la innovación empresarial estaba en manos de las humanidades. Es decir, en ese cúmulo de saberes que surgen de la reflexión de los hechos. La filosofía no es una disciplina de acción en el sentido estricto del término, sino de la reflexión. De ahí que se constituya en una red que conecta con todos los saberes humanos. En Colombia, sin embargo, encontramos funcionarios que afirman, sin despeinarse, que la filosofía no sirve para un carajo. Palabras más, palabras menos, es algo inasible que no permite el aumento del PIB ni sacar de la pobreza a los millones de colombianos que ellos mismos han llevado a ese estado de postración.

Si la filosofía y las humanidades fueran el centro de la acción política y, por lo tanto, de la educación, Colombia tendría un Producto Interno Bruto superior al de Suiza, Noruega o cualquier país del primer mundo, por la sencilla razón de que sus recursos naturales, a pesar del saqueo eterno, siguen siendo superiores al de cualquier país europeo. Hay que recordar que Jobs era un genio de las tecnologías, un hombre adelantado a su momento histórico que tenía la capacidad de mirar más allá de su nariz, y que los políticos que administran la república del Sagrado Corazón son seres ubicados, axiológicamente, en siglo XVI.

De manera que remitir la filosofía y las humanidades al cuarto de San Alejo de la academia no es solo una muestra del estado de degradación social e intelectual en que estamos sumidos, sino también la garantía absoluta de que estamos formando para el futuro de la nación (como esos productos que se fabrican en serie) lotes interminables de funcionarios con las cualidades intrínseca de Alberto Carrasquilla, los hermanos Nule, Samuel Moreno Rojas, Alejandro Ordóñez y una larga e interminable lista de personajes como Álvaro Uribe, María Fernanda Cabal, Paloma Valencia y muchos, pero muchísimos José Obdulio Gaviria y cientos de Pablito.

En Twitter: @joaquinroblesza

E-mail: robleszabala@gmail.com

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