Fernando Ruiz Gómez  Columna Semana

Opinión

La última semana de gobierno

Hoy se requiere que los líderes antepongan a Colombia a los intereses particulares.

Fernando Ruiz
6 de octubre de 2025

Es evidente que el Gobierno hace tiempo llegó a la conclusión de que no tiene nada que mostrar de su gestión. No se atreven a desempolvar ni el plan de gobierno prometido en la campaña, ni, mucho menos, el Plan de Desarrollo 2022-2026 aprobado por el Congreso de la República. En su ocaso, solo puede exhibir —como resultado— las primeras piedras de las nuevas universidades que prometió construir. Los analistas internacionales ya evidencian que fueron cuatro años perdidos.

Y si alguna vez hubo algún atisbo, es evidente que la semana pasada fue la última semana de gobierno. El viernes, en Ibagué, se abrió la campaña con un presidente activista, actuando abiertamente como cabeza política. También esa semana demostró lo que los colombianos debemos esperar para los siguientes largos diez meses que nos quedan.

Pero sí es tremendamente poderosa la narrativa de campaña que iniciaron con señalamientos como “los enemigos del pueblo”, buscando concitar a las masas y atraer cuanto incauto aparezca por el camino. Entre muchos epítetos efectistas —estructurados y estudiados—, califican a los otros como corruptos, opresores, explotadores y mentirosos, en lugar de hacer una verdadera introspección.

A la oposición no solamente les “lloverá” este discurso predeterminado, sino que también le calará el miedo por las pequeñas —pero muy estratégicas— manifestaciones que recorren las grandes ciudades. Estas se enfocan en sectores de clase media, en una estrategia evidente para desanimar y debilitar cualquier campaña de opositora. Este es un libreto más que probado en Venezuela, donde la polarización inducida —y cargada de violencia— llevó a una especie de estupor social que permitió la progresiva disolución de las fuerzas opositoras.

Ante el indiscutible deterioro de la imagen del actual Gobierno, ha tenido que recurrir a un tema externo como salvavidas: Palestina. A esto hay que adicionarle otros ya conocidos, usados para inspirar miedos, como la consulta popular, una constituyente y una funesta paz total, pero con la delincuencia.

Mientras tanto, la oposición se mira el ombligo y no aprende de la pasividad que permitió que llegáramos a esta deplorable situación. El centro da lástima, porque se contorsiona entre la invertebrada tibieza y la carencia absoluta de carácter. Su histórico talón de Aquiles ha sido confundir la moderación con la debilidad, y quienes podrían tener algo de tesón cargan con el peso de su propia incongruencia —aplastados por el comprobado peso de su oportunismo— y su falta de coherencia.

Por otro lado, la derecha se transformó en una pasarela de egos. Mucha altisonancia y poca prospección: parecen haberse adaptado a la cacofonía. Cada vez que el líder eyecta el diario exabrupto, todos al unísono —o en triste competencia por la primera respuesta— terminan alimentando un croar que finalmente se transforma en ruido de fondo.

Señoras y señores: Este país no aguanta cuatro años más de desastre. Este ha sido —de lejos— el peor Gobierno de la historia de Colombia. Nunca habíamos tenido una administración estatal tan desastrosa y, políticamente, la agenda ya está servida. La gente está sufriendo por la carencia de los servicios de salud; por la falta de financiación para la educación superior; por la rampante inseguridad y la pérdida del territorio. Ni hablar de los retrocesos en ciencia y tecnología, la caída de la inversión extranjera y la notoria pérdida de reputación en los escenarios internacionales. La situación fiscal del país es extrema y los colombianos están siendo afectados por esta en su vida cotidiana.

La izquierda puede poner todas las innumerables cortinas de humo que quiera, pero el pueblo no es bruto. Las interminables filas a las que son hoy sometidas la población adulta mayor y demás compatriotas para tener un acceso a servicios de salud son muy dicientes. También los familiares que mueren por falta de atención; los hijos que se han quedado sin crédito para pagar la universidad; los campesinos que ven crecer la violencia en sus campos; las familias de miles de policías que han visto degradarse el mínimo respeto por la autoridad. Súmese el incremento de la corrupción, que cruzó, como “Pedro por su casa”, las propias puertas del Palacio Presidencial. Todos estos hechos viven en la mente de millones de colombianos que presencian, día a día, la degradación de nuestro país.

Hoy se requiere que los líderes antepongan a Colombia a los intereses particulares. Solo ahora estamos a tiempo de detener la hemorragia de ese paciente traumatizado. Si no son capaces de hacerlo, es mejor que se hagan a un lado o que se vayan al extranjero a escribir sus memorias.

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