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Las espuelas del terrorismo

Por su improvisación, las medidas que los gobiernos toman contra ataques sangrientos como el de Madrid, fortalecen tanto a los terroristas como a los agentes secretos que los combaten. Pero, ¿cuál de los dos amenaza más nuestros derechos? O ¿Por qué la seguridad se postula como la meta principal de las democracias contemporáneas?. Fernando Estrada, investigador de la Universidad Industrial de Santander, analiza la situación.

Semana
14 de marzo de 2004

Por su improvisación, las medidas que los gobiernos toman contra ataques sangrientos como el de Madrid fortalecen tanto a los terroristas como a los agentes secretos que los combaten. Pero, ¿cuál de los dos amenaza más nuestros derechos? O, ¿por qué la seguridad se postula como la meta principal de las democracias contemporáneas?

Terrorismo en Madrid

Lo sucedido en Madrid es escalofriante. Ahora todos vivimos en el centro de la amenaza. Un terrorista solitario puede acabar con nosotros en el tren de pasajeros o en el autobús. Y si no nos alcanza en un centro comercial, puede atentar contra nuestra familia en una esquina de la calle.

Vuelven a recrearse los personajes de Joseph Conrad. El agente secreto describe cómo un profesor merodea por las calles de Londres con la mano en el bolsillo apretando una pelota de goma, el detonador de una bomba suicida: "Caminaba frágil, insignificante, andrajoso, abyecto y terrible en la simplicidad de su idea, llamando a la locura y a la regeneración del mundo. Nadie lo miraba. Pasaba insospechado y letal, como una plaga en la calle llena de hombres".

O como lo expresa el presidente Uribe, con la prosa menos memorable de la doctrina de la seguridad democrática: "Todos los habitantes del mundo debemos repudiar esta venenosa mancha sobre la humanidad". José María Aznar ha declarado una guerra a muerte contra las bandas terroristas. Y Bush emplea toda la capacidad de orden bélico de la primera potencia contra las "huestes del mal".

Seguridad y libertad

Una sombra recorre la atmósfera de la opinión pública mundial. El peligro y el riesgo subyacen juntos contra cada persona, y los medios de comunicación contribuyen a magnificarlos. ¿No tienen efectos grandilocuentes las repetidas imágenes de los cuerpos mutilados? Frente el daño causado, el repudio y la sed de una gran venganza universal. Pero también una pregunta difícil es si la "guerra contra el terrorismo" no arrastra consigo una grave amenaza contra nuestras libertades.

Naturalmente, los horrores de Madrid, Bogotá, Balí y Nueva York no fueron un video, ni un espectáculo de luces para una pasarela de modas. Las nuevas tecnologías facilitan al terrorista las oportunidades extraordinarias de hacer llegar el mal hasta la intimidad. Al personaje central de Conrad le mortificaba el pensamiento de que transcurrirían veinte segundos completos entre el momento en que estrujara la pelota de goma y la explosión de la bomba suicida.

El enemigo invisible

Temía que sus acciones sólo se llevasen unas pocas personas. Preocupado por la cantidad aritmética. Pero no hubo tal problema en la estación de Atocha en Madrid: 190 muertos y 1.400 heridos. De un solo golpe, 1.590 inocentes. En los campos minados de Colombia se esparcen bombas que trituran en segundos las piernas de humildes pobladores. Las Farc y las Autodefensas manejan tanta tecnología de guerra, que ahora lanzan balas con estiércol de marranos y gallinas.

¿Quién mató realmente a Jaime Garzón? ¿Quién acabó con la vida de los pescadores de la Ciénaga Grande? El dato obvio, transfiriendo la versión moderna del Agente Secreto, es que es increíblemente difícil de encontrar. Se llama Carlos Castaño. Pero se escurre entre los medios como la más inocente víctima de la violencia.

Una de las razones para que José María Aznar señale enfáticamente a ETA como responsable directa de la masacre en Madrid es la premisa de una guerra convencional que ofrecería razonables probabilidades de triunfo. Pero es una premisa muy débil.

El presidente Uribe nos dice que debemos librar una guerra de dos frentes en uno: contra las Farc y contra el terrorismo internacional. Según esta dirección, la línea del frente bifronte está definida. El problema es que la almendra de nuestro terrorismo, su cúpula, es 'invisible'.

Atacar las causas

El caso es que nuestra guerra contra el terrorismo no se puede ganar si seguimos haciendo caso omiso de sus causas subyacentes. Para no perdernos en alegatos semióticos, terrorismo y violencia hacen parte de un mismo nodo de la red. La tarea es buscar soluciones a los crecientes resentimientos. La firmeza para atacar al autor de un atentado debe ser análoga a la política de consenso democrático para resolver problemas de inequidad social.

Siendo, como parece, que los atentados en Madrid pueden provenir de los grupos extremos islamistas, ¿cómo reaccionar con instrumentos que no provoquen mayores desastres humanitarios?

Tenemos a los terroristas

Aunque se expurgaran los países de su reproducción, siempre habrá individuos solitarios violentos, incapaces de tolerar la vida en un mundo pacífico. Por esto Uribe habla de ser duros contra el terrorismo. Y tiene razón, pero eso no es todo.

Límites de la inteligencia

¿Cómo ser duros contra un enemigo invisible? Es una pregunta que hemos de tomar con calma por los lugares comunes que hallamos en las respuestas. El enemigo está tan cerca y tan lejos. Se dice que tenemos mayor inversión ahora en inteligencia encubierta y un hábil despliegue de fuerzas policiales y militares.

Las ciudades se protegen con cámaras ocultas para detectar a los delincuentes, cientos de ojos electrónicos y policías vigilando. La crisis de seguridad ciudadana se interpreta como una crisis de identidad.

Aznar exalta el papel de la inteligencia en las guerras de ambos frentes. Al gobierno Bush se le pasaría una cuenta política por los gastos en defensa. Uribe afirma una necesidad de unir fuerza e inteligencia contra el terrorismo. Tony Blair favorece las ventajas de una inteligencia transatlántica después del 11 de Septiembre.

Un Estado Leviatán

Con lo sucedido en Atocha, Madrid, la pregunta resurge de nuevo: ¿cuánta vigilancia se necesita para contener la amenaza latente del violento o el terrorista? Y reaparece el personaje del relato de Conrad. Un solo individuo basta para hacer explotar a cientos, y muchos para frenar su peligrosa presencia. Por esto la tendencia a privilegiar un Estado con cara de Leviatán, justificado para ejercer su tiranía por la barbarie potencial del enemigo terrorista.

En otro espejo, lo que vive el mundo técnicamente, fue aquello que 1984 de Orwell describió con tanta maestría. La venganza de las víctimas encarnada por un Estado que despliega todas las antenas para escuchar cualquier rumor de ataque. Entonces los gobiernos se convierten en los nuevos espías de los ciudadanos. Por muy absurdo que parezca, en el caso colombiano, hacia allá marchan proyectos de ley como el estatuto antiterrorista o la iniciativa del ministro de Defensa sobre la ley de empadronamiento.

Rodear la Constitución

En circunstancias tan difíciles, es verdad, cuesta mantener el equilibrio entre la libertad y la seguridad. Dados a escoger por medio de un opinómetro, esa cosa ligera para encuestar con respuestas prefabricadas.

Ya sabemos. Y es una inclinación apabullante de las grandes cadenas de los medios, poner a decir a la gente lo que quieren que la gente diga: seguridad, seguridad, seguridad. Pero siempre podemos dudar que sea la única salida. ¿Cómo mantener el equilibrio entre ambas?

Toda España lo ha dicho con el rey Juan Carlos. En la "guerra contra el terrorismo", debemos mantener fidelidad por la Constitución y la libertad. La mejor resistencia que se puede ofrecer a los agentes de la no libertad es seguir teniendo sociedades libres, abiertas, deliberantes. Ni siquiera cuerpos secretos encubiertos que asaltan la privacidad en nombre de la lucha contra el terrorismo podrían impedir que esas redes tenebrosas atacaran de nuevo. Ni tampoco podrán eliminar el riesgo del atacante solitario.

Cálculo de probabilidades

ETA o las milicias extremistas islámicas. Algunos analistas especulan sobre la autoría del acto terrorista. España entera rodea a sus gobernantes, su Constitución y sus libertades. La firmeza contra quienes desprecian la vida de sus semejantes en actos de barbarie es contundente.

Pero también parece cierto, sin ceder a la complacencia, que el peligro real que representa el terrorismo internacional para la mayoría es todavía relativamente pequeño. Se presagian acciones semejantes a Atocha durante los próximos meses.

Hacer una elección siempre demanda comprometer los costos del riesgo. Más seguridad y menos libertad. Pero en este caso, el desequilibrio parece claro. Si la equivocación va en otro sentido, sacrificaríamos demasiada seguridad a cambio de ganar muy poca libertad. Coloque usted el asunto en otra perspectiva. Si le dan a escoger la probabilidad de 1 en 10.000 de ser volado en pedazos por un terrorista, o una probabilidad de 1 en 10 de que sus datos de empadronamiento en una notaría sean leídos por un testigo de la Fiscalía. ¿Cuál opción escogería?

*Investigador y profesor de la Universidad Industrial de Santander

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