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Los acontecimientos

Con Alvaro Uribe nunca se sabe: lo escribí aquí mismo hace varias semanas: creímos todos que era un tipo serio y ha resultado un insensato

Antonio Caballero
10 de noviembre de 2003

A Harold McMillan, que fue primer ministro inglés hace unos cuarenta años, le pidieron una vez que definiera lo que más podía molestar e incomodar a un político. Y dijo: -Events, dear boy, events. (Los acontecimientos, querido, los acontecimientos).

O sea la realidad, que es terca, como aseguraba Lenin: un político en las antípodas ideológicas del conservador y tradicionalista McMillan. Las cosas que pasan. Al presidente Alvaro Uribe Vélez le está tocando ahora experimentar en carne propia la verdad de las observaciones de Lenin y de McMillan. Los acontecimientos, a la vez erráticos y tercos, se le están saliendo de las manos. A él, que tenía sus planes también hechecitos hasta el último detalle: apretada la cincha, bien puesta la baticola, ajustada la barbada. Sus ministros nombrados para cuatro años irrevocables, publicada su crónica de un referendo anunciado, prometidas las reformas políticas, explicada la política económica y pactada con el Fondo Monetario. Y entonces ¡zas! no se cumplen las condiciones impuestas por el FMI, con lo cual renuncia el ministro de Hacienda Roberto Junguito. Y luego ¡zas! el referendo es cambiado primero por el Congreso y después mutilado por la Corte. Y luego ¡zas! resulta minuciosamente derrotado, de pe a pa, por los votantes. Y Luego ¡zas! el único candidato antiuribista gana la Alcaldía de Bogotá. Y luego otra vez ¡zas!: el superministro de todo, que era Fernando Londoño y pensaba durar ocho años en su cargo, tiene que renunciar acorralado por su propia imprudencia y su propia arrogancia, y encima lo condenan a pagar una multa millonaria (aunque modesta, dada la magnitud del caso) por corrupto.

(Considerando la tan alabada astucia de Londoño, ¿será que el estruendo de la renuncia tiene el propósito de ocultar la polvareda del escándalo de la multa?)

Y por añadidura en el campo de batalla, que es por excelencia el terreno de la incertidumbre, tampoco están saliendo las cosas como Uribe las tenía planeadas y previstas. La Ministra de Defensa ha resultado un paquete que, lejos de poner en limpio las cuentas turbias de los militares, y de barrer con su escoba los cuarteles y racionalizar el gasto, lo ha disparado sin más resultados prácticos que el de enemistarse con toda la cúpula de los generales. Al Presidente, si montara un circo, le crecerían los enanos.

Events, dear boy.

Y entonces Uribe, tan errático como los propios acontecimientos, responde a la renuncia del superministro Londoño nombrando superministro (Interior y Justicia) a Sabas Pretelt, presidente de la Federación Nacional de Comerciantes. En vez de un duro, un blandito, y en vez de un copete, una calva: pero tan parlanchín el uno como el otro. Había sido una insensatez, en primer lugar, nombrar un solo ministro para dos cargos contradictorios (salvo que se quisiera, como en realidad parece ser que quiere el Presidente, acabar del todo con la poca justicia que hay en Colombia). Y otra insensatez escoger para eso a un hombre como Londoño, tan amigo de hacerse enemigos. Pero ¿Sabas Pretelt, tan amigo de hacerse amigos? Parece una tercera insensatez.

Digo que "parece", porque lo cierto es que con Alvaro Uribe nunca se sabe nada. Lo escribí aquí mismo hace ya varias semanas: creímos todos que era un tipo serio, y ha resultado ser un insensato. De sobra él nos lo advirtió: "¡Que allá vooy y que soy un Uribe!", nos dijo. Y no le hicieron caso, y lo eligieron, y así estamos. ¿Un loco? Toda la gente del poder acaba loca, en mayor o menor grado. Pero este Presidente lleva apenas un año (y hace yoga y toma unas agüitas).

Que Dios nos tenga de su mano. Y a ver qué nos reservan los acontecimientos.

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