
opinión
Los enredos con Rusia
¿No será que, en medio de bendiciones, palios y velas de los popes de la iglesia ortodoxa rusa, Putin tiene el signo indeleble del régimen soviético?
Hacía tiempos que no teníamos problemas con Rusia. Ahora, con ocasión de las censuras que el presidente Duque le ha formulado por la invasión a Ucrania, de la cooperación militar rusa con Venezuela, de los personajes rusos que han sido sorprendidos colaborando con la llamada primera línea y de la confrontación en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la situación se ha complicado. Se habla incluso de la posibilidad de un rompimiento de relaciones entre los dos países.
En su intervención ante el Consejo de Seguridad, en el informe sobre la implementación del proceso de paz en Colombia, el presidente Duque se lució ante una intervención del embajador ruso al respecto. Fue un buen cierre para su gestión internacional.
Sin embargo, en Bogotá tenemos a una burócrata latinoamericana de la organización actuando como una especie de virrey –ni siquiera como virreina- en el tiempo de la colonia. ¡Qué le vamos a hacer!
Con ocasión del Bogotazo, del 9 de abril de 1948, Colombia rompió relaciones con la Unión Soviética por considerar que estaba involucrada en el asesinato de Gaitán y en los disturbios subsiguientes.
En Estados Unidos, entre tanto, el execrable “macartismo” estaba en su furor. Cualquiera corría el riesgo de ser acusado de comunista y por consiguiente de ir a parar a la cárcel. Los regímenes militares de extrema derecha estaban en boga en América Latina ya que eran una garantía anticomunista para Washington.
El restablecimiento de relaciones con la Unión Soviética se realizó en enero de 1968 durante la administración de Carlos Lleras Restrepo, cuando el país discretamente comenzó a mirar hacia otros rumbos. Posteriormente, durante el gobierno de Virgilio Barco, se dio el paso de reestablecer relaciones con todos los países de la Cortina de Hierro en plena Guerra Fría. Fue un escándalo.
Las relaciones con Rusia, después de la caída del socialismo, siguieron viento en popa. El entonces ministro de defensa Juan Manuel Santos y posteriormente el entonces vicepresidente Francisco Santos viajaron a Rusia para tratar la compra de armamentos y equipos rusos para nuestro país.
Ya era un hecho que el presidente de Venezuela Hugo Chávez había decidido continuar, como era costumbre en su país, la compra de armamentos, pero no de fabricación norteamericana para evitar el manejo político del tema de parte de Estados Unidos, sino rusos. No era el primer país que trataba de hacerlo.
La circunstancia de que no fueran norteamericanas las armas que compró Venezuela generó prevenciones en Colombia. Habría que saber si en caso de que estas hubieran sido norteamericanas, como sucedió con los F-16 vendidos en plena crisis de la corbeta Caldas, hubiera existido la misma inquietud.
Rusia estableció vínculos muy especiales con Nicaragua, en pleno pleito sobre el archipiélago de San Andrés. Un sofisticado buque de guerra visitó Nicaragua y Ortega lo consideró con razón como un respaldo a sus pretensiones sobre San Andrés. El Gobierno de Colombia le solicitó a Rusia que sus buques no navegaran en las áreas marítimas que Venezuela había incorporado como sus zonas vigilancia en el Caribe. Rusia cumplió.
Más tarde se presentó el incidente de un avión de combate ruso que sobrevoló el mar territorial de uno de los cayos del archipiélago de San Andrés y recientemente se habló de armamento y equipo ruso en la frontera colombo-venezolana.
La comunidad internacional había pensado que el régimen comunista de la Unión Soviética había terminado y que ahora lo que existía era un personaje que, con el síndrome de Pedro El Grande, ha invadido a Ucrania.
¿No será que, en medio de bendiciones, palios y velas de los popes de la iglesia ortodoxa rusa, Putin tiene el signo indeleble del régimen soviético?