NARCOTRAFICO Y PIEDRACIELISMO
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Nadie pone en duda que la guerra contra la mafia del narcotráfico debe llegar hasta el final. La pregunta es, sin embargo, la de si la forma como ésta se viene llevando a cabo es acertada. Y para responderla sólo hay que mirar los resultados que ha arrojado hasta el momento, con la valentía que a veces requiere la decisión de no decirnos mentiras: los grandes capos se han esfumado entre la bruma de la geografía internacional, los capos medianos y pequeños continúan en ascenso protegidos por el anonimato, se ha agudizado la crisis cambiaria en el país, decenas de inocentes animalitos están amenazados por la espantosa perspectiva de morir tarde o temprano de inanición, y las millonarias propiedades de los mafiosos han quedado abandonadas, sin que juridicamente el Estado colombiano tenga posibilidades de apropiarselas para evitar que permanezcan ociosas.
La razón de que la valiente lucha emprendida por el gobierno contra el narcotráfico haya producido hasta el momento tan pobres resultados se debe a que, a raíz del asesinato de Rodrigo Lara, ésta terminó asumiéndose de una manera completamente sentimental.
Esto determinó, entre otras cosas, que una lucha que debía enfrentar a la ley contra el delito, al derecho contra la injusticia, se transformara en una lucha eminentemente política contra los grandes capos del narcotráfico. Ellos, a quienes al fin y al cabo todos podiamos desde hace tiempo señalar con el dedo, venían viviendo empotrados en nuestra sociedad bajo una curiosa tolerancia patrocinada por el mismo gobierno y por los propios ciudadanos.
No nos digamos mentiras: si Al Capone, capo de capos, cayó por una cascarilla tributaria, Pablo Escobar habría podido caer hace mucho tiempo por cualquier disculpa semejante. Pero no sólo no se le tendió la trampa, sino que hace dos años llegó incluso a decretarse una amnistía tributaria tendiente principalmente a propiciar que fortunas como la suya quedaran legitimamente integradas al patrimonio nacional.
Los colombianos "buenos", entre tanto, veníamos comprando afanosamente dólares (y que alce la mano el que no tenga por lo menos uno en su mesa de noche), que traían al país los colombianos "malos"; y lo hacíamos con la finalidad, bien de volverlos a exportar, que es como los más ricos esperaban poner a salvo sus fortunas de una catástrofe interna, o bien para comprar unos cachivaches en Miami, que es como los más pobres consentíamos nuestras esperanzas. Los grandes capos, en cambio, no estaban interesados en comprar dólares, sino en vendernoslos a los colombianos "buenos", porque el sentido natural de sus millonarias fortunas se expresaba mejor en pesos en la medida en que aspiraran obtener una aceptación social para el derecho de disfrutar su riqueza.
Como el menos grave de dos males, esta tolerancia hacia los grandes capos existía para evitar la catastrófica posibilidad de que terminaran arrancando de un tajo las grandes inversiones realizadas en la economía nacional, pero se enredó cuando por desgracia esta tolerancia comenzó a dar paso a una conciliación moral y social con su existencia.
Ahora la amenaza del intempestivo retiro de estos dineros de la economía nacional pende como espada de Damocles, sin que por lo menos exista la esperanza de que pueda sacarse alguna jugosa tajada de las propiedades que habían comprado los "narcos" con sus dineros insanos. Porque, según el Estatuto Nacional de Estupefacientes, la única posibilidad jurídica que le queda al Estado es embargar dichas propiedades para luego rematarlas, y con el producto de tal remate pagar las multas que la ley estipula para esta clase de delitos, cuyo máximo es la jocosa suma de 10 millones de pesos. El remanente, oigase bien, tendrá que devolverse por disposición legal a los narcotraficantes, con lo que el Estado les habrá solucionado espectacularmente su ocasional problema de iliquidez.
La única que parece no haber sufrido nada en esta feroz guerra, y que entre otras cosas parece ser la más factible sospechosa del asesinato del Ministro Lara, es la mafia emergente. Asi que, de continuar tan sentimentaloide guerra contra el narcotráfico, este renglón de mafiosos medianos y pequeños continuará tranquilamente su carrera hacia la cumbre. El combate debe abandonar su carácter militar y recuperar nuevamente el policivo, con lo que quiero decir que nada vale combatir el narcotráfico con un "pánzer" enfilado hacia un enemigo desconocido, cuando a través de un servicio de inteligencia adecuadamente infiltrado y de una administración de justicia eficaz, la labor podría comenzar desde el desenmascaramiento de los jíbaros, y de ahí en adelante hasta la punta de la pirámide.
Ahora que tantos políticos y columnistas han terminado de brillar con detestable oportunismo bajo la égida del sacrificio de Rodrigo Lara, es hora de detenernos un momento a reflexionar: la mafia colombiana jamás será derrotada con un concepto piedracielista de la guerra que le hemos declarado. Y así se vuelva menos emocionante, esta lucha debe recuperar su carácter impersonal, abandonar su lenguaje político, y regresar lo más pronto posible al ambito de la vida real, donde asesinos, ladrones, evasores de impuestos y narcotraficantes comparten el mismo costal de inmoralidad.