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¿Negros o colombianos?

César Rodríguez, de Dejusticia, sostiene que la afirmación de la identidad negra no va en contravía de la colombianidad.

Semana
2 de junio de 2007

Curiosa forma de celebrar la de los colombianos. Festejamos el día de la mujer reforzando el cliché machista de regalar rosas a las secretarias a las que se les paga el mínimo, el día del trabajo descansando y el día de la raza recordando con nostalgia aprendida la llegada de los conquistadores que arrasaron con la raza que aquí existía. Lo que faltaba era que celebráramos la semana de la afrocolombianidad, que acaba de pasar, dándole sermones a la población negra. Esto es justamente lo que hicieron algunos columnistas en sus escritos sobre la ocasión.

Para la muestra dos botones. Eduardo Posada Carbó, juicioso historiador y columnista de El Tiempo, festejó la semana exaltando la carrera de afrocolombianos que han llegado a puestos destacados, desde ministros hasta congresistas. Esos casos, sugiere Posada, prueban que el sueño colombiano también está abierto a los negros siempre que estos adopten visiones “con profundas inspiraciones colombianas, alejadas de la cultura de guetos étnicos propiciada en círculos de Estados Unidos”. Mejor dicho: siempre que cambien el cuento de la identidad propia y se integren de una vez por todas a la nación colombiana. Y que dejen de concentrarse en el pasado de la discriminación y miren el futuro de las oportunidades aprovechadas por los que lograron el sueño colombiano.

Para allá va también otra columnista electrónica de El Tiempo, Ximena Gutiérrez. Para ella, “cuando se trata de reclamar sus derechos, los negros en Colombia no la tienen muy clara”. Porque, entre otras cosas, “sus argumentos parecerían ir en contravía de los principios de integración”. Otro regaño a los afros, negros, raizales y palenqueros que insisten en denunciar la discriminación, exigir reparaciones, y reforzar su identidad cultural y su acción colectiva.

Por supuesto que Posada y Gutiérrez tienen razón en resaltar la identidad nacional y en decir que los problemas de los afrocolombianos no les incumben sólo a estos. Al fin y al cabo, el racismo secular colombiano no tendrá fin mientras que los reclamos de sus víctimas no convenzan a los victimarios –es decir, a nosotros, los blancos y mestizos que dominamos todos los espacios, incluidas las columnas de opinión–.

Pero de ahí a prescribirle a la población negra la receta de la integración hay mucho trecho. ¿Con qué autoridad moral podemos condenar la “cultura de los guetos étnicos” cuando los guetos no son más que los espacios donde el racismo confinó a la población negra, desde los townships surafricanos y el Harlem neoyorquino hasta el barrio Aguablanca en Cali o el Nelson Mandela en Cartagena? ¿Cómo se puede construir una identidad nacional sólida sin enfrentar el problema histórico de colombianos relegados a ser ciudadanos de segunda por su color de piel? ¿Cómo pueden los negros movilizarse colectivamente y construir una nación multicultural sin recuperar y fortalecer su identidad?

Así que para celebrar en serio la afrocolombianidad hay que comenzar por hablar claro sobre el racismo y construir sobre la base de la aceptación colectiva del problema. Según cifras de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, las tasas de analfabetismo y de mortalidad infantil entre los afrocolombianos son tres veces más altas que las del resto de la población, el 76 por ciento vive en la extrema pobreza, y sólo 2 por ciento llega a la universidad. Cuando la mayoría de los negros siguen en la olla, concentrarse sin más en los casos excepcionales de quienes salieron de ella y criticar la “mentalidad de gueto” es como tapar el sol con una mano.

Lo que está en juego es mucho más que una visión sobre la celebración o sobre la afrocolombianidad. Porque detrás de la crítica a los guetos podría colarse, sin querer, la condena a las políticas de reparación a las poblaciones negras. Basta ver la campaña de algunos opositores de la “mentalidad de gueto” en Estados Unidos contra las cuotas especiales y otras políticas de acción afirmativa que buscan promover el acceso de los afros a los espacios de los que han sido excluidos, desde los cargos públicos hasta las universidades. Lo que olvidan los críticos es que, como lo mostró hace poco un libro del historiador Ira Katznelson (“Cuando las acciones afirmativas eran blancas”, Norton, 2005), las acciones afirmativas sirven como contrapeso a las políticas que durante siglos privilegiaron deliberadamente a los blancos y mestizos en Estados Unidos y en otras partes del mundo.

Así que bienvenido el festejo de la afrocolombianidad y de la vida de quienes han llegado lejos. Pero primero pongámonos serios con la situación de la mayoría que sigue en la olla.


*Profesor de la Universidad de los Andes y miembro fundador de Dejusticia.

DeJusticia es un centro de pensamiento creado en 2003 por un grupo de profesores universitarios, con el fin de contribuir a debates sobre el derecho, las instituciones y las políticas públicas, con base en estudios rigurosos que promuevan la formación de una ciudadanía sin exclusiones y la vigencia de la democracia, el Estado social de derecho y los derechos humanos.

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