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Nombren a Ordóñez y no me jodan

Se hará íntimo de Trump, a quien enseñará trucos para que no lo destituyan.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
1 de septiembre de 2018

Escribí un trino en que me quejaba del nombramiento de Alejandro Ordóñez como embajador ante la OEA, entidad que defiende los derechos que él suele atacar. Y desde varias cuentas uribistas me criticaron con rabia: “Se queja del nombramiento de Ordóñez pero no dice nada de los violadores de la Farc, enmermelado?”; “Y de la far qué dice, payaso!!”; “pena debería darte, guerrillero”.

Las reacciones me hicieron reflexionar. Siempre me he quejado de los horribles crímenes que cometieron las Farc, y apoyé el proceso de paz precisamente por eso: porque el proceso es la fórmula más eficaz para que no se repitan. Pero a lo mejor no me había expresado de manera clara, de modo que volví a redactar mi protesta:

“Me repugnan los crímenes de las Farc; dicho esto, no estoy de acuerdo con el nombramiento de Alejandro Ordóñez en la OEA”, redacté. Y lo lancé al ciberespacio.

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Nuevamente me abrumaron las reacciones: “Pero de los niños de La Guajira no decís nada, no, vagabundo?”, me reclamaba uno. “Típico del mamerto”, escupía otro.

Y sí: visualizaba a Alejandro Ordóñez en Washington, y me espantaba. Finalmente, se trata del mismo hombre que, hace apenas meses, acusaba a la OEA de haberse convertido en una guarida de izquierdistas que querían que Colombia se convirtiera en otra Venezuela: hagan de cuenta una republiqueta tropical con caudillo que impone sucesor a dedo.

Pero semejante angustia no era disculpa para dejar de lado la situación de La Guajira, de modo que escribí de nuevo: “Me repugnan los crímenes de las Farc y lamento la muerte de los niños de La Guajira; dicho esto, no estoy de acuerdo con el nombramiento como embajador de Alejandro Ordóñez”. No alcanzaba a especificar que en la OEA, pero se sobreentendía.

“Le molesta lo de Ordóñez pero calla ante posible alineación de Estefan Medina, payaso!!”, fue la primera respuesta que recibí.

Lo agregué. “Me repugnan crímenes de las Farc, lamento muerte de niños en La Guajira y no quiero a Estefan Medina en la selección; dicho esto, no estoy de acuerdo con el nombramiento de Alejandro Ordóñez”.

Pero tampoco sirvió: me regañaban por callar sobre Odebrecht; por callar sobre Maduro. “Usted qué dice si votó en blanco”, me reclamó una señora cuyo avatar tenía una abeja. “Vive enamorado de Uribe, hasta marica será”, dijo otro, sin aclarar quién lo sería, si Uribe o yo; “y su tío qué”, me atacó uno más. Y alguno incluso me dijo que el Chocorramo había subido de precio ante mi silencio cómplice.

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¿Así de difícil resultaba criticar el nombramiento de Ordóñez? Sin embargo, imaginar al exprocurador en las calles del D. C., caminando con un bidón de gasolina en dirección a la Librería del Congreso, impedían mi rendición. Lo pienso y me da vergüenza con don Luis Almagro. Discúlpenos desde ya, don Luis, me daban ganas de decirle: discúlpenos cuando nuestro embajador convoque una quema de la Carta Democrática Interamericana, ya no en el parque San Pío, sino en el Obelisco; cuando trate de impedir que Bush padre reciba la eutanasia, en caso de que la necesite; cuando sancione a Obama por satánico. ¿Cómo será el papel de Ordóñez en la OEA? ¿Casará a una hija en una fiesta sencilla organizada en la National Cathedral, con adornos de oro antiguo y lluvia de sobres (con dólares) de por medio? ¿Nombrará a familiares de Iván Duque como agregados diplomáticos, para alargar su permanencia en la embajada? ¿Correteará a los asistentes a la marcha gay por Dupont Circle, envuelto en una sábana y con una tea ardiente en la mano?

Por eso, y solo por eso, insistí de nuevo en mi trino: en mi crítica fundamental sobre aquel fundamentalista que se negará a visitar el Museo del Holocausto, el muy negacionista; y que se convertirá en íntimo amigo de Donald Trump, a quien enseñará trucos para que no lo destituyan. Esos son nuestros hombres en Washington: Pachito Santos, cuyo mayor mérito diplomático ha sido pedir que electrocuten estudiantes; y Alejandro Ordóñez, que quemaba libros “por pedagogía”. A lo mejor les ofrezcan a ambos dictar cátedra en la Universidad de Georgetown.

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Redacté entonces la retahíla de mis quejas, pero me excedía en caracteres y tuve que editarlo: “Rechazo Farc, lamento niños guajiros, abajo Odebrecht, abajo Estefan Medina, abajo precio de Chocorramo, mal Maduro, mi tío qué y voté en blanco pero digo no a AO en OEA”.

Pero el trino era imposible de comprender. Parecía redactado por Enrique Peñalosa, quien esta semana compartió unas apreciaciones sueltas sobre las licuadoras luminosas que no paran el tráfico ni usan escoltas.

Rojo, entonces, por la impaciencia, fundido de tantos esfuerzos agobiantes, permití que los dedos pensaran por mí: “Nombren a Ordóñez y no me jodan más”, escribí. Y mandé el mensaje. Acto seguido cerré el computador y salí a caminar para olvidarme de todo. Allá Duque si comete el oso internacional de nombrar a semejante troglodita en la capital mundial de los derechos: que sea su problema. En el camino me compré un Chocorramo y me lo comí sentado en un tronco. En honor a Estefan Medina.

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