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Padre Chucho: exorcice a Ernesto Macías

–Deja a ese cuerpo en paz, maldito demonio –exclamaría Chucho, como si exigiera a Uribe que no le haga más sombra al gobierno de Duque.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
11 de agosto de 2018

Sé que Colombia es una nación seria y soberana en la que, en una misma semana, el alcalde de una ciudad condecora a una robot; un exgeneral condecora al padre de la Cienciología; el senador más votado renuncia a su curul, y acto seguido renuncia a su renuncia; y cae una madame a la que apodan con el original alias, adivinen cuál, sí, de la Madame.

Ya nadie se esfuerza. Al menos a Álvaro Uribe uno de los testigos lo llamaba el Caparrudo, que ya es algo. Porque en un país decente, los alias deben ser alias, precisamente: apodos judiciales. No señas ni descripciones. Había un paramilitar al que llamaban el Canoso. Podría ser cualquier persona: el propio Uribe, aún el presidente Duque. Y existe otro más, de moda por estos días, al que llaman el Tuso, seña que le cae a cualquiera, desde Ómar Pérez hasta Matador. Es muy uribista el uso de alias con referencias a la situación capilar: el Canoso, el Tuso, alias la Mechuda.  Se añoran los tiempos de la Monita Retrechera. Pero llamar madame a una madame muestra los extremos de descomposición creativa a los que hemos llegado.

Dentro de las noticias rutinarias que expele Colombia en una misma semana, digo, cupo otra más: que alias el Padre Chucho haría un exorcismo en el Palacio de Nariño.

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En un primer comienzo, la noticia me pareció innecesaria: para evitar que en Palacio haya malas energías, bastaría con impedir que lo adscriban a Electricaribe. ¿Sería, acaso, el joven presbítero Jesús Hernán Orjuela nuevo alto comisionado para asuntos del más allá, la renovación generacional de alias el Curita?

La imagen de ese Maluma de la fe, de ese Chayanne eclesiástico que, crucifijo en mano, y seguido de cerca por Jorge Mario Eastman, espanta el fantasma del castrochavismo dejado por Santos, podría ser parte del nuevo escudo nacional:

–¡Afuera, presencia maligna! –ordenaría.

–Primero que todo, no es una presencia maligna– terciaría el doctor Jorge Mario–: es Paloma Valencia. Y segundo, no está poseída: ella siempre habla así. 

Pero el propio Chucho se encargó de desmentir el titular que él mismo había publicitado: era falso que sería el protagonista de la posesión, ya no presidencial, sino demoniaca. Y la noticia de la semana, después de todo, fue el ascenso presidencial del hasta hace poco desconocido Iván Duque, y la forma en que lo opacó el de-satinado discurso del presidente del Congreso, el bachiller Ernesto Macías, quien por poco termina arengando como si no estuviera en un evento solemne.

– Deja a ese cuerpo en paz, maldito demonio –exclamaría Chucho, como si aquella fuera manera de exigir al expresidente Uribe que no haga más sombra al gobierno de Duque.

Dentro de los invitados al acto, brillaron por su ausencia los protagonistas de la semana: la robot Sophia, el presidente de los cienciólogos y alias la Madame, aunque de aguna manera estuvo presente, porque había tantos invitados provenientes de la derecha rancia y católica, que suponía uno que la lista de invitados, y la de sus clientes, era la misma. Siempre sucede de ese modo. Mientras más moralista el personaje, más asiduo cliente de la madame.

–Ajá, docto, ponga las calzonarias y el corbatín allá, y siga al fondo…

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Pese al triste detalle de esas ausencias, el evento estuvo marcado por la presencia de personajes internacionales tan importantes como el primer ministro de Curazao, ante los cuales el senador Macías no solo lavó nuestros calzoncillos sin pudor alguno, sino que les inventó varias manchas. Dios mío, qué discurso. Creía que estaba en el establo del Ubérrimo. Convirtió la más solemne ceremonia de la democracia en un volcánico vómito de odios. Por fortuna, no recordó hechos de 2010 hacia atrás: el DAS, Agro Ingreso Seguro y tantos otros excesos que habrían obligado a retirarse al mandatario de Curazao, aterrado de permanecer más tiempo en semejante republiqueta.

Su intervención opacó la del presidente quien, si bien no aprovechó la ocasión para mandar saludos de Uribe y de Pastrana a los concurrentes, como era la expectativa, ni utilizó la florida tarima para hacerse admirar durmiendo una pelota en la frente, tocando una guitarra y ejecutando con su mujer una voltereta extraordinaria en medio de un merengue, pronunció unas palabras centradas que proponían la unidad que el licenciado Macías acaba de volver trizas.

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No tengo nada contra el señor Macías. Valoro su capacidad intelectual, su sentido de la oportunidad, sus méritos rutilantes para ser presidente del Congreso. Pero urge invitar al padre Chucho a que lo exorcice de una vez, y a que, de paso, exorcice también al ala radical del uribismo, encabezada por el propio Uribe: no en vano, todos ellos representan el principal riesgo para que el gobierno de Duque tenga éxito.

– Deja a ese cuerpo en paz, maldito demonio –exclamaría Chucho, como si aquella fuera manera de exigir al expresidente Uribe que no haga más sombra al gobierno de Duque.

–Me siento moralmente impedido para hacerlo –respondería el espectro.

Pobre el presidente: los del Centro Democrático continúan incendiando el barco como si quien estuviera en el timón no fuera un miembro de su partido. Ojalá consiga aprobar su paquete legislativo, que a estas alturas no sabe uno si es un conjunto de propuestas o el nuevo alias del senador Macías.

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