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(Palabras pronunciadas con motivo del Premio Planeta de Periodismo)

Antonio Caballero
3 de enero de 2000

Señoras y señores:
Quiero darles las gracias a todos ustedes por haber venido, y a Planeta por darme este premio. Un premio
muy merecido, como dijo una vez don Pío Baroja al recibir alguno, no recuerdo cuál. Tampoco recuerdo si el
que lo recibió, y dijo que le parecía muy merecido, no era Baroja sino más bien don Ramón del Valle Inclán.
En fin: como ven uste-des, los premios se olvidan, por muy merecidos que sean.
Pero insisto: este que me dan ahora es un premio merecido. Lo digo porque es el primero que me dan en la
vida (salvo uno de caricatura, que, como todos los premios, ya ha sido olvidado). Y, a mi edad, después de
35 años de escribir en los periódicos, ya era hora de que me ganara alguno. Si no por mérito, por lo menos
por turno. Porque debo de ser el único periodista colombiano que no se ha ganado ningún premio de
periodismo. Y en cambio sí los han recibido, y hasta los tienen repetidos, muchos que no son periodistas,
sino simplemente ex presidentes de la República. La verdad es que, echando cuentas, sólo se me ocurren
dos periodistas colombianos que hayan muerto sin haber recibido su premio correspondiente: mi padre,
Eduardo Caballero Calderón, y mi tío Lucas Caballero Calderón, Klim. Pero son excepciones.
Ahora: lo que importa es saber si el periodismo en Colombia sirve para algo distinto de ganar premios de
periodismo. Ya sé que en muchos casos ha servido para ganarse un tiro en la cabeza, que es también una
forma de premio; o para ganarse una invitación al exilio, como ha sido el caso de muchos de mis colegas en
los últimos meses. Pero, fuera de eso, ¿sirve de verdad para algo útil escribir en los periódicos?
Hago la pregunta porque cuando yo empecé no lo hice porque creyera que el periodismo es "el oficio más
hermoso del mundo", como suelen decir los que han dejado el periodismo por la literatura. Sino porque creía
que podía ser útil: que podía lograr algo. No que pudiera cambiar las cosas, porque esa no es, en mi
opinión, la función de los periodistas, ni, en general, de los intelectuales, de los cuales los periodistas
formamos el escalón más bajo. Pero también casi el único escalón, en un país en el que casi nadie lee, y
donde los que leen prácticamente sólo leen periódicos. No para cambiar las cosas, digo; pero sí para mostrar
cómo son las cosas y por qué deberían ser cambiadas. Creía, y sigo creyendo, que en un país como
Colombia los periodistas cumplimos, o deberíamos cumplir, un poco el papel de los profetas en el Antiguo
Testamento: clamar al cielo.
A eso me he dedicado desde que empecé, en todos los medios de prensa en los que he escrito o hablado,
que han sido numerosos, y van desde una revista deliberadamente cruda y crítica con la realidad
colombiana, como fue la revista Alternativa, hasta los periódicos más estólidamente satisfechos con la realidad
atroz que aquí vivimos, como son El Espectador o El Tiempo. Y debo decir que nunca me han censurado, ni
aquí ni en otros países: en todas partes me han dejado clamar al cielo como me ha dado la gana.
Tal vez esto se deba a que, más que clamar al cielo, lo que he venido haciendo es clamar en el desierto.
Porque el hecho de que al cabo de 35 años siga yo escribiendo todos los días el mismo artículo, y me lo
sigan publicando, me hace pensar que el periodismo no demuestra que las cosas deban cambiar. O, por lo
menos, que mi manera de hacer periodismo a fuerza de clamores no resulta convincente. Y que tendré que
seguir escribiendo lo mismo durante 35 años más, a ver si -por lo menos- vuelvo a ganarme un premio.
Muchas gracias.

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