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Yo no

Un fragmento del libro de Joachim Fest se asemeja a la realidad colombiana. Al leerlo quizá entendamos a lo que “la gente decente” nos puede conducir en Colombia, pero también en otros países actualmente dominados por el odio.

Alonso Sánchez Baute, Alonso Sánchez Baute
3 de abril de 2019

El escritor alemán Joachim Fest creció en una familia polarizada: mientras su madre apoyaba a Hitler, más por temor que por convicción, su padre, su hermano mayor y él tenían una posición radical contra el nacionalsocialismo. Hasta que llegaron a un acuerdo: en la casa habría “dos cenas”. En una comían la señora y los niños menores y en la otra el padre con los dos hermanos mayores. En vista de que el país se postraba cada vez más ante Hitler, su padre necesitaba un espacio propio para vomitar el asco que sentía por lo que sucedía en el país.

El temor no era gratuito. Hay una escena de Yo no, el libro de memorias en que Fest cuenta su infancia y juventud durante el ascenso y la caída del nazismo, en la que el escritor recuerda el día que fue descubierto por sus compañeros de escuela dibujando una caricatura del Führer. Tan pronto el maestro ingresó al aula, uno de los niños corrió a comunicarle el asunto “en cumplimiento de su deber con la patria”.

Para los nazis la ironía era un asunto del demonio. “Es mucho mejor que los hombres sean tontos a que tengan prejuicios”, decía entonces una norma de conducta. ¿Resultado? Por cuenta de ese dibujo Fest y sus hermanos fueron expulsados de la escuela. Así comenzaron adueñándose de la consciencia colectiva: con el miedo, con el matoneo, con la obligación de pertenecer a esa ideología.

El padre de Fest no se amilanó. Decía: “Hay dos tipos de hombres: los que responden y los que preguntan”. Aquellos se aprendían el libreto y repetían como loros, negándose a pensar y a entender la manera como Hitler los manipulada. Estos, en cambio, todo lo cuestionaban.

A Fest padre quisieron convencerlo de que era un error oponerse a los nazis. Lo echaron del trabajo y le cerraron las puertas. Para pertenecer en donde no quería estar, le exigían que mostrara una “apreciación positiva” con el Führer. Pero él sabía que un Estado que hacía de todo una mentira no debía entrar en su casa. Se había preparado para vivir en el aislamiento luego de tallar con fuego en su memoria una enseñanza de san Mateo: ¡Etiam si omnes, ego non! “Aunque los demás lo consientan, yo no”.

Es curioso: la mayoría de las historias del cine y la literatura dejan la idea de que durante esa época los alemanes no tuvieron otra opción. Incluso Gunter Grass, luego de publicar sus memorias, justificó el haberse dejado seducir por Hitler afirmando que eso mismo había sucedido con todos los jóvenes de su generación. Después de la guerra, cada quien necesitaba justificarse consigo mismo “Haber pertenecido a algo que había resultado tan estéril”. Los alemanes tuvieron la opción de decir no, pero lo fácil era sumarse a la mayoría solo por eso: porque era mayoría.

Hay un párrafo del libro que, al leerlo, me recordó a todos estos colombianos que no quieren un país en paz. Al inicio de la guerra, La madre de Fest, que apoyaba tanto el Nacional Socialismo, de repente se preocupó. Cuando ya era inevitable la degradación de Alemania, física y moralmente enceguecida por el odio, el narrador cuenta: “La madre estaba totalmente afligida y unos días antes la había escuchado decir a mi padre: Todavía nos van a quitar a los niños”. Así es fácil: apoyar la causa siempre y cuando no se metan conmigo.

Hay que leer Yo no, el rechazo del nazismo como actitud moral, publicado por Taurus. Cobra total pertinencia hoy en Colombia. Quizá así entendamos a lo que “la gente decente” nos puede conducir en Colombia, pero también en otros países actualmente dominados por el odio.  

@sanchezbaute

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