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REINSERCION BUROCRATICA

La nueva Dirección para la Reinserción creada por el Gobierno no pasa de ser un pañito tibio puesto sobre la llaga.

Antonio Caballero
3 de febrero de 1992

LA REINSERCION DE LOS EXGUERRILLEROS a la vida civil no funciona. Lo han denunciado por igual las organizaciones exguerrilleras y el consejero Presidencial para la Paz, Jesús Bejarano. Ante lo cual el presidente César Gaviria acaba de crear una Dirección para la Reinserción de la Guerrilla, que estará a cargo de Ricardo Santamaría actual consejero Nacional de Seguridad. Muy bien.
Pero el problema no es simplemente burocrático: no consiste sólo en que los dos o tres mil guerrilleros desmovilizados del M-19, el EPL, el Quintín Lame y el PRT no encuentren créditos ni reciban becas para estudiar por "falta de colaboración de algunas agencias gubernamentales ", como se ha informado. Es que además los asesinan. En menos de un año los muertos suman cerca de un centenar.
Y esa cifra fortalece la idea -la "percepción", digamos, para ser comprendidos por los asesores presidenciales- de que es más seguro -digamos, más "confiable"- el monte en guerra que la ciudad en paz. Aritméticamente, la paz es más peligrosa, y así lo confirma la historia: Uribe Uribe, Guadalupe Salcedo, Carlos Pizarro, sobrevivieron a la guerra sólo para caer asesinados en las emboscadas de la paz.
Y sin embargo tampoco se trata solamente de un asunto de rencores o de dificultades de reconciliación, sino del concepto mismo de "reinserción". Las autoridades afirman que muchos de los exguerrilleros muertos estaban metidos en actividades delictivas, y es posible que así fuera.
Pero, ¿en qué iban a reinsertarse, si no? Es otra vez cosa aritmética. Los ex comandantes guerrilleros se han reinsertado en la política tradicional -en la Constituyente, en el Congreso, en las alcaldías-, y a través de eso han podido reinsertar a unos cuantos guerrilleros rasos en chanfainas también tradicionales: guardaespaldas, choferes oficiales.
Pero ahí no caben todos los desmovilizados. Es natural que otros muchos se rebusquen la vida en el más importante ámbito generador de empleo que existe hoy en Colombia. que es el de la delincuencia: la institucionalizada de los grandes carteles de la droga, y la espontánea, llamada criminalidad común. No hay que poner el grito en el cielo, ni regocijarse diciendo que esa es una confirmación de la naturaleza intrínsecamente malvada del guerrillero: también muchos militares y policías en retiro han buscado y encontrado trabajo en el mundo del hampa, como guardaespaldas, instructores, jefes de seguridad, etc. Y en eso no ha hecho mella el "sometimiento a la justicia" de algunos de los más grandes capos. Porque, así como no todos los guerrilleros retirados caben en el Congreso, así tampoco todos los mafiosos "arrepentidos" caben en las cárceles especiales de Envigado e Itaguí. Es por eso que -seguimos en la aritmética- ni la desmovilización de la guerrilla ni la entrega de Escobar y los Ochoa se han traducido en una disminución de la violencia. Por el contrario: hay menos enfrentamientos institucionales, menos guerras, si así quieren llamarse; pero hay más muertos que nunca.
Eso es así porque, pese a lo mucho que se habla del "revolcón" y del "nuevo país", hasta ahora la nueva mano barajada en la política no ha tenido ningún efecto en la estructura económica y social de Colombia. Si acaso, al revés: la liberalización de la economía no puede tener otro resultado, durante años por lo menos, que el de fortalecer todavía más la concentración de la riqueza. Y poco importa si esa concentración se hace en las mismas manos de siempre, o en manos nuevas El resultado es que el país sigue siendo tan excluyente como siempre, y no da oportunidades al mayor número, como siempre. (Ya esa gente no cabe ni en las cárceles comunes: de ahí la proliferación de grupos armados para limpiar las ciudades de "desechables" es decir, de miserables, que a su vez son cada día más numerosos).
De esa falta de oportunidades para todos nació, idealistamente, la guerrilla: pretendía darlas por el camino de la revolución social; y de ella nutrió práticamente sus filas: al monte se iban muchos que no podían hacer nada más en la vida, salvo ser peones sin tierra en las haciendas o vender Marlboro en las esquinas. Y de esa misma falta de oportunidades se alimenta también la criminalidad común, que consiste en tomarse las oportunidades por la fuerza: la criminalidad es, en fin de cuentas, la forma extrema de la economía informal, de la cual vive en Colombia una gruesa parte de la población activa. Por eso no disminuirá sino cuando en la Colombia informal, no sólo en lo político sino en lo económico, empiecen a caber todos los colombianos.
Frente a eso, la nueva Dirección para la Reinserción creada por decreto no pasa de ser un pañito tibio puesto sobre la llaga. Servirá, sin duda, para que encuentren empleo como asesores del doctor Santamaría unos cuantos exguerrilleros. Pero así como el problema de la desinserción de medio país no es simplemente burocrático, la solución tampoco lo es.

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