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Se buscan modelos

Todas las religiones coinciden en “la obligación de pagar los diezmos”, que es lo que a su vez permite entender por qué fundar una iglesia es tan buen negocio.

Semana
28 de marzo de 2012

Dos noticias del mundo católico captaron en estos días la atención de creyentes y no creyentes. Una provino de la boca del Papa Benedicto XVI con motivo de su visita a Cuba, cuando en el avión que lo llevaba a México dijo lo que por diplomacia o protocolo no podía repetir mientras permaneciera en la isla: que el comunismo ya fue superado y que, por tanto, “hay que buscar nuevos modelos”.

La otra noticia también proviene del mundo hispanoparlante católico, y refiere la polémica que desató un video de la Conferencia Episcopal Española en el que, para atraer a seminaristas ante lo que esa congregación llamó un “invierno de vocaciones sacerdotales”, prometen entre otras cosas “un trabajo fijo”. La polémica radica en que España atraviesa por una crisis de desempleo que ya se ubica cercana al 25 por ciento, por lo que el llamado a incorporarse a las filas del sacerdocio católico suena a medida por un lado oportunista, y por otro quizá desesperada.

Parecería que no existe relación entre una y otra noticia, pero la hay si consideramos que la difusión de ese video obedece precisamente a que muchos sacerdotes perdieron el modelo de rectitud que debía caracterizarlos, y en cantidades industriales –que impiden hablar de ‘casos aislados’- cometieron en las últimas décadas faltas gravísimas de pederastia sobre niños y adolescentes, las cuales pusieron a esa congregación en el ojo de la picota pública global y le hicieron perder adeptos en cantidades ídem.

Así las cosas, cuando el Papa habla de buscar “nuevos modelos” habría que sugerirle con todo respeto que ‘ponga a remojar sus barbas’, más si su admonición pretende caer como semilla de salvación en los oídos de una revolución materialista comandada por un grupo de barbudos que en disonancia con la máxima autoridad del mundo católico, pretendía a su modo buscar y aplicar nuevos modelos de vida y de comprensión del mundo.

Pero no se trata de ponernos del lado de los barbudos, sino todo lo contrario: de hacer ver cómo al margen de la confrontación entre dos modelos caducos, comunismo y catolicismo –caduco uno por imponerse con medidas autoritarias y el otro porque dejó de dar buen ejemplo-, sigue latente la necesidad de encontrar un nuevo modelo. (Que por supuesto tampoco está en el capitalismo, la mayor amenaza que hoy se cierne sobre el planeta).

Hablando de terrenos abonados, es aquí donde la necesidad colectiva de fortalecerse en alguna fe ha sido la simiente para la proliferación de nuevas doctrinas y tendencias, que le quitaron toneladas de fieles al catolicismo y cuyo común denominador ha sido la explotación de la confusión colectiva, dando lugar al surgimiento de nuevas iglesias (mormones, evangelistas, adventistas, testigos de Jehová, carismáticos, cienciólogos, Bethesda, Casa sobre la roca, Pare de sufrir, etc.) y falsos profetas, todos dedicados a pescar en río revuelto.

Entre estos ha tomado fuerza en el mundo occidental la Cienciología, que se autodenomina “iglesia” y cuyo máximo pontífice es Ron L. Hubbard, un prolífico escritor norteamericano especializado en textos de superación personal, quien en cierta ocasión le recomendó a un amigo –según cita de Daniel Samper Pizano- que “si quieres hacerte millonario, funda una religión”.

Citamos a Hubbard porque una tercera noticia religiosa nos llega de Francia, donde por primera vez en ese país “la Iglesia de la Cienciología ha sido considerada por los jueces como una estafa y una banda organizada”, con base en la denuncia de una ‘ciencióloga’, quien alegó haber sido presionada para pagar grandes sumas de dinero a esa organización.

Con lo cual llegamos al meollo del asunto: todas las religiones coinciden en “la obligación de pagar los diezmos”, que es lo que a su vez permite entender por qué fundar una iglesia es tan buen negocio, desde el principio de todos los tiempos. Y es en este punto donde se debe distinguir entre religión e iglesia, porque una cosa es la necesidad humana –quizá innata- de alabar a una divinidad creadora en gesto de gratitud por los dones recibidos, en lo que se conoce como un genuino y legítimo sentimiento religioso; y otra la iglesia como aparato de poder, compuesta por ‘pastores’ sujetos a una estructura jerárquica, con diferentes grados de mando sobre sus ‘rebaños’ y guiados por el supuesto sano propósito de guiarlos hacia Dios, en su calidad de intermediarios del Altísimo.

En este contexto habría que hablar de cuatro grandes religiones -cristianismo, judaísmo, islamismo e hinduismo- y un número exorbitante de iglesias y tendencias, en su mayoría orientadas más a ejercer autoridad o a exacerbar el miedo que a contribuir a la búsqueda de la felicidad terrena, y todas viviendo a costa de los diezmos que con sumisión y obediencia depositan los creyentes (ingenuos o no, sería debate de nunca acabar), a los que también les cabe la categoría de contribuyentes, porque en la práctica lo son, en cumplimiento de una obligación que contraen.

Una cosa es por tanto la génesis de una religión, que tiene como fundamento la admiración o el asombro ante un mundo cuyas maravillas remiten a un posible creador, y otra la evolución o involución de una iglesia compuesta por personas que desde un comienzo se abrogaron el papel de intermediarios ante la divinidad, pero terminaron adquiriendo un poder tan absurdo y colosal que en unos casos les sirvió hasta para torturar y quemar gente viva (y confiscar sus bienes), y en otros para hacer explotar aviones repletos de pasajeros sobre las Torres Gemelas de Nueva York bajo la promesa de un cielo repleto de huríes, como reza en el libro sagrado del Corán: “el grado más alto de perfección de la fe es el martirio, o sea la entrega de la vida por la causa del Islam”.

En lo que al cristianismo respecta, hubo un Señor Jesucristo que trajo el mensaje de un Dios bondadoso (diferente por cierto al Jehová guerrero de los primeros judíos), que habla de practicar la caridad cristiana y el amor al prójimo sobre todas las cosas; y otra cosa es una Iglesia Católica que llegó a adquirir tan omnímoda potestad sobre sus rebaños que muchos –muchísimos, en número exagerado- de sus representantes perdieron el sentido de las proporciones y cayeron en prácticas aberrantes o perversas sobre seres inocentes, prácticas estas que solo empezaron a ser reconocidas o sancionadas cuando ya se había rebosado la copa de la indignación, después de conocidos intentos de diversos jerarcas por proteger a sus autores, casi siempre bajo la figura de trasladarlos a otras parroquias.

Esto condujo a que se extraviara la imagen de orientadora espiritual para la que se supone fue creada la Iglesia Católica, y la consecuencia directa fue una deserción masiva tanto de fieles como de seminaristas, cuya demanda en el ‘mercado’ confesional hoy no presenta tendencia a la baja, sino caída en picada.

Si de buscar modelos se trata, entonces, quizá es tiempo de recapacitar en torno al papel dañino que las iglesias con sus fanatismos doctrinales han representado en la historia de la humanidad, y tratar de ver si es posible el ejercicio de entablar una comunicación directa con Dios, sin intermediarios contaminados por las más terribles sospechas.

Como dijo alguien en Facebook, “si una persona puede ser su propio médico o su propio abogado, ¿por qué no puede ser su propio sacerdote?”

O como le tocó al suscrito decirles a dos intensos testigos de Jehová que tocaron a su puerta: “la gracia no está en cambiar de pastor, sino en dejar de ser rebaño”.

*http://jorgegomezpinilla.blogspot.com/

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