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JORGE HUMBERTO BOTERO

OPINIÓN

Secuestro humanitario

La retención de integrantes de la Fuerza pública para impedirles cumplir sus deberes no debe ser delito cuando la realizan las comunidades étnicas y campesinas.

23 de mayo de 2023

He estado leyendo en años recientes literatura distópica, aquella que versa sobre un mundo horrible, aunque posible por la instauración de regímenes totalitarios. Un Mundo Feliz, de Aldous Huxley, me resultó aburrido y lo abandoné. La Historia de la Criada y Testamentos, ambos de Margaret Atwood, la escritora canadiense, me interesaron más.

Pero 1984, de George Orwell, me ha parecido apasionante. Publicado en 1949, poco antes de la muerte prematura de su autor -un socialista desencantado que fue combatiente en la guerra civil española- tiene especial relevancia para entender, no tanto lo que pasa, como lo que puede suceder en nuestro país y en otros de este hemisferio.

En esa obra maestra, el partido que gobierna en lo que antes fue la Gran Bretaña, lo hace conforme a tres lemas: La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza. Y en efecto: la supresión absoluta e irreversible del enemigo conduce a la paz a la que bien podríamos calificar como “total”. La superación de las angustias que genera el libre albedrío se logra cuando las opciones desaparecen y solo existe una forma de pensar y comportarse. Y cuando la sociedad supere la conciencia de que se la mantiene en la ignorancia, la fuerza colectiva, ya congregada en torno a un solo designio, será absoluta.

Winston Smith, personaje principal de la trama, advierte que para la realización de ese modelo político, que él repudia, se requiere una actitud relativista frente al conocimiento: “saber y no saber, tener plena conciencia de algo que sabes que es verdad y, al mismo tiempo, contar mentiras cuidadosamente elaboradas, mantener a la vez dos opiniones a sabiendas de que son contradictorias y creer en ambas, utilizar la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad en nombre de la moralidad misma”.

Las posibilidades que ofrece esta postura ambigua frente a la verdad resuelve muchos problemas. Permite sostener, por ejemplo, que el calentamiento global es causado por el capitalismo, porque así lo estipula uno de los cien líderes más importantes del mundo, sin que importe que el tribunal de la ciencia haya establecido que el planeta ha pasado por grandes ciclos de cambios de temperatura; y que el cambio climático, que comenzó a gestarse a fines del siglo XVIII, obedece al crecimiento acelerado de la población mundial y, como consecuencia inevitable, del consumo de energía.

El pensamiento dual, que no huye de las contradicciones, sino que las acoge, nos autoriza para afirmar que subir los impuestos a los alimentos importados o a sus materias primas reduce sus precios, como dijo Petro en un momento de inspiración nocturna, así esa tesis no sea respalda por ningún economista serio. Es posible sostener que el alza de las tasas de interés por el Banco de la República es idónea para reducir la inflación, aunque, según nuestro presidente, ese mismo objetivo puede lograrse… reduciéndolas. Es posible y encomiable sostener que “Colombia es potencia mundial de la vida” a pesar de las elevadas tasas de homicidio que registramos. En fin, la lógica, la razón y la experiencia no importan. La clave es la voluntad o la inspiración, espontánea o inducida.

El origen de esta curiosa manera de pensar puede rastrearse también en la “patafísica”, una ciencia que fue inventada por Alfred Jarry, un surrealista francés, a fines del siglo XIX. Se define como “la ciencia de lo que se añade a la metafísica, así sea en ella misma como fuera de ella, extendiéndose más allá de esta tanto como ella misma se extiende más allá de la física”. O de modo más sencillo: es “el estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones”. Sobre estas clarísimas bases epistemológicas es posible entender lo que antes era un enigma, incluso para quien lo pronunció: el reciente discurso de Petro en Stanford University.

La flexibilidad de esta ley del pensamiento es enorme, pero, desdichadamente, como toda ley, así sea basada en excepciones… tiene sus propias excepciones. Estas ocurren en el campo del Derecho que está plagado de arcaicos togados y abogaduchos que con terquedad siguen creyendo en la necesidad de coherencia absoluta del sistema jurídico. En su miopía insisten en que es un delito interferir la acción de otras personas, en especial de integrantes de los cuerpos armados de la República, que pretenden cumplir sus deberes constitucionales sin permiso de ciertos grupos de amotinados, como la derecha, con su habitual infamia, los califica.

Ignoran que el ministro del Interior elaboró hace poco la tesis de que esas conductas configuran un “cerco humanitario”, el cual debe ser entendido como un mecanismo para impedir que soldados y policías cometan el error de cumplir las instrucciones recibidas de sus superiores, en vez de acatar a las autoridades étnicas y campesinas. Que ese ministro haya sido defenestrado poco después no es motivo para desconocer el gran aporte de ese jurisconsulto. Desde ya lo propongo como magistrado para la Corte Constitucional.

No obstante, como la tozudez de ese gremio abogadil es enorme, conviene plantear una fórmula que solucione ese mínimo desajuste normativo. Un colega anónimo -sospecho que el propio exministro- me remite este proyecto de reforma al Código Penal:

Secuestro humanitario. No será punible el delito previsto en el artículo 169 cuando se cometa mediante la acción concertada de guardias indígenas, cimarronas o campesinas, y las retenciones recaigan sobre integrantes de la Fuerza Pública que pretendan interferir en las decisiones soberanas de las comunidades correspondientes. Con el propósito de su reeducación, las personas así privadas de libertad podrán permanecer bajo la protección de las organizaciones que los hayan retenido por periodos de hasta doce meses”. Trínese y Cúmplase.

Briznas poéticas. De Ana Blandiana, la gran poeta rumana: “Quizás sea débil. Y mis ojos sean débiles. / No distingo los colores intermedios. / Por dejarse querer de los cangrejos / Me repugna el mar. / No doy un paso más allá de la frontera azul, / Por miedo de no saber cómo volver. / Me replegué como el gusano de seda. / Y estoy tejiendo, a mi alrededor, la pureza”.

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