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Seguridad Nacional

En esta materia, el cambio es radical entre el anterior y el nuevo gobierno. Percatarse de las nuevas condiciones -y debatir los cambios de políticas que ellas implican- es indispensable.

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
1 de noviembre de 2018

Riesgos existen que, si bien su probabilidad de ocurrencia es baja, su materialización puede ser catastrófica. Pocos ciudadanos del común estarían dispuestos a creer que hay que estar preparados para la eventualidad de un sismo grave en Bogotá. Ignoran que la ciudad quedó casi destruida por un movimiento telúrico en 1785.

O la posibilidad de una guerra con Venezuela que, si la historia aporta criterios predictivos válidos, nunca podría suceder entre pueblos que siempre han sido     -y siguen siendo- hermanos. No obstante, irresponsable sería negar que, en las circunstancias actuales, una confrontación bélica, que nadie en nuestro país quiere, puede ocurrir. El hermano país está gobernado por un tirano que goza de poderes omnímodos, cuya popularidad es nula y que tiene enfrente una crisis económica y social gigantesca. Tratar de galvanizar la población frente a un enemigo externo es una política obvia. Como el Tío Sam se encuentra demasiado lejos, Colombia es el candidato ideal. Por eso el discurso contra nosotros sube de volumen día tras día.

Ustedes admitirán que el riesgo existe, ¿pero hasta el extremo de suscitar una confrontación bélica? No lo creo, pese a lo cual me viene a la memoria la guerra de las Malvinas en 1982, provocada por la Junta Militar que a la sazón gobernaba en la Argentina y que se encontraba, como Venezuela en la actualidad, asediada por el grave deterioro de las condiciones de vida de la población. Hay otro factor que incrementa esa eventualidad. Nuestras tropas se encuentran en la frontera como parte de su misión institucional de preservar la integridad del territorio; además, para tratar de controlar el tránsito de guerrilleros que, desde tiempo atrás, gozan en Venezuela de seguro refugio.

Téngase en cuenta, en este contexto, que el Río Orinoco es frontera común a lo largo de 291 kilómetros. Por sus aguas navegan embarcaciones de las fuerzas navales de los dos países. La posibilidad de un incidente, en este u otros puntos “calientes” en las zonas limítrofes, no es despreciable. Actos de provocación reales o presuntos, la impericia o nerviosismo de un joven teniente, pueden encender un fuego difícil de contener.

Se sabe que, en la primera hora de una hipotética confrontación, y gracias a su superioridad aérea, Venezuela puede, por ejemplo, causarnos severos daños en la infraestructura de transporte, en las refinerías de petróleo o en las instalaciones del Gobierno en la capital. (En una guerra de un mes otro sería el probable resultado). Fiel a su tradición pacifista no debe Colombia intentar la construcción de una capacidad ofensiva equivalente. No obstante, convendría que el Gobierno examinara la posibilidad de proteger con artillería tierra-aire ciertos puntos estratégicos. La opción deseable consistiría en que, con el apoyo de la OTAN, de los Estados Unidos, o de ambos, pudiésemos recibir los equipos necesarios en préstamo o alquiler mientras se disipa la amenaza.

Las Farc, fueron una guerrilla “profesional” -por así decirlo-, capaz, en sus momentos de auge años atrás, de enfrentar con éxito nuestro estamento armado; recuérdense episodios tan graves como las tomas de Mitú, el cerro Patascoy o las Delicias a fines de los noventa. Desaparecidas aquellas, se requiere un cambio estratégico fundamental en el accionar de la Fuerza Pública. Los grupos armados que subsisten tienen menguada capacidad para realizar ataques masivos o pretender conquistas territoriales; sus armas están destinadas a proteger sus negocios criminales, no a la toma del poder político para la vanguardia del proletariado. No constituyen una amenaza para la estabilidad de las instituciones, aunque sí para la tranquilidad ciudadana en muchas partes del territorio, incluidas zonas urbanas en ciudades grandes.

Hacia adelante tendremos menos tiros y más procesos judiciales. Frecuentes bloqueos de vías y disminución de los secuestros. En estas nuevas circunstancias, necesitamos fortalecer la Policía y reducir el pie de fuerza militar.  

Para perseguir a las bandas delincuenciales que se camuflan en Arauca o en el Catatumbo entre la población civil, disponer de helicópteros artillados de poco sirve.

Por el contrario, son necesarias mejores capacidades de investigación, estrecha colaboración entre la Policía y la Fiscalía General, programas sociales en zonas cocaleras; y respuesta adecuada para manejar las movilizaciones de la población civil que con mucha eficacia los delincuentes promueven para entrabar la acción de las autoridades.

Factor este último que torna apremiante la expedición de la ley estatutaria de las protestas sociales ordenada por la Corte, exigencia que debe satisfacerse antes del 20 de junio del año entrante. Hay que afrontar esa tarea a partir del reconocimiento de que estamos frente a un derecho que goza de protección constitucional, siempre que la protesta sea pacífica y no agreda derechos fundamentales de los demás ciudadanos.

Por estos días el Ministro de Defensa se ocupa de una tarea que requiere calma y buen juicio: la renovación de la cúpula de las Fuerzas Armadas. Las designaciones son, por entero, discrecionales del presidente y su ministro; no obstante, conviene que aquellos oficiales que por su jerarquía puedan aspirar sean oídos, dentro de lo posible, y tenidos en cuenta. De ello depende la calidad de las designaciones y la moral de la oficialidad de rango superior. Entiendo que con estos criterios se procede.

Briznas poéticas. De Vicente Gerbassi, gran poeta venezolano de la patria común. “Brillante es el alacrán / en una roca al amanecer.  / Sigilosamente mueve / entre gotas de rocio / su veneno secreto. / Cada movimiento es un lento fulgor.    

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