Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

Leaving Las Vegas

Para los que vemos y disfrutamos el cine sin el ceño fruncido, por fortuna 'Leaving Las Vegas' no fue la última película de Nicholas Cage, pero lastimosamente, la matanza de Las Vegas de la semana pasada tampoco lo será.

Ramsés Vargas Lamadrid, Ramsés Vargas Lamadrid
11 de octubre de 2017

Ese es el título de la película que en 1995 llevó al estrellato al actor Nicholas Cage. Narra el drama de un alcohólico que decide huir de sí mismo y dejar (leaving) no solo Las Vegas sino la vida, ahogado en la soledad y la bebida. Un conmovedor relato sobre cómo escoger la muerte, pero un fin bien opuesto al que hubieran deseado los 60 muertos y más de 500 heridos víctimas de la matanza indiscriminada de la semana anterior en un concierto de música country en la denominada "Ciudad del Pecado".

Estas absurdas muertes nada tuvieron que ver con los deliciosos pecados que popularizan a Las Vegas, pero tristemente las mismas replican los muchos incidentes trágicos recientes en Estados Unidos: los de Newton y Sandy Hook (Connecticut), Pulse Nightclub (Florida), Century 16 Movie Theatre (Colorado), AME Church (South Carolina), entre muchos otros. Impunes baños de sangre y muerte que ya son cotidianos, como cotidianas se han vuelto las reacciones de los dirigentes con minutos de silencio, banderas a media asta e invitaciones a orar por las víctimas, pero, eso sí, cerrando cualquier posibilidad de discutir el tema de la compra, tenencia y uso de armas que pareciera superado en cualquier sociedad civilizada, no así en la "Tierra de la Libertad" (Land of the Free).

La Constitución de los Estados Unidos (siglo XVIII) en su segunda enmienda establece el derecho a tener armas como medio de defensa contra la potencial tiranía del poder federal; de otro lado, sus incondicionales promotores esgrimen motivos de conveniencia como el de la defensa personal frente a la criminalidad. La evidencia indica que ambos argumentos carecen de sustento.

La tesis de protección del ciudadano frente a la opresión del Estado podría haber tenido sentido por allá en 1700 cuando el mecanismo de opresión eran los mosquetes y los cañones de pólvora, pero hasta cómico resultaría creer que hoy, cuando el aparato militar norteamericano es de un poderío y versatilidad propios de la Guerra de las Galaxias,  un puñado de barbados, tatuados, barrigones, con uniformes camuflados y fusiles comprados en Walmart puedan ser una opción creíble de defensa.

Con respecto al mito de las armas como defensa contra los crímenes callejeros, un reconocido estudio del Journal of Trauma and Acute Care Surgery (1998), evidencia cómo cada vez que un arma legal fue usada en un hogar estadounidense, hubo cuatro disparos accidentales, siete agresiones criminales u homicidios y 11 suicidios. Lo que demuestra que es 22 veces más probable que un arma legal pueda ser usada en un acto criminal, una muerte o herida accidental, o un suicidio, que, en defensa propia. De igual forma, investigaciones publicadas en el Journal Annals of Emergency Medicine (2003) ratifican que en los hogares donde hay armas existen 41 por ciento mayores posibilidades de que haya homicidios y un 244 por ciento de que ocurran suicidios.

El excepcionalismo que predicara Tocqueville sobre los Estados Unidos en el siglo XIX puede ser el causante de su curiosa filigrana legal, por decir lo menos. En este país no se pueden comprar en una misma semana más de dos paquetes de un descongestionante nasal recetado; no se puede retirar en una cuenta bancaria más de 10.000 dólares sin llenar ininteligibles formatos; las transacciones con tarjeta de crédito en otro país no se pueden hacer sin avisar al banco porque las inhabilitan; si maneja sin cinturón de seguridad, lo detiene un sheriff y lo multa; si no tiene 21 años, no puede comprar alcohol, pero con 18, puede comprar un arma; en Florida hay menos requisitos para comprar un fusil de asalto que para lograr la aprobación de la práctica de un aborto; no se requiere licencia para comprar un rifle, pero sí licencia, papeleos, registros y tiempos de espera para conducir un vehículo, votar en las elecciones o, incluso, casarse. Pero cuando alguien como el monstruo de Las Vegas compra 47 armas entre pistolas y fusiles, miras telescópicas, explosivos y miles de municiones, ninguna alarma se activa en el sistema.

Estados Unidos es el país del mundo con el mayor número de armas en manos de civiles: 310 millones, el equivalente a una por cada habitante, seguido de lejos por la India con 46 millones, con una población cuatro veces superior. No sorprende entonces que sea ese país donde entre 1966 y 2012 se haya dado el mayor número de matanzas de civiles fuera de un conflicto armado: USA 90, Filipinas 18, Rusia 15, Yemen 11 y Francia 10.

Encuestas de opinión sobre este asunto pululan en la academia que validan que el tema de las armas está arraigado en la psiquis de este pueblo, lo que muchos consideran, incluso, como un derecho fundamental; claro, con el amparo irrestricto de los políticos y votantes republicanos y el financiamiento abultado y expedito de la industria de fabricantes de armas que disfrazada de tanques de pensamiento y asociaciones conservadoras encuentran en la National Rifle Association (NRA) un canal efectivo de lobby y propaganda para instalar en el imaginario de la población que la absurda solución a cualquier problema que se relacione con armas sea, precisamente, más armas.

Para los que vemos y disfrutamos el cine sin el ceño fruncido, por fortuna Leaving Las Vegas no fue la última película de Nicholas Cage, pero lastimosamente, la matanza de Las Vegas de la semana pasada tampoco lo será.

*Ramsés Vargas Lamadrid, MPA, MSc, rector Universidad Autónoma del Caribe