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La envalentonada uribista con la llegada de Duque

La envalentonada de las huestes uribistas con el triunfo de Duque no solo se ha reflejado en los insultos de grueso calibre, como los lanzados por Manuel Teodoro a su colega estadounidense, o los de Ramos a López, sino también en amenazas explícitas que rayan en el delito.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
4 de julio de 2018

Un trino del destacado periodista estadounidense Jon Lee Anderson desató la ira de su colega colombiano Manuel Teodoro, de Séptimo Día, poco después de que Iván Duque, una figura moldeada a su imagen y semejanza por el senador Uribe, fuera proclamado ganador de las presidenciales del 17 de junio. “El hijo de míster Motosierra gana en Colombia. Álvaro Uribe gana en Colombia. Iván Duque gana elección presidencial en Colombia”, escribió el autor de La caída de Bagdad en su cuenta de Twitter. La respuesta de Teodoro no se hizo esperar y con un trino de alto calibre dejó explícita su estado de ira: “No se meta en nuestros asuntos políticos internos si sabe lo que le conviene. Muchos esperan ver su culo comunista aquí en Colombia. Venga pronto". Lee Anderson repostó, haciendo una analogía entre los seguidores de Trump y los de Uribe: “Está delicioso: demuestra que en gran medida la hinchada en las redes de Uduque son los equivalentes colombianos a los deplorables de Trump: miedosos, racistas, incultos, agresivos y muy muy muy tontos”.

Días después, en ese “recinto sagrado de la democracia”, el senador del Centro Democrático, Alfredo Ramos Maya, hijo del político antioqueño, Luis Alfredo Ramos, investigado por la Corte Suprema de Justicia por sus presuntos vínculos con paramilitares, no se guardó insultos y en plena sesión del proyecto de ley que buscaba el sometimiento de las bacrim a la justicia llamó a su colega, Claudia López, “corrupta”, “bandida” y, ya con el micrófono cerrado, “vieja hijueputa” porque esta le criticó el hecho de declararse impedido para votar el tan publicitado proyecto. Ocho meses antes, en septiembre de 2017, la esposa de este senador, Juliana Hernández, protagonizó un escándalo en las redes sociales al llamar, en un vuelo de Avianca Bogotá-Medellín, “guerrillero de las Farc” a un humilde profesor que lucía en su cabeza una gorra con una figura que la mujer interpretó como símbolo de esa guerrillera. “No quise montarme en el mismo avión en el que iba un guerrillero de las Farc, @Avianca me dice que es discriminación, no me dejaron ni bajar”, trinó molesta la señora Hernández.

La envalentonada de las huestes uribistas no se ha reflejado solo en los insultos de grueso calibre, como los lanzados por Teodoro a su colega estadounidense, sino también en amenazas explícitas que rayan en el delito. La señora Cabal, ante las investigaciones de un fiscal (para muchos de bolsillo) como Martínez Neira, lo llamó “irresponsable” y lo señaló de “enlodarla” porque su nombre hacía parte de la lista de congresistas que el ente acusador investiga por posible fraude electoral. José Obdulio Gaviria, quien fungió en una época de hombre de izquierda pero que hoy es un furibundo defensor de la ultraderecha colombiana representada por el Centro Democrático, no ha vacilado en amenazar a la alta cúpula militar que se ha declarado a favor de la implementación de la Jurisdicción Especial para Paz. Según una nota de la W Radio, Martínez Neira ha alertado en repetidas ocasiones a los comandantes de las Fuerzas Militares con la inevitable intervención de la CPI si la justicia transicional que le dio vida a la JEP no actúa frente a los crímenes de lesa humanidad cometidos por miembros del Ejército Nacional en ejercicio de sus funciones.

Gaviria, como senador de esa colectividad, no actúa solo. No es una rueda suelta como les hicieron creer a una gran parte de los colombianos con relación a los militares que llevaron a cabo los asesinatos selectivos de más de 10 mil jóvenes pobres que mostraron luego como guerrilleros dados de baja en combate, como tampoco lo fueron los funcionarios del expresidente Uribe (María del Pilar Hurtado, Andrés Felipe Árias, Jorge Aurelio Noguera o Rito Alejo del Río) condenados por la justicia. Que el primo hermano de Escobar Gaviria llame a los generales, máximos representantes de las Fuerzas Armadas de Colombia, para gritarles enmermelados que están a favor del proceso de paz con la antigua guerrilla de las Farc, y recordándoles a su vez que ya hay un nuevo presidente (aunque no se haya posesionado) que los va a sacar a patadas de la institución a partir del 7 de agosto, no es un hecho aislado. Eso no se lo inventó el consiglieri, o cerebro gris del llamado uribismo. Y no lo es porque si hay algo de lo que se ha enorgullecido siempre el expresidente Uribe es que por encima de él en su colectividad no hay nadie. Allí no se mueve un solo lápiz sin que el “inventor de la nueva democracia colombiana” no lo autorice, o por lo menos dé el visto bueno. Allí las hojas de ese frondoso árbol no se caen si ese padre de la patria no lo aprueba con un gesto, un tono de voz o una mueca de sonrisa como las que nos tiene acostumbrados.

Creer que las amenazas del senador uribista (“el filósofo” de esa cloaca) contra unos curtidos militares a los que les pone el cuchillo político de matón en el cuello --diciéndoles que los va a sacar a patadas de la institución-- es una iniciativa unilateral del canalla, es, en realidad, pensar con el corazón. Uribe no es, en este sentido, un segundón. Recuérdese que, durante el bombardeo de la Fuerza Área a Angostura, ese sector de Ecuador donde cayó muerto Raúl Reyes, el ministro de la Defensa era Juan Manuel Santos, pero Uribe, en declaraciones a los medios, dejó claro que la responsabilidad de ese hecho era enteramente suya. Y no lo hizo solo porque fuera el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas (de lo contrario habría asumido también la responsabilidad de los llamados falsos positivos, las chuzadas y toda esa amplia lista de porquerías que se le atribuye), sino porque darle todos los créditos a su ministro estrella era ponerlo en la parte más alta de un hecho histórico de gran envergadura para él como fue matar a uno de sus más enconados enemigos.

La envalentonada del uribismo en los días posteriores al triunfo de Duque ha sido para la “mano negra” una orden subliminal. De otra manera resultaría inexplicable el asesinato a tiros de dos líderes sociales en La Guajira después de las elecciones del 17 de junio (entre estos una profesora, miembro del proyecto político de la Colombia Humana), del joven Carlos Prado Gallardo, baleado por sicarios en Satinga, Nariño, el 2 de julio, y de Luis Barrios Machados, un defensor de los derechos humanos asesinado en su casa de Palmar de Valera, Atlántico, por un sicario que le disparó mientras el reconocido líder social disfrutaba del encuentro Colombia-Inglaterra. La oleada de esa violencia despiadada se sintió con fuerza hace dos días cuando, en la localidad de Argelia, sur del departamento del Cauca, fueron encontrados siete cadáveres de campesinos de la región, asesinados a bala, al parecer por un grupo armado que se hace llamar Comando Popular de Limpieza, que, como las célebres Águilas Negras, viene amenazando, a través de panfletos, con matar a expendedores y consumidores de droga, prostitutas, ladrones, chismosos y, sobre todos, aquellos vagos que transiten las calles después de la diez de la noche. Entre los ultimados de esta renovación de las masacres se encontraban dos desmovilizados de la guerrillera de las Farc que no tenían protección a pesar del peligro que representaba para sus vidas residir en una región con los mayores cultivos ilícitos del país y ser considerado un antiguo bastión de la desaparecida guerrilla de Timochenko.

En Twitter: @joaquinroblesza

E-mail: robleszabala@gmail.com

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