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“Los debates tienen como puntos fundacionales las ideas, no las personas”: Vanessa Rosales

La escritora especializada en Historia y Teoría de la Moda es una de las feministas y críticas de moda más reconocidas del país, al tiempo, una de las más atacadas en redes sociales. ¿Es lo que dice? ¿Es por cómo lo dice? ¿O es porque ella lo dice?

Ángel Pérez
28 de febrero de 2020

Las medias tintas nunca han sido cosa de Vanessa Rosales. Todos lo saben. Todos esos que la han escuchado, o que la han leído. O esos que han escuchado que alguien la ha escuchado. Y esos que han escuchado a alguien que la ha leído. La escritora cartagenera, especializada en Historia y Teoría de la Moda, recoge amores y odios porque piensa la moda colombiana desde una perspectiva diferente a la acostumbrada, tradicionalmente complaciente y halagadora, no solo con diseñadores, sino con premisas que terminan perpetuando convenciones y estándares supuestamente femeninos. 

Pero si por algo resulta incómoda Vanessa Rosales es por su tono. Un tono que, como ella misma reconoce, podía resultar incendiario una década atrás, pero que ha ido cambiando con matices y vertientes para que el contenido sea más importante que la forma; para que la fuerza sea toda del qué más allá del cómo.

Irritante para cierto sector de la esfera de la moda nacional, la autora de Mujeres vestidas se ha acostumbrado a navegar ese panorama, y ha continuado su trabajo, pedagógico y concienzudo, porque así entiende el acto de vestir: un hecho que revela elecciones a partir de construcciones sociales, culturales y políticas.

También ha estudiado el feminismo y su transversalidad con lo femenino, lo ha defendido, y ha visto cómo mujeres declaradas feministas —como ella— la han atacado por proponer discusiones donde otras prefieren afirmaciones. Se ha envuelto en polémicas por, entre otros temas, querer mirar desde una perspectiva diferente los reinados de belleza (para los cuales, abiertamente, trabajó en algún momento), o la figura de la Reina del Carnaval de Barranquilla, y también por pedirle formalmente a una publicación especializada en moda la revisión de un artículo en el cual, de acuerdo con los tuis de Rosales, se presentaban incongruencias en sus argumentos, lo que hirió susceptibilidades de otra académica del circuito de la moda nacional. 

¿Por qué es un problema todo lo que dice? ¿Es, precisamente, por lo que dice? ¿Es por cómo lo dice? ¿O es porque ella lo dice? De eso va esta conversación. 

Supe, por una conversación anterior, que sentía que este, particularmente, es un momento lleno de intentos constantes en desacreditar su trabajo. ¿Por qué?

Desconfío bastante de los lugares de enunciación que se proclaman feministas y que, sin embargo, perpetuan violencias tremendamente patriarcales. Desde hace un tiempo largo -las redes son muy volubles e ingratas porque van desvaneciendo los contenidos y las ideas y los textos- también había hablado sobre la fiscalización del feminismo y sobre cómo me empecé a dar cuenta, de un tiempo para acá y de muchas formas, que había una fiscalización con mi lugar de enunciación que venía primero muy permeado por una personalización del debate. Es decir, era un tema hacia mi persona como si se colapsara el trabajo con la persona.

Tenía que ver también con otras cosas que me empezaron a parecer un poco dolorosas como mi fenotipo, lo que se asume sobre mi persona, sobre la clase social y, supuestamente, unas acusaciones sobre el capitalismo por la asociación con la moda. Una fiscalización que se sentía personalizada, que se sentía muy violenta, venenosa, agresiva, y que para mí estaba absolutamente permeada por una misoginia interiorizada que ha sido histórica en el movimiento feminista.

Esto es algo que toco mucho en el segundo libro (que lanzará pronto al mercado), una misoginia camuflada o enmascarada como un lugar de enunciación feminista muy violento, muy fiscalizador, que me parecía contradictorio por varios motivos: por un lado, porque el movimiento feminista es múltiple, es plural, tanto política como filosóficamente. Hay muchas experiencias y muchas orillas, muchas capas desde las cuales opera el feminismo, es decir: el neoliberalismo tiene unos lugares de enunciación feministas, los temas económicos tienen otros. En Latinoamérica sí ha habido, por un historial peculiar, unas asociaciones más cercanas con las ideologías de izquierda, pero ha sido también histórico el repudio feminista hacia la feminidad y hacia la moda, y ese es un tema que yo me he encargado de estudiar muy profundamente y de discernir muy teóricamente, pero lo empecé a vivir en carne propia. Yo tuve chicas en las redes que se referían a mí como la ‘femiblanca’ de turno, tuve chicas que me dijeron que yo promovía la masculinidad feminista, chicas que dijeron que yo era muy pendeja para haber salido de escuelas tan prestigiosas. Muchas cosas muy violentas, y además venían de personas que se habían sumado de manera muy reciente al asunto del feminismo, porque ciertamente ha habido una coyuntura global que afortunadamente ha hecho del feminismo incluso una moda o una tendencia. Sentía mucha reactividad, visceralidad, fiscalización y mucha irreflexividad en las consignas y en lo que se estaba pregonando.

¿Cree que esa fiscalización personal, con arroba en redes, viene del rótulo con el que muchos la empezamos a conocer como una crítica de moda ácida y punzante? ¿Siente que lleva a cuestas esa carga personal?

Yo creo que sí hay una incomodidad en general hacia cualquier postura crítica y, en general, siempre produje incomodidad y escozor por tener una postura crítica dentro de la moda. Aparte, porque era una mirada que venía siempre empapada de las ciencias sociales y del estudio teórico y del estudio histórico. Siempre hubo también una separación, una especie de disidencia en mi perspectiva. Ahora, ciertamente en el año 2009, 2010 – y eso es hace 10 años-, mi personaje en Twitter tenía un tono. Era un tono que estaba además totalmente intercedido por el tono de la plataforma, donde acuérdate que solo eran 140 caracteres. Yo estaba señalando algunos temas que siguen siendo afines a mis temas actuales, pero tenía otra forma de hacerlo, pero cualquier persona que revise mi trabajo, cualquier persona que se aproxime a mis textos, sabe que después de Parsons hay un antes y un después.

Uno de los temas que, creo, también causó tanto escozor frente a mi trabajo fue un texto muy insolente que produje en 2011, que se llamó ‘Manifiesto de un árbitro de estilo’, donde yo hablaba sobre el mal gusto. Pero yo lo que hacía en ese texto era hablar del mal gusto figurativamente, no literalmente; me refería a que el mal gusto era esta noción de la vestimenta femenina colombiana para complacer la mirada masculina, y como una invitación a que las mujeres utilizaran la ropa y el vestir más para la autocomplacencia y no para la complacencia de los fetiches visuales masculinos. Si uno lee el texto, uno puede ver los matices, pero obviamente el título era incendiario, el tema del mal gusto por supuesto tocaba algunas fibras sobre la clase social, que fue algo que yo entendí después. Era un texto con buenas intenciones, con unos fondos que mantengo, sobre cómo podemos hacer de la moda también un ejercicio del feminismo, pero las formas estaban más medidas por un tipo de crítica que yo he ido aguzando, afinando, informando, nutriendo de teoría, nutriendo de todo el conocimiento posible para generar realmente una mirada crítica, y la mirada crítica no es destructora sino analítica, y se encarga de ver matices, se encarga de ver bondades y espinas. Ese momento, ese tono, ese personaje de las redes de 10 años atrás… eso es algo que a mí también me supera comprender, porque los pensadores fluctúan discursivamente, y yo creo que yo he sido muy consistente en mi trabajo y una productora voluminosa textualmente, constantemente, donde además creo que he hecho un esfuerzo consciente por renovar las obsesiones, los lemas. 

Creo que también el hecho de que una vez un periódico me nombrase ‘la intelectual de la moda’, un título que yo no me adjudiqué, generó muchas antipatías. También ha sido parte de las burlas en los matoneos que he recibido.  Sí creo que ese momento generó incomodidad. La postura crítica genera incomodidad, pero sí siento que se fijó o se selló una asociación a mi trabajo con ese momento y hay personas que de pronto no se han tomado el trabajo de analizar el trabajo que he producido en 10 años y no el que produje en Twitter hace 10 años o 9 años atrás. Creo que es una mezcla de cosas, y que mucho de escozor o el malestar generalizado viene de una idea que se hicieron de lo que supuestamente soy, porque no son personas que se acercan al trabajo para desmentir o comprobar sus asunciones. 

¿Cree que ha marcado un camino como pocos en el mundo de la moda nacional por su formación académica y el tono en el que dice las cosas?

En los últimos episodios de matoneo sí sentí un gran desaliento hacia el medio y hacia el gremio al que he tratado de contribuir por más de una década. Sentí mucha tristeza, mucho dolor, mucha herida de ser maltratada por un gremio al he querido contribuir. A que la moda en Colombia se percibiera como un tema intelectual; a que la moda en Colombia, por ser un tema codificado como femenino, también pudiese percibirse como un asunto del feminismo latinoamericano y colombiano. Entonces sí ha sido profundamente doloroso darse cuenta de que todos esos esfuerzos, que sí fueron inéditos muchas veces, porque también hay un tema de temporalidad, más de una década precisamente. Y es cierto, mi camino, mi trayecto, viniendo de las ciencias sociales, primero Filosofía y después Historia, no era el de una persona en la moda, era una persona en la academia o en estos contextos de literatura o de producción intelectual convencional. Pero yo también desarrollé una especie de rebeldía hacia este mundo, porque era un mundo masculinizado en sus códigos que lo que hacía eres decirles a las mujeres: no puedes ser ‘femenina’, no puedes estar estéticamente cultivada y ser una mujer de peso intelectual. Entonces yo entro al mundo de la moda como una especie de rebeldía, de subversión, también porque en las ciencias sociales en Colombia no nos permitieron explorar la moda, y cuando yo fui a Parsons me di cuenta que en 2004, 2005, cuando yo estaba queriendo producir conocimiento histórico, cultural y sociológico de moda lo estaban haciendo en otras partes hace mucho tiempo. Y ahí hay otra incomodidad y es mi hibridez: venir de las ciencias sociales, pasar al mundo del periodismo y además haber tenido cancha en el mundo periodístico.

La primera vez que yo escribí en la revista ARCADIA fue en 2009, y lo que hacía era perfilar plumas femeninas. Sobre Marvel Moreno escribí en ese momento, sobre Clarice Lispector, sobre Charlotte Ross, sobre Anne Marlow. Entonces, entro al mundo de la moda desafiando un poco esas expectativas de cómo debe ser la mujer intelectual y de cierta manera empiezan como a querer desdibujar mi figura y me empiezan a adjudicar el término ‘bloguera de estilo personal’, claro, porque yo también de cierto modo, capitalizando el espíritu de la época, ponía mi propia imagen en las imágenes, pero yo también producía textos. Era una hibridez confusa, entonces sí creo que yo he hecho un esfuerzo muy consistente. Mi bandera desde hace muchos años fue validar la moda en los espacios convencionalmente intelectuales. Esa lucha no se ha terminado de librar, pero sí ha sido profundamente desolador sentir tanto maltrato de un gremio donde sí he hecho un esfuerzo personal por contribuir a que la moda se perciba como un fenómeno de la cultura y no del entretenimiento, no una discusión banalizada, no una discusión de gustos subjetivos. Sí me ha pasado eso y sí tuve un pequeño momento de “yo me voy a ir de aquí, yo no quiero saber nada de esto”. Estoy muy cansada del maltrato y del matoneo, y del maltrato de un gremio que se siente incómodo o que no se toma el trabajo de comprobar si lo que asumen es veraz o no.

En esa transversalidad está lo femenino y lo feminista, ¿le preocupa ese feminismo de teclado, de redes, términos usados por muchos para señalar la ligereza de ciertos enunciados y opiniones? 

Creo que entre más se lee y entre más se indaga uno se reconoce más ínfimo en un tema, entonces lo que ha venido sucediendo conmigo, que tengo una inquietud por la perspectiva feminista desde hace más de 7 años, desde la teoría de la moda puntualmente, es que empecé a preocuparme un poco más por entender feminismos más múltiples en contexto. En la medida en que converso con feministas que me llevan años luz en términos de militancia, de activismo, de involucramiento político en contextos en que no estaba el tema en tendencia, sí compartimos esa preocupación de que hay algo positivo en que la palabra feminista y feminismo estén ubicuamente posicionadas en el mundo digital, pero sí nos preocupa la irreflexividad del debate, que se repitan consignas que incluso son de la Segunda Ola. Nos preocupa que las más jovencitas, incautas, con buenas intenciones y animadas y entusiasmadas, entiendan o absorban que el feminismo es un dogma y no una perspectiva para reflexionar la vida. Y de hecho, de lo mejor que yo he leído sobre el tema  -y a esa chica la quiero conocer- se escribió en La Silla Vacía sobre el caso de Kobe Bryant, porque la chica dice una cosa que yo comparto mucho: el feminismo no es un dogma. Cuando se vuelve dogma, pierde lo que afirma. Ese día publicaba una frase que dice: “Todo extremismo destruye lo que afirma”, y lo más curioso, y esto es algo que yo he hecho con mucho cuidado, con mucha conciencia, con mucha dedicación, me he encargado de estudiar la historia del movimiento feminista. Cuando uno mira la historia del feminismo se da rápidamente cuenta de que este fenómeno del feminismo digital actual, del que se vuelven como unas furias dogmáticas, reaccionarias, irreflexivas, despojadas de matices, del ejercicio de humanizar, se han repetido muchísimas veces en la historia. Eso también nos preocupa a algunas feministas, esa ambivalencia de que el feminismo digital sí es un vehículo importante de la Cuarta Ola del feminismo sí genera una ubicuidad que genera inquietud, consciencia. Tenemos niñas de 12, 13 años que se autoproclaman feministas hoy en día, algo que no pasaba cuando uno estaba creciendo, pero sí nos preocupa esa incongruencia que conduce a esta noción de que existe un feminismo ‘verdadero’, y de que ese feminismo te iza en un atril para enjuiciar moralmente al otro, y es muy pasmoso porque el feminismo es una política amorosa, como dice Bell Hooks, que lo que intenta es deshacer todo relacionamiento basado en la presión. Cuando tú ves supuestamente a séquitos feministas enunciándose desde la violencia patriarcal, porque eso es opresivo, esas posturas moralizantes, enjuiciantes, iracundas, el matoneo, es incongruente, entonces sí nos preocupa, y yo lo he conversado con mujeres que son brillantes y que llevan mucho más tiempo, incluso involucradas en asuntos en los cuales yo no llego porque también he hecho un ejercicio por esclarecer constantemente que mi orilla es subjetiva, que mi orilla es limitada, que mi orilla es humana, que yo no pretendo ni tengo pretensiones abarcadoras. Hay lugares a los que yo no llego y nunca voy a llegar porque un pensador o una pensadora están anclados en una especificidad.

¿La perciben como una mujer fuerte, de esas que hablan alto, pese a todo el ruido a su alrededor? 

Es que yo creo que en Colombia hace falta entender que los debates tienen como puntos fundacionales las ideas, no las personas. Habrá momentos en los que discrepas, pero como no estás juzgando que lo que tú asumes es a la persona detrás Carolina Sanín sino que estás haciendo una valoración de sus ideas, de su discurso, hay momentos en los que te separas y hay momentos en los que te acercas; hay momentos en los que te identificas y hay momentos en que discrepas. Esa debería ser la vida orgánica del debate intelectual. Otra de las cosas que también pasa con Carolina o puede pasar con las mujeres que tienen voz y hablan es que se encuentran con una misoginia estructural muy profunda, y esa misoginia no está exenta de las mismas mujeres, y esto yo lo estoy explorando mucho hace un tiempo en mis textos, de cómo todos tenemos misoginias interiorizadas y muchas de las veces los ataques que yo percibo que he recibido siento que están totalmente intercedidos por la misoginia, porque la feminista ‘verdadera’ no debe lucir de cierto modo, no debe tener cierto fenotipo, no debe vestirse de cierta manera. Hay una misogonia ahí profunda en séquitos que se autoproclaman feministas pero que fallan en darse cuenta de las propias misoginias interiorizadas que pueden estar perpetuando porque las incomoda que una mujer de cierto aspecto hable de ciertas cosas de determinada manera. Eso es una contradicción que hay que revisar.

¿Qué le ha permitido mantenerse en medio de los ataques y las polémicas?

Mi personalidad y creo que mi edad también, porque tengo 35 años.  A veces me aparecen memories en Facebook de hace 6 años y digo: “¡Wow! Estoy hablando de estos temas hace mucho tiempo”. El mundo patriarcal ha insistido en generar desconfianza, excitación y duda en las mujeres hacia nosotras mismas. Es una de las grandes estrategias del patriarcado: que desconfiemos de  nuestra propia voz, que desconfiemos de nuestros propios pálpitos, de nuestras intuiciones, que desconfiemos de nuestra propia esencia incluso. En medio de todo a mí me ancla profundamente la noción de llevar una vida donde hago mucha introspección y trato de ser fiel a mí misma. Eso implica horas de soledad, horas de lectura, horas de conversación también con seres queridos. También soy una persona que procura mucho ser autocrítica y entender dónde he podido fallar, dónde hay algunas falencias que hay que verificar y corregir. Es un tema de fidelidad así lo que me empuja. Por supuesto que también he recibido un amor muy profundo y bello que me honra de muchas chicas jóvenes que se han sentido tocadas por mi trabajo, y esto también es muy alentador, y en los momentos de maltrato y de rasguños también he recibido mensajes de mucho aliento, y esos están ahí constantemente y también me motivan. Pero además estoy muy comprometida con los derechos de las mujeres y con una vida en la que me dedico a reflexionar lo que significa ser mujer, lo que ha significado, lo que implica, y eso no me lo logra arrebatar ni el ruido externo ni lo de afuera.

¿Qué mujeres la inspiran?

Yo creo que Gloria Esquivel está haciendo un trabajo especial con Womansplaining, incluso el nombre del podscat es subversivo.  Gloria tiene mi edad, Gloria es una mujer inspiradora. Hay muchas mujeres que no son tan visibles en las redes pero que son contemporáneas y me inspiran mucho. Lorena Aristizábal es una politóloga de la Nacional que me lleva años luz en activismo político.  Hay una chica en Francia que se llama Lauren Bastide que tiene un podcast feminista que me inspira mucho. Leslie Jamison, que es como una escritora norteamericana, ensayista. Rebecca Solnit. Siri Hustvedt para mí representa la encarnación de muchas cosas a las que yo aspiro en la vida. Es una mujer cuya obra literaria toda está atravesada por la reflexión feminista. Gloria Steinem, que todavía vive. Vivian Gornick, que tiene 88 años. Elena Ferrante también es una muer a la que admiro profundamente. Chimamanda Ngozie Adichie. Jameela Jamil también, esta actriz que es como inglesa que sale en The Good Place, que está utilizando su belleza, su plataforma, para discutir temas de belleza y corporalidad sin ninguna necesidad de hacerlo. Emma Watson también me parece inspiradora, y bueno también ha sido muy bonito ver mujeres de mi edad llegar a presidencias de países como Finlandia. Seguramente se me están escapando otras, pero creo que ellas me inspiran. 

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