Una de cada 16 mujeres tiene la probabilidad de desarrollar cáncer de seno. | Foto: Semana

SALUD

Cáncer de seno y embarazo al mismo tiempo

A Catalina Suescún le diagnosticaron cáncer de seno cuando esperaba a su tercer hijo. Tenía que decidir entre la quimioterapia y el embarazo. Esta es su historia.

21 de octubre de 2016

Casi al tiempo de que se enteró de su tercer embarazo, Catalina Suescún recibía un diagnóstico de cáncer de seno. Para sobrellevar esta excepcional situación, la publicista tuvo que tomar el riesgo de hacerse quimioterapia, una decisión difícil pues este tratamiento oncológico podía perjudicar al bebé que crecía en su vientre.

Dos diagnósticos

“Todo empezó el primero de noviembre del 2013 cuando supe que tenía 13 semanas de embarazo. A los 20 días, el día de mi cumpleaños, tenía dos citas médicas: en una me iban a hacer una ecografía de tamizaje para revisar a mi bebé y descartar cualquier anormalidad. Y la otra era una de rutina para revisarme una condición fibroquística que venía presentando hacía un año. Esto para mí no tenía mayor misterio. Pero cuando me hicieron el examen, la radióloga vio que algo no estaba bien y me dijo que no podía asegurarme nada porque estaba embarazada y en ese estado los senos de una mujer cambian mucho, pero que debía hacerme una biopsia porque había algo rarísimo.

Yo estaba muerta de la angustia y mientras tramitaba la autorización para la biopsia, la película que se me pasó por la mente fue la peor, me imaginé que me había muerto, que ya mis hijos no tenían mamá, que era mi entierro. Yo no sabía qué hacer pero una señora que estaba allí me entregó un libro de oraciones de emergencia y me dijo: “No estás sola, no te preocupes, vas a estar bien”. Ella me sacó de esos pensamientos y me recordó que no me había muerto. Como era el día de mi cumpleaños, llegué a mi casa a soplar velitas y fue un contraste raro ver a todo el mundo desearme salud y muchos años más de vida. Pero por dentro, con cada buen deseo, se me hacía un nudo en la garganta y me preguntaba si iba a llegar a mi próximo cumpleaños. Ese día, cuando soplé las velas, pedí el deseo de estar viva.

Yo no sabía nada del cáncer. Para mí era un signo del zodíaco. No tenía antecedentes en mi familia, era persona saludable y hacía ejercicio, me alimentaba muy bien y me hacía controles periódicos. Además tenía 36 años. No había una explicación para esto.

Pasó una semana y yo ya intuía lo que iba a suceder desde cuando me llamaron a decirme que fuera acompañada. Sin siquiera entrar al consultorio de la doctora, le pregunté: ¿Salieron mal? Ella me dijo que sí. Hubo un silencio total. Yo estaba con mi esposo, mi mamá y mi hermana, todos con cara de impotencia y angustia. Cuando abrí el sobre y leí, “carcinoma ductal infiltrante hormonodependiente”, yo no entendía nada, sólo pensaba en que iba a morir.

¿El bebé o la quimio?

Fue un momento difícil porque yo tenía que empezar a tratar la enfermedad. Los médicos nos explicaron que si el cáncer hubiera sucedido en el segundo trimestre, sería más fácil de manejar, pero yo tenía 15 semanas y no podían asegurar si todo iba a salir bien. Lo que sí sabíamos era que tocaba comenzar la quimioterapia lo más pronto posible. Empezamos a consultarle al mundo entero, a más médicos, psicólogos. Me decían que suspendiera el embarazo porque yo tenía ya dos hijos y una vida por delante. Con mi esposo pusimos en una balanza las cosas y pensamos que si suspendía el embarazo, seguramente me iba a salvar yo y nadie más iba a sufrir.

Había un corazón muy fuerte que latía y tenía la fuerza para seguir. Algo dentro de mí decía que había que seguir con el proceso, pero quería que alguien me lo dijera. Entonces, en una cita con el ginecólogo él me dijo que por qué iba a tomar esa decisión ya. “Su bebé en estos momentos está perfecto. Tiene muchas cosas para pensar, siga con su embarazo que si en algún momento llega a pasar algo, yo voy a ser el primero en decirle”. Me dijo que si quería fuera al consultorio todos los días para chequearme. Con esas palabras me sentí apoyada y segura y así, decidí continuar con mi embarazo y el tratamiento.

Tenía chequeos médicos muy seguidos, sobre todo con el ginecólogo a quien veía todas las semanas. También, empecé a aprender a alimentarme muy bien para lograr estar lo más desintoxicada posible en el momento del tratamiento y que lo que comiera en verdad me nutriera y le pudiera llegar a la bebé, pensando en que ella creciera y se desarrollara. Otra cosa que ayudó muchísimo fue mi contacto con esa personita. Sin saber aún que era Alicia, la envolvía en un huevito con una luz y le hablaba. Sentía toda esa fuerza y energía que me transmitía y que yo también le mandaba. Yo tenía la certeza de que iba a estar bien y me sentía muy acompañada.

La noticia de la enfermedad es un baldado de agua fría. Pero otro momento complicado fue haber salido de la cirugía, una mastectomía radical con reconstrucción, y notar que algo me había pasado porque me dolió. El cáncer no duele, no sientes la enfermedad, no sabes dónde está y a mí no me dolía tocarme, no me veía nada. Entonces, cuando vi que ya me habían operado, que me habían quitado una parte de mi cuerpo, me di cuenta de que me había pasado algo. Estuve en el borde, en el límite y entré en pánico. Duré tres días llorando porque pensaba que podía morir en cualquier momento. Era consciente de estar mejorando el cuerpo, pero el resto está hecho pedazos.

Yo decía cómo puedo cuidar de mis niños si ni siquiera puedo cuidar de mí, fue un momento de encontrarme conmigo, mirar los miedos, entender que no tengo la vida entre las manos, que no puedo controlar lo que pasa, y empezar a ver desde dónde iba a empezar a reconstruirme. Quería aprender de todo lo que me había pasado y reconstruir una Catalina fuerte que pudiera seguir adelante con lo que le venía.

La espera de Alicia

Cuando empecé la quimioterapia, hice una alianza con ella. Yo tenía el concepto de que era un veneno que acaba con todo lo que tienes y te deja vuelto pedazos. La gente se ve enferma, deprimida, triste, y yo estaba muy preocupada de que eso me fuera a pasar. Pero me dije: “Si este medicamento existe y es mi opción de estar bien y mejorar, tenemos que trabajar en equipo” y hacía un ritual antes de cada sesión. Entonces, cogía las bolsas del medicamento y le agradecía a Dios porque existía ese tratamiento y que gracias a él me iba a mejorar y le pedía que no tocara a mi bebé. Eso me ayudó cantidades porque permitió que no lo recibiera tan mal.

Mi embarazo fue como una carrera entre el oncólogo, que pedía que la bebé naciera lo más pronto, y el ginecólogo, que pedía más tiempo en el vientre para ella. Logramos llegar a la semana 34, inicialmente iba a nacer en la 28, lo que hizo a quimioterapia lo que hizo un poco fue que naciera chiquita, pesó 1.700 gramos. Pero no necesitó oxígeno, respiró perfectamente y estuvo tres días en la clínica mientras le hacían todos los chequeos. Fue una  bebé canguro.

Alicia nació un miércoles y el lunes siguiente yo ya estaba recibiendo la siguiente quimio. En ese momento tenía el gran acumulado de haber tenido las seis primeras sesiones de la quimio, el embarazo, el parto, el posparto y aun así tuve que empezar este nuevo ciclo de quimioterapias que me golpeó muy duro físicamente. No pude estar como quería los primeros meses con ella porque vivía cansada, desgastada y muy débil. Pero tuve mucha ayuda de parte de mi familia, mi mamá, mis tías y mi esposo. Alicia estuvo todo el tiempo acompañada y rodeada de mucho amor y yo en la tarea de mejorarme.

El aprendizaje

Yo vivía pensando en la Catalina que tenía muchos roles y no en cómo iba a ser mi mejor yo todos los días. Les tenía pánico a la enfermedad y a la muerte, me parecía difícil manejar el dolor. Vivir esto en carne propia me cambió el chip porque encontré que todo te trae un aprendizaje y las experiencias no son buenas o malas, sino que depende de cómo las vivas. He aprendido a no pensar en lo que pasó ni a tener angustia por lo que viene, sino vivir hoy, en el presente, cada minuto y dejar la piel en cada segundo. Así, si se acaba la vida, podré decir que hice todo lo que quise.  

A pesar de estos momentos de angustia tomé la decisión de vivir todo desde una visión más esperanzadora y optimista. Me llenaba mucho de energía, alegría, buenos deseos y para mí eso fue fundamental dentro de este proceso. Si nos viéramos solamente como un cuerpo físico, sería muy limitante, se quedaría corto porque hay mucho más. Entonces empecé a entender la mente. Las cosas más lindas que uno siente y aprende no se pueden tocar, solamente se pueden sentir, y era lo que yo sentía. Por eso me certifiqué como coach en resiliencia y hoy voy a distintos lugares con mi charla Alicia y Yo, y les cuento a otros cómo superé mi enfermedad y cómo me apropié de mí, de mi mente, de mi corazón, de mis emociones, y cómo eso me hace sentir más saludable. La salud mental y la emocional me garantizan mi salud física y eso me tranquiliza mucho. 

En situaciones de crisis cada quien actúa de manera diferente. Cuando uno comunica bien lo que espera de los demás, en especial de su pareja, hay un mejor entendimiento porque la otra persona sabe por lo que estás pasando, y los miedos, la angustia, el dolor se comparten sin reservas. Entonces funcionan las cosas. Hablar desde el corazón y compartir la experiencia sabiendo todas las emociones que se mueven y entendiendo a la otra persona. Cuando ves en la pareja la capacidad y la fuerza para resolver la dificultad, estoy segura de que la situación va a ser mucho más fácil. Cuando lo están viendo como víctima, es difícil.

Yo les recomiendo a otras personas que pasan por lo mismo no sentir lástima de sí mismos. Hay una frase que dice que la mejor forma de perder el poder es creer que no lo tienes, y eso hay que evitarlo. Cuando crees que no eres capaz o no tienes la fuerza es muy difícil que salgas de ahí, así te alimentes bien y hagas el resto bien. Tu mente está trabajando en eso y te está victimizando. Yo creo que lo ideal es salir de ese círculo y ver que la adversidad es un contrincante que te saca lo mejor de ti.

El cáncer ha sido la oportunidad más grande de la vida para encontrarme y conocer mi propia fuerza. Hoy en día pienso que en ese momento no entendí la dimensión de la enfermedad, pues para mí era algo físico. Pero ahora entiendo que esta noticia en mi vida fue mucho más allá y me permitió apropiarme de mí, conocerme y aprender una cantidad de cosas que tenía pendientes y que hoy veo muy positivas y enriquecedoras”.