Mario Mercado es médico intensivista del Hospital Méredi en Bogotá. | Foto: Juan Carlos Sierra

INFORME ESPECIAL

“No soy héroe. Estudié cuidado intensivo por vocación y ahora hago mi trabajo”

El médico Mario Mercado considera que su vida no ha cambiado. Sigue haciendo sus turnos y los mismos horarios. Como cree que la epidemia va para largo, dice que no es una buena elección apartarse de la familia. "Al contrario, hay que aprender a vivir con esto, pero cuidándonos".

1 de agosto de 2020

En algún momento pensamos que no íbamos a ver ese número abrumador de pacientes como sucedió en Italia y España. Pero lo que vivimos hoy es una ocupación cercana al 100 por ciento. Cuando iniciamos el turno no hay camas. Hay pacientes que van mejor y dejan una y los que fallecen dejan otra, pero en cuestión de horas vuelve a llenarse con nuevos pacientes. Méderi es donde más camas de UCI hay en Colombia y ya hay pacientes que deberían estar en cuidado crítico pero deben esperar en otras salas porque no hay disponibilidad en la UCI en el momento.

A mí la vida no me ha cambiado porque no he vivido restricciones ni cuarentenas. Me ha tocado ir a trabajar a mis turnos y a los mismos horarios. No me considero ni víctima ni héroe ni quiero que me vean así porque soy un trabajador que estudió cuidado intensivo por vocación y este momento es cuando más debo hacer el trabajo para el cual me preparé. Nosotros sí sacamos pacientes adelante gracias a todo lo que hacemos. Pero eso no me convierte en un héroe sino en el médico que, por vocación, yo decidí ser, como antes de la pandemia cuando también lo hacía. Es cierto, nos toca más fuerte, pero desde que haya el apoyo del hospital con equipos de protección personal y cuente con más trabajo -pero no una sobrecarga que me lleve al error- llevo mi vida normal. 

Cada uno maneja sus temores y miedos de manera diferente y es respetable. Yo vivo en mi casa con mi esposa y dos hijos. Con mi esposa, que también es médica, dijimos ‘vamos a cuidarnos’ y si alguno se infecta nos quedamos en la casa y asumimos esto en familia. Todos los días llego a la casa y hago las medidas de prevención y de ahí en adelante llevo mi vida normal. Mi hijo menor, de 3 años, ya sabe que no puede saludarme apenas llego. Ahora cuando abro la puerta es él quien me dice ‘ya te saludo’. Sé que esto va para largo y no sería una buena lección apartarme tanto tiempo de mi familia. Al contrario, hay que aprender a vivir con esto, pero cuidándonos.  

Sí tengo miedo de un contagio pero eso no es lo predominante. Covid es una enfermedad que nos enseña día a día. Al principio usaba doble guante, máscara de oxígeno pero actualmente he aprendido que hacer menos es hacer más. Hay que protegerse pero de una manera no muy exagerada porque si no podría infectarme al quitarme todas esas cosas que me puse. Hoy llevo lo mínimo: traje de cirugía y encima un mono o traje blanco que tiene hasta capucha y el tapabocas n95 que es fundamental, y gafas y guantes. Con esas medidas y un buen lavado de manos es suficiente. Los trabajadores nos infectamos de manera accidental pero no lo hacemos a propósito. Si tengo buena protección ocular y tapabocas y traje me siento confiado.

Lo más difícil ha sido el manejo de los pacientes. Es un poco frustrante porque agoto todo: exámenes, medicamentos y ventilador, más antibiótico y resulta que no progresan. Y cuando empiezan a recuperarse hacen un bajonazo, les peleas a los pacientes una semana y no se ven los resultados. No son todos. Pero sí 30 por ciento de los casos se comportan así, por eso la mortalidad es tan elevada. Ese es el primer aspecto más difícil. 

El segundo es el contacto con los familiares de los pacientes pues al no ver lo que pasa tienen más dificultad para elaborar el duelo cuando fallece su familiar.  En Méderi tenemos tabletas para hacer videollamadas, entonces temprano los llamamos para que vean al paciente y luego nosotros hacemos otra llamada para dar la información médica. Pero no es lo mismo porque no podemos decirle de frente ‘mire su familiar va muy mal’. En esa relación médico-familiar el lenguaje no verbal es importante y hoy no se da.  Uno les dice ‘va bien’, ‘va mal’, ‘va mejorando’, ‘se puso mal’ y de pronto ‘se murió’ y por eso el familiar no la cree. Y es aceptable porque él no pudo ver a su ser querido.  A veces hay tanto trabajo que se pasa la hora de la llamada y no alcanzamos a hacerla. Si no hubiera pandemia, los familiares estarían ahí y verían que estamos ocupados, pero como no ven dicen ‘no me quisieron dar información’.  En el 90 por ciento son muy receptivos y nos apoyan, pero hay 10 por ciento que no creen porque no lo ven. 

El trabajo hoy es diferente. Antes de la pandemia teníamos pacientes muy críticos pero de todo tipo: el del infarto, el del trauma, y no todos requerían ventilador. Lo particular de la covid  es que llegan a la UCI y sí o sí es porque tiene un tubo en la boca y porque sus pulmones están muy dañados. El ventilador implica muchas cosas, sedarlos, se baja la tensión entonces hay que controlar eso. Estamos acostumbrados a poner el ventilador y a quitarlo, no a que se queden tanto tiempo en él, pero el pulmón de estos pacientes está muy inflamado. En épocas normales uno tiene diez pacientes y dos son así, los demás no son tan complejos. Aquí son los diez y muy parecidos y empeoran. Son bien difíciles de manejar por el compromiso del pulmón. Siento tristeza por los pacientes jóvenes que mueren porque tenían más expectativa de vida. Recuerdo a otro que cuando se empezó a poner malito dijo ‘yo pensé que esto era un invento del gobierno’. Ya se está recuperando y hace poco me volvió a decir lo mismo.

Yo trato de no ver noticias. Tengo que hacerme la vida agradable porque no puedo caer en el cansancio mental y menos en el físico. Cada día sé que el peor escenario es encontrar a todos mis pacientes ventilados, pero me toca llegar con buena energía a ofrecerles la oportunidad a los que tengo enfrente y no al que no me llegó a la UCI, al que se quedó en urgencias, al que se quedó en la casa. Si empiezo el turno pensando en que hay muchos afuera, me entraría una desesperanza que no me dejaría trabajar por los pacientes que tengo enfermos. Todos los días es así. Nos reunimos con el resto de miembros de la unidad y nos deseamos un buen turno y decimos ‘vamos a hacer lo humana y médicamente posible por nuestros pacientes’. Para eso nos pagan.