¿Cuándo te vas de la casa?

FAMILIA

¿Cuándo te vas de la casa?

Si su retoño cumplió 29 años y todavía vive con usted, es bueno hacerle esa pregunta. Los expertos cuentan por qué no abandonar el nido pronto puede ser una mala decisión tanto para padres como para hijos.

28 de julio de 2018

Todos los jóvenes comparten un sueño: independizarse de sus padres. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho. En 2017, un estudio realizado por el Pew Research Center en Estados Unidos reveló que las personas entre los 25 y 35 años que viven con sus padres va en aumento en el mundo. Aseguró que los millennials eran el primer grupo de jóvenes en 130 años que demostraban ser “más proclives a vivir en su casa de origen que con un cónyuge o solos”.

Para el análisis, los investigadores compararon el número de adultos jóvenes que vivían con sus padres en varias generaciones. Encontraron que mientras que en 2000 la cifra alcanzaba 10 por ciento, para 2017 había aumentado a 15 por ciento. La brecha resulta mayor si se compara con la de 1964: para la época solo el 8 por ciento de los jóvenes permanecían en sus hogares paternos después de los 25. El estudio también concluyó que los millennials son una de las pocas generaciones en las que el número de adultos jóvenes que vive con sus padres (32,1 por ciento) supera al de quienes lo hacen con su pareja (31,6 por ciento) o los que comparten apartamento (22 por ciento) o viven solos (14 por ciento).

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Aunque al fenómeno se le atribuyen factores de peso como la crisis económica, los salarios bajos y el alto costo de la vivienda, múltiples estudios indican que hay más razones. También tiene que ver con la postergación de la madurez emocional para asumir vínculos estables, lo que limita la cantidad de jóvenes que elige sentar cabeza antes de los 35 años. Adicionalmente, muchos deciden sacrificar su independencia para obtener otros beneficios como ahorrar para viajar, darse lujos o hacer una maestría. Por eso, la Organización Mundial de la Salud (OMS) prolongó recientemente la adolescencia hasta los 25 años, y explicó que los jóvenes de hoy interpretan la realidad de un modo distinto al de sus padres.

No obstante, algunos casos curiosos, como el de una pareja en Estados Unidos que demandó a su hijo de 30 años por no irse de casa ni colaborar con las labores domésticas, reabrieron el debate sobre hasta qué punto los progenitores deben hacerse cargo. La noticia recuerda un fenómeno moderno que los científicos sociales definen como la incubación de los “kid adults”, eternos adolescentes de más de 25 años que se niegan a abandonar el nido porque están acostumbrados a que sus padres les provean todo: nevera llena, ropa limpia y cama tendida. Aún más, aceptan a sus parejas ocasionales en casa sin decirles nada. Es lo que en términos coloquiales se conoce como ‘hotel mamá’.

Los colombianos son sobreprotectores y nunca sugieren a sus hijos que se independicen. Por eso ellos se quedan hasta los 27 años.

Aunque en Europa y Estados Unidos estos casos suelen ser una excepción a la regla, pues los hijos suelen abandonar la casa a los 18 años, en Colombia es más que habitual que los jóvenes vivan con sus padres más tiempo. Catalina Soto, una bogotana de 29 años que decidió irse a hacer un máster a Inglaterra para lograr su independencia, es el mejor ejemplo. Aunque el estudio era un plus para mejorar su consolidada carrera de siete años en banca de inversión, su principal objetivo era lograr autonomía. “Desde hace años sentía que era el momento de irme, pero la comodidad en la que vivimos en Colombia cuando estamos en casa de nuestros padres nos hace sentir tranquilos en ese afán de independizarnos”, asegura.

Pese a que en el campo profesional Catalina siempre había tenido éxito y eso de alguna forma la hacía sentir independiente económicamente, al llegar a Inglaterra tuvo que enfrentar situaciones novedosas para las que ya debía estar preparada, como cocinar, pagar arriendo, lavar ropa y limpiar. La sorprendió, además, el hecho de que jóvenes menores que ella tuvieran una mayor madurez e independencia a los 20 años en todos los aspectos. “A mis 29, ya casi 30, siento que estoy aprendiendo cosas que debí asimilar hace mucho tiempo, y a pesar de que soy feliz de haber tomado la decisión de salir de casa, habría querido hacerlo antes para estar más preparada para esta experiencia”, asegura.

Su caso representa el de cientos de jóvenes colombianos, pues una encuesta realizada en 2016 por la plataforma online Dada Room –que renta apartamentos compartidos a jóvenes– demostró que, incluso dentro de los latinoamericanos, los colombianos aparecen entre los que más tardan en independizarse. En Brasil lo hacen en promedio a los 25 años y en países como Chile y Colombia a los 27. Los más demorados, sin embargo, son los peruanos, quienes lo hacen a los 29 años.

En nuestra cultura hay una relación de protección feroz entre padres e hijos, a tal punto que afecta las relaciones emocionales del individuo.

Victoria Cabrera, psicóloga e investigadora del Instituto de la Familia de la Universidad de La Sabana, asegura que este fenómeno del nido lleno tiene que ver con factores culturales. “Las familias colombianas tienden a ser sobreprotectoras y consideran inconcebible sugerirles a los hijos que adquieran autonomía o que se vayan de casa”, dice. Con ella coincide Fabián Sanabria, antropólogo y sociólogo de la Universidad Nacional, quien asegura que “desafortunadamente, en nuestra cultura hay una relación de protección feroz entre padres e hijos, a tal punto que afecta las relaciones emocionales del individuo. En nuestra sociedad no se nos enseña a gozar de la soledad”.

Según ambos expertos, aunque la figura de los padres siempre desempeñará un rol importante, llega un momento en el que esta estructura familiar ya no es tan saludable. Por una parte, afecta el proceso natural de madurez y dificulta que la persona adquiera responsabilidades. “El mayor estrés que atraviesa una persona es la consecución de su independencia, lograr responder por sí mismo. Si los padres no motivan esto, ¿qué va a pasar con ese hijo cuando los padres mueran? Hay que prepararlos desde edades tempranas para que asuman sus responsabilidades”, dice Cabrera.

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Otro factor fundamental es el de consolidar patrones sociales que limitan ambas partes. “A los 40 años el hijo sigue siendo el bebé de la mamá y en buena medida esto responde al miedo que tienen las madres de ser abandonadas. No nos enseñan a que debe haber una distribución equitativa de las tareas, lo cual es machista. Eso le quita libertad al hombre, pues una mujer sola sí se sabe valer, mientras que un hombre se siente castrado”, asegura Sanabria. Esta postergación de la independencia también tiene un impacto en la economía. “Baja la productividad y por eso somos dependientes de otros países en muchas cosas”, agrega.

La pregunta de los expertos es si los padres son víctimas de estos eternos adolescentes o sus victimarios por sobreprotectores. Aunque es cierto que los progenitores son un apoyo, no deben ser el referente de sus vástagos durante toda la vida. Los padres, además, al no dejar ir a sus hijos, pierden la oportunidad de desarrollar sueños durante la vejez. En lugar de vivir el síndrome del nido vacío, sin hijos, dedicados el uno al otro, viven aún con sus retoños, más limitados y dependientes. Por eso, tanto padres como hijos deben aprender a poner límites. No es claro cuál es la edad exacta para que ellos se vayan, pero lo cierto es que mientras más temprano sea, mejor para todos.