El juego rudo y la tolerancia al riesgo, comportamientos que las madres critican en los padres, son importantes para que los hijos asuman retos en el futuro. | Foto: ING image

CRIANZA

El papá sí importa

Un libro desmitifica que los padres tengan un papel menos crucial en la crianza de los hijos. En algunos temas, como el vocabulario o el desarrollo sexual de las hijas, son incluso más importantes que la madre.

15 de junio de 2014

El día del padre debía celebrarse el domingo pasado pero se pospuso, sin que nadie objetara, para el siguiente fin de semana por las elecciones presidenciales. Ese cambio, que hubiera sido un sacrilegio si se tratara del día de la madre, es un reflejo del sitio que este progenitor tiene en la sociedad. Hasta hace poco la función de este personaje era conseguir el sustento económico de la familia, mientras el papel estelar de la crianza se le encomendaba a las mujeres: el cuidado, el afecto, el desarrollo y la formación de los hijos eran todos frentes bajo la responsabilidad de ellas.

De hecho, hay muy poca evidencia científica del impacto de los padres en el crecimiento de sus hijos. Vicky Phares de la Universidad de South Florida, hizo una investigación para la cual revisó 514 estudios sobre psicología en niños y adolescentes y encontró que la mitad de dichos trabajos los excluía.

Pero ese panorama está cambiando. Gracias a una nueva línea investigativa en áreas de la psicología y la biología, se ha descubierto que el papel del padre en la crianza de los hijos es tan relevante como el de la madre. Paul Raeburn, un periodista científico compiló la evidencia existente y la plasmó en el libro Do Fathers Matter, en el cual demuestra que la influencia de ellos se da desde el vientre materno hasta la edad adulta. “Los padres son importantes en la vida de los hijos de muchas maneras que los académicos y los expertos en crianza han subestimado”, dice el autor.

El cambio de foco se dio a mediados de los años setenta cuando el psicólogo Michael E. Lamb se interesó en el papel del padre en la crianza. Lo curioso es que Raeburn constató que “no había evidencia de la irrelevancia de los papás, simplemente se asumía”, dice el autor en su libro. Para él esto es una visión “miope y preocupante del desarrollo del niño”.

Aunque se trata de un tema novedoso las pruebas más recientes que recopiló Raeburn para sostener su caso son suficientes para, al menos, cuestionar esa idea de que el papel del padre es marginal. Los estudios muestran que hay asociaciones genéticas y ambientales que influencian de manera única al hijo no solo en temas físicos sino también psicológicos. “Estar al lado de los papás afecta su estado mental, la felicidad y el éxito en la vida”, dice el autor.

El propio Lamb encontró en uno de los estudios más relevantes que los padres, más que las madres, promovían en los hijos la capacidad de explorar y asumir retos. “Jugar, patanear y retar a los niños son características emblemáticas de esa relación entre ellos y sus hijos en todas las edades”, agrega Raeburn. El juego rudo y la tolerancia hacia el riesgo les dan destrezas diferentes de las que brindan las madres.

Raeburn, además, encontró que la ausencia del papá puede incidir en el bajo peso o en el parto prematuro de sus hijos. En la adolescencia se ha demostrado que la presencia paterna protege a las niñas de tener un desarrollo temprano, y por lo tanto retarda el inicio de las relaciones sexuales y los embarazos en la juventud. Una posible explicación es que las feromonas del padre afectan el comportamiento y la biología de las hijas.

Otros expertos, como Sarah E. Hill, de la Christian University of Texas, dicen que los padres afectan la manera como sus hijas buscan sus parejas cuando son adultas. En sus estudios, Hill encontró que aquellas que recuerdan un incidente en el cual los padres estuvieron poco comprometidos con ellas durante la infancia tuvieron más comportamientos sexuales riesgosos en su etapa adulta.

En el tema del vocabulario los padres parecen ser incluso más relevantes que las madres. El trabajo de investigación de la experta en desarrollo de lenguaje Lynne Vemrnon-Feagans, de la Universidad de Carolina del Norte, ha mostrado que las mamás, que son quienes pasan más tiempo al lado de los niños, ajustan su lenguaje al de los pequeños, y les hablan en la jeringonza de ellos. Mientras tanto, los papás, que están menos en contacto con sus hijos por temas laborales o culturales, les introducen nuevas palabras, lo cual redunda en beneficios para ellos pues el robustecimiento del vocabulario incide positivamente en su desempeño escolar.

La influencia, claro está, puede ser positiva o negativa. Por ejemplo, los papás sanos disminuyen el impacto negativo de una madre depresiva en el niño. Al mismo tiempo, cuando un padre sufre de depresión, una condición que es más común de lo imaginado, su hijo tendrá un riesgo aumentado de padecerla de adulto.

Según el trabajo de Ronald Rohner, un investigador de la Universidad de Connecticut, el rechazo o la aceptación del padre hacia su hijo influye en aspectos importantes de su personalidad. Los rechazados son hostiles, negativos y tienen una idea pesimista de la vida. Los niños aceptados son, por el contrario, estables e independientes. “Injustamente se culpa a las madres por este tipo de comportamiento cuando son los padres quienes determinan problemas de personalidad como estos”, dice Raeburn.

La empatía también parece ser un asunto que los padres ayudan a desarrollar, según ha visto Richard Koestner, un investigador de la Universidad de McGill que Raeburn entrevistó para su libro. Koestner analizó a 75 hombres y mujeres en 1950 y observó qué factores podrían haber incidido en que estos participantes fueran o no empáticos. Para su sorpresa halló que el tiempo que los padres les habían dedicado en la niñez marcaba una profunda diferencia. En este caso, dicha variable fue más importante que el grado de afecto que los padres mostraron hacia sus hijos.

Cuando los hombres se comprometen con el cuidado de sus retoños, ya sea porque les leen de noche, los sacan de paseo o les juegan, tienen menos problemas comportamentales en sus primeros años de colegio, y en la adolescencia son menos dados a presentar actitudes delincuenciales. Los adultos que tienen recuerdos felices de sus padres también son más capaces de sobrellevar el estrés de la vida diaria.

La afectación es de doble vía pues los hombres también sufren cambios con la paternidad, incluso antes de que el niño nazca. Durante el embarazo los hombres aumentan de peso y al nacer algunos de ellos sufren de depresión posparto. La edad del padre también influye. Si bien los mayores se muestran más involucrados en la educación y en conocer quiénes son sus amigos, la edad es un factor de riesgo para que sus hijos sufran enfermedades como autismo y esquizofrenia. Por lo tanto, Raeburn señala que los padres viejos se deben someter a pruebas genéticas tal y como lo hacen las mujeres después de los 35 ante el riesgo del síndrome de Down. Los papás mayores, curiosamente, producen hijos más altos y delgados por razones que aún no son claras.

A pesar de toda esta información, el autor enfatiza que una familia que por alguna razón no tiene un padre presente no está destinada al fracaso. “Aunque ellos importan, otros pueden llenar ese espacio”, dice. El ejemplo más notable es Barack Obama, cuyo padre estuvo ausente la mayor parte de su niñez y a pesar de ello, logró llegar a ocupar el cargo más importante del mundo: ser presidente de los Estados Unidos.

El mensaje del libro, por lo tanto, no es solo que los padres importan sino que la sociedad debe reconocer ese sitio que ocupan y actuar frente a ellos de manera coherente, no solo otorgando licencias de paternidad sino tiempo suficiente para que ellos también participen, hombro a hombro con las mamás, en la crianza de sus hijos. Y, si se puede, que su día sea celebrado con bombos y platillos tal como se hace con el de la madre.