¿En qué momento quisimos ponernos como meta máxima criar pequeños genios? | Foto: Pixabay

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¿Se nos olvidó jugar?

En el afán por criar pequeños Einstein estamos llenando a los niños de actividades extracurriculares y cursos que no les dan tiempo para ser simplemente niños. ¿Por qué ahora se considera un pecado mortal que un pequeño se aburra? ¿Cuál es el interés por mantenerlos ocupados?

Carolina Vegas*
28 de abril de 2018

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Mamás y papás: ¿A qué hora se nos olvidó jugar? ¿En qué momento quisimos ponernos como meta máxima criar pequeños genios? ¿Por qué vivimos comparando a nuestros hijos con cuanto niño conocemos? ¿Cuándo se convirtió la crianza en un deporte de alto riesgo? ¿Dónde reparten las medallas a los mejores padres/ managers/ publicistas?

Es una verdad de a puño que con el acceso a salud sexual y reproductiva de calidad, muchas mujeres, no todas, hemos tenido el privilegio de decidir cómo, cuándo y bajo qué circunstancias queremos ser madres. También es cierto que gran cantidad de los hijos que nacen hoy, gracias a los dioses, son niños buscados y deseados. Así mismo, las mujeres estamos optando por tener cada vez menos prole, lo cual hace que esos hijos sean cuidados y criados bajo todos los estándares de calidad. Hoy la crianza es un tema, es hasta una manifestación política. Hace 50 años era simplemente un hecho incontrolable que ocurría y era esperado, al cual no se le hacía mayor reflexión. El gran logro era que los hijos fueran personas de bien, que se supieran comportar en la mesa, que sobrevivieran la infancia y fueran agradecidos y respetuosos.

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Hoy en cambio las metas en la crianza han cambiado por completo. El ideal es un hijo que no sea solo un bueno, sino excelente. A partir de una idea de excelencia que rompa el molde: que sea mejor que… más inteligente que… más bello que… con más seguidores que… Y entonces en cualquier reunión las preguntas entre los padres suelen buscar comparar los logros de cada retoño, basado en escalas, metas y curvas.

Y ni hablar de las clases. Hoy los pequeños comienzan su entrenamiento a la tierna edad de 3 meses, pues la oferta de clases y cursos de estimulación temprana abunda y es recibida con entusiasmo por padres que aspiran a que sus pequeños caminen al año, hablen a los 14 meses, naden a los 2 años y toquen sonatas de Beethoveen a los 5. ¿Por qué? ¿Qué paso con simplemente llevar a los niños al parque? ¿Cuándo ir al supermercado dejó de ser un gran plan a los ojos de un pequeño?

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Este afán por meterlos todas las tardes a una clase, terapia o tutoría diferente, hasta bien entrados en su adolescencia, les está quitando el espacio de ser simplemente niños. De jugar. Y es que la misión principal de la infancia ha de ser esa y solo esa. Es el juego el que le enseñará empatía. Es el juego el que hará que crezca su imaginación. Es el juego el que le dará las herramientas para convertirse en un sujeto social.

Sí, quizás el universo de Instagram y Pinterest indique que ahora los niños deben ser excepcionales, y las madres también entren en esa competencia por ser la profesional más sexy que hornea los mejores pasteles y cose todos los disfraces de sus hijos, pero la realidad es que primero: cada niño es un universo, y segundo: cada universo es único y excepcional en sí mismo.

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No olvidemos el placer de sentarnos en el piso a jugar a los dinosaurios. No permitamos que un paseo por el barrio deje de ser una aventura. No reemplacemos la magia de un cuento leído entre las cobijas antes de dormir. No demos por sentado el placer de pasar un domingo en piyama viendo Frozen por millonésima vez. No permitamos que nuestros hijos no sepan qué es el aburrimiento. Es en esos espacios de ocio donde crece el alma, donde se expande la creatividad, donde anida el amor.

*Editora de SEMANA y autora de las novelas Un amor líquido y El cuaderno de Isabel (Grijalbo).