OPINIÓN

Vivos y cantando, las nostalgias de Gonzalo Mallarino

El escritor bogotano recuerda a sus padres y se cuestiona su camino a la vejez. Con estas bellas líneas despedimos una edición especial dedicada a las personas que han hecho posible el camino de todos hacia el futuro.

Gonzalo Mallarino *
23 de agosto de 2020, 11:00 a. m.
Gonzalo Mallarino, escritor | Foto: Esteban Vega

Aquí estoy –decía T. S. Eliot en el poema Gerontion–, un hombre viejo en un mes seco, a quien un niño le lee. Es tremendo el poema, cito lo que recuerdo: la decrepitud, la soledad, el microcosmos de una casa de pensión en el Londres de comienzos de 1900. Las manías de todos, los ruidos que se oyen de una pieza a otra, la mujer que se vuelve, torva, en el corredor, con la mano en el picaporte. La que estornuda en la cocina, mientras hurga el sifón irritado. También podrían componer una escena de Samuel Beckett. O de James Joyce. Sí.

Y las cuentas finales, los cierres y saldos de toda una vida. Vuelvo al poema, ni el miedo ni el coraje nos ponen a salvo, nuestras virtudes nos fueron impuestas por nuestros impúdicos crímenes, así que no habremos llegado a ninguna conclusión, a ningún final una vez que nos quedemos tiesos en esta casa de alquiler que es la vida. ¡Terrible! 

Yo he pensado en estas cosas, pero no tan tristemente. Empiezo a envejecer también. Me pregunto cómo será el final. Ojalá sea clemente. ¿Cuánto viviré? ¿Cuánto me queda? Veo a mi padre, muerto, en una habitación de una casa de cuidados, le han puesto un pañuelo alrededor de la cabeza para sostenerle la mandíbula. Unos años antes vi a mi madre en un cuarto de paredes de baldosín, en un hospital, ya sin vida también. ¡Qué dolor fue perderlos! ¡Cuánta ternura!

Y cuánto han sufrido los ancianos en estos meses de enfermedad. Son los que más han sufrido. Pienso en el bárbaro que dijo en Estados Unidos que los ancianos deberían hacerse a un lado ya y dejar las oportunidades de sanar a los jóvenes. Como si la senectud, la vejez, no fueran lo que son, la constatación del destino humano. El gesto, el rasgo más humano imaginable.

No hace mucho escribí una página para la fundación Tiempo de Juego, que ha logrado llevar tanta esperanza a miles de familias en Cazucá. Me pedían una voz de aliento para los ancianos y ahora la quiero repetir para darme ánimo yo mismo, en estos días que a veces pesan como yugos:

“Mientras los ancianos tengan la ilusión del pan tibio y de la madera dulce para labrar, seguirán vivos y cantando. Y su memoria será el camino de todos hacia el futuro”.

*Escritor

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