| Foto: Luis A. Guzman para SWISSAID.

Bahía Solano, Chocó

Bahía Solano, la tierra donde más crece la vainilla

La planta permaneció por décadas en el olvido. Hoy se abre espacio en Chocó como un producto con buen potencial comercial que beneficia el medio ambiente

25 de marzo de 2021

Los antepasados de Paulo Hurtado olían a vainilla, pues cuando en Bahía Solano no se conocían los desodorantes ni los perfumes industriales, la ropa se guardaba entre flores de esta planta trepadora que crece silvestre en este lugar de Chocó. Faldas, camisas, pantalones y sábanas se almacenaban en baúles de madera que, al abrirse, llenaban el aire del más dulce aroma. En el mismo territorio, las mujeres embera recuerdan que sus abuelas solían cortar en pequeños trozos la vainilla para decorar sus collares e ir perfumadas dondequiera que fueran.

 

Según Paulo, cuando empezaron a intercambiar productos con Panamá, como el marfil vegetal y el arroz, sus abuelos conocieron el desodorante y otras fragancias, que trajeron al corregimiento de El Valle como una novedad. “Poco a poco la vainilla se dejó de usar. Nosotros la llamábamos ‘bejuquillo’ y no sabíamos que se podía consumir ni que tuviera un valor comercial. Los cultivadores la cortaban de sus árboles como si fuera una maleza”, cuenta este chocoano de 51 años, presidente del Consejo Comunitario Río Alto.

 

Por décadas la vainilla creció en el bosque, camuflada en el follaje, sin que nadie se fijara en ella. El olvido la cubrió y la mayoría de pobladores desconocían cómo se llamaba la planta y para qué servía. Pero hacia 2005, un agricultor del consejo comunitario sugirió que la tierra era rica en vainilla y propuso buscarla. Durante cinco días, un grupo de personas entre las que se contaba el biólogo Robert Tulio González, cuya tesis doctoral se centró en la vainilla, realizó una expedición que dio resultados inesperados.

 

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Poco a poco la vainilla se dejó de usar. Nosotros la llamábamos ‘bejuquillo’ y no sabíamos que se podía consumir ni que tuviera un valor comercial. Los cultivadores la cortaban de sus árboles como si fuera una maleza” cuenta Paulo (fotografía izquierda).


En las orillas del río Valle, entre la cañabrava, hallaron la especie Vanilla planifolia, la más comercial por su alto contenido de vainillina, el componente del que se extraen las esencias para la industria cosmética y la alimentaria. Bahía Solano resultó ser una tierra rica en vainilla. Se hallaron especies que viven en diversos hábitats: en las palmas de Naidí en los humedales, junto a los ríos y también selva adentro. 

 

Según la agrónoma Astrid Álvarez, coordinadora de proyectos de la fundación SwissAid en Bahía Solano, en todo el territorio de México y Panamá se han hallado 15 especies, mientras que sólo en Bahía Solano encontraron siete especies y cinco híbridos, y es muy posible que haya varias más por descubrir.

 

Durante las primeras salidas de campo se recolectaron semillas y pronto empezó a andar el proyecto de sembrar vainilla. No fue fácil convencer a los cultivadores de las ventajas de esta planta de la familia de las orquídeas, entre otras razones porque en otros lugares del mundo la planta tarda unos tres años en dar fruto. Pronto advirtieron que en la tierra chocoana la vainilla crecía más rápido. “Teníamos como referencia que la planta crecería 8 centímetros mensuales. Por eso nos sorprendimos al ver que, mes a mes, su tamaño aumentaba hasta en 20 centímetros”, cuenta Paulo.

 

A la vainilla, dice Astrid, le dicen “la caminante de la selva”. El poético nombre se explica al describir su crecimiento: se siembra en las raíces de un árbol, al que se le llama tutor, que, en lo posible, no sea muy alto y donde la vainilla no reciba mucho sol ni mucha sombra, como los zapotes y saucos machos. La planta, cuyo alimento es la hojarasca, se ata al tronco con una cuerda. Entonces, poco a poco, la vainilla va subiendo por el árbol, marcando su tronco como una arteria color verde. Y así, como la  serpiente más lenta que alguien pueda imaginar, sigue su recorrido, abrazando ramas y acariciando árboles.

 

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Según Astrid Álvarez, coordinadora de proyectos de la fundación SwissAid en Bahía Solano, en el municipio encontraron siete especies y cinco híbridos, y es muy posible que haya varias más por descubrir.
© Luis A. Guzman para SWISSAID. 


Los agricultores del corregimiento de Río Alto fueron los primeros en apostarle a la vainilla. Luego se sumaron más pobladores al ver los buenos resultados y los altos precios a que se comercializaba el producto. La relación en la vainilla es de cuatro a uno: de cuatro kilos de vainilla madura se obtiene un kilo de vainilla curada, que es como se entrega al comprador. Aquí se paga  el kilo a $150.000 —comenta Astrid—. Es un precio muy superior, por ejemplo, al del café: $9.000 el kilo, o el del cacao, que ronda los $12.000”.

 

Paulo recuerda que en su comunidad el proyecto de siembra de vainilla se inició en 2015 con 14 familias. Luego subió a 25 y ahora son 39 las que siembran la planta. Según Astrid, hoy hay unos 200 cultivadores en la región de Bahía Solano. 

 

El proceso es el siguiente: los agricultores recolectan sus frutos y los venden a los consejos comunitarios, que  hoy consolidan una empresa agrícola de la vainilla. Luego, los frutos se pasan a otras personas que hacen el curado de la vainilla, que pasa de ser una suerte de habichuela verde a una pasa. Después se envía la vainilla en avión a Medellín desde donde sale a otros lugares de Colombia. Hoy los cultivadores de Bahía Solano tienen clientes en Antioquia, Bogotá, Cali, Manizales y Armenia. Además,  han logrado algunas ventas al exterior, como Canadá y Estados Unidos.

 

Hoy llegaron dos kilos de nuestra vainilla a Nueva York”, cuenta Casiana, una cultivadora que considera la planta como una bendición para su familia y su territorio. Gracias a esta vainilla, decenas de personas de la región han resignificado sus parcelas, la riqueza del bosque donde viven. Es una planta que ayuda a conservar el bosque. Según Astrid, “preserva la selva, porque a la vainilla no le gusta estar sola. No se puede cultivar como un monocultivo”.

 

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Los agricultores del corregimiento de Río Valle fueron los primeros en apostarle a la vainilla. Hoy hay unos 200 cultivadores de vainilla en la región de Bahía Solano, Chocó. © Luis A. Guzman para SWISSAID. 


Las plantas de vainilla en Bahía Solano se siembran distanciadas, con muchos árboles de por medio. La recomendación es que cada cultivador tenga entre 500 y 800 matas, pues un número mayor requiere de mucho trabajo. Grandes productores mundiales, como México y Madagascar, deben polinizar manualmente, lo que implica un costo muy elevado. Este no es un problema en Bahía Solano, pues el territorio es tan rico, que cuentan con suficientes abejas para que trabajen en la polinización de la vainilla, que, esquiva, solo abre en la mañana, y en la tarde ya no es apta para recibir el polen. A la abeja más especializada le llaman ‘amiguito’ y pertenece al género euglosina o abeja de la orquidea. “También promovemos a las especies atrayentes de las abejitas, que tengan flores que emiten muchos aromas, como el heliotropo, la hoja garza y otras más”, dice Astrid. 

 

Debido a la demanda, las semillas de vainilla empezaron a escasear; por eso,  en la región montaron un par de viveros para no quedar desabastecidos. La vainilla ha significado una diversificación de los cultivos tradicionales, como el arroz, el maíz, la yuca, la papa china y los árboles frutales. Hasta hace unos años, Paulo no la conocía. Ahora la considera una aliada para conservar el medio ambiente en su territorio y se refiere a esta planta como si se tratara de una amiga:Ella va trepando, ‘ramiando’, buscando palos. Esa es su vida. Ahora nosotros la cuidamos, tanto a la vainilla como al árbol donde vive. Si ese árbol es maderable, nos abstenemos de tumbarlo, pues sabemos todo lo que perdemos si llegamos a talarlo”.