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"Tenemos que aprender a usar nuestras herramientas antes de que ellas aprendan a usarnos a nosotros", Alex Beard

Hay Festival 2020

“Debemos asegurarnos de que en el salón de clases no se nos escape la pasión por aprender”: Alex Beard

El autor de 'Otras formas de aprender' (Plataforma Editorial, 2019) ha recorrido cuarenta y seis países para estudiar distintas formas de enseñar. Después de trabajar en educación durante la última década, Beard llega al Hay Festival 2020 para hablar sobre el futuro de la enseñanza.

Pilar Chacón Preciado
31 de enero de 2020

Alex Beard dice que aprendió de su madre, también maestra, la pasión por enseñar. Egresado del Instituto de Educación de Londres, decidió dedicar su vida a detenerse en lo que pasa dentro del salón de clases. Hoy, después de recorrer escuelas y universidades alrededor del mundo, y de observar las diferencias de la educación en los seis continentes, ha encontrado explicaciones para los cambios que hoy exige el proceso educativo. ARCADIA habló con él. 

¿Cómo se hizo maestro? 

Mi mamá era profesora, yo trabajaba en consultorías y al tiempo era voluntario con ella en una comunidad cerca de mi casa, en Londres. En medio de eso, decidí un día que la consultoría no era lo que quería hacer, que lo que me apasionaba realmente era enseñar. Pero todo viene de antes: cuado era joven me encantaba leer y aprender, y desde entonces vivo convencido de que la educación es lo más importante en la vida de cualquier persona y en nuestras sociedades. 

¿Con qué se encontró dentro del salón de clases?

Comencé a ser profesor con un gran sueño: mejorar las vidas de mis estudiantes. Pero encontré algo totalmente diferente. Estaba en una zona vulnerable, con un nivel alto de criminalidad, la mitad de mis estudiantes recibía ayuda para alimentación, hablaban mal el inglés, y los niveles de lectura y escritura eran bajísimos. Entonces me di cuenta de que ellos vivían en el futuro, pero estaban intentando aprender con métodos que no habían cambiado mucho desde hace 2500 años.

Entendí que debíamos cambiar el sistema educativo. Empecé a preguntarme por las posibilidades de la educación, de qué son capaces nuestras mentes, qué deberían aprender los niños para tener éxito en un mundo que cambia tanto, y cómo estructuramos los sistemas educativos para que cualquiera, sin excepción, aproveche su potencial. Eso me hizo embarcar en un viaje de doce años y seis continentes para ver cuál es el futuro de la educación, que deja como resultado Otras formas de aprender.

El filósofo francés Michel Serres utiliza como metáfora la imagen de La decapitación de Saint-Denis (J. Bonnat), para decir que el conocimiento del mundo está en nuestras manos a través de los móviles y de internet, pero que eso no significa que sea realmente nuestro. ¿Es lo que pasa hoy con el pensamiento?

Claro que sí, eso es lo que pasa. Para mí hay tres ideas peligrosas que vienen del mundo de la tecnología y que están minando la educación de los seres humanos. La primera es la idea de que la inteligencia artificial es más poderosa que el cerebro humano. Eso no es verdad. Como seres humanos tenemos la habilidad y la ventaja de poder aprender el mundo desde cero, es como un súper poder que cada quien puede desarrollar. 

La segunda idea peligrosa es que debemos hacer las cosas de la forma más fácil posible, pero el cerebro funciona de otra manera, los procesos cerebrales son complejos. El aprendizaje necesita lo que se llama “la dificultad deseable”, que es una antítesis para el mundo de la tecnología. La tercera idea es la tendencia a automatizarlo todo. Está demostrado que el hipocampo, que es la parte con la que solemos conectar las ideas y relacionar lo que percibimos, está disminuyendo en el humano medio, es decir, está disminuyendo la capacidad de nuestro cerebro. 

Lo que quiero decir al hablar de estos riesgos es que tenemos que aprender a usar nuestras herramientas antes de que ellas aprendan a usarnos a nosotros. 

¿Cuál es, entonces, el modo más acertado de usar esas herramientas?

Las herramientas de hoy nos ayudan a mejorar los procesos de aprendizaje. Por ejemplo, a evaluar automáticamente lo que sabe el estudiante, o a generar información de análisis para que los profesores puedan medirse y saber qué pueden cambiar. Solo podemos usar esas herramientas para conseguir un propósito. No se trata de pensar en qué podemos usar la tecnología, sino qué es lo que queremos hacer y cómo la tecnología puede ayudarnos a lograrlo. 

La información pasó de estar alojada en la figura del maestro a estar disponible en dispositivos móviles y en internet, ¿cómo cambia eso la función del profesor de hoy? 

Más que información, los jóvenes necesitan aprender a pensar. Sabemos que para poder pensar de una manera crítica y creativa hay que tener información y conocimientos previos. Memorizar sirve para retener cosas en la mente a largo plazo, y eso nos da más espacio para pensar de una manera más completa. Desde siempre la labor de los profesores ha sido ayudarnos a conseguir eso.

Ahora, creo que los profesores del futuro deben entender cómo funcionan los cerebros de sus alumnos para identificar la mejor manera de llegar a ellos. Además, deben ser expertos y apasionados en su tema y tener un entendimiento profundo de cada estudiante, de manera individual. Por último, no está de más que se apropien de la tecnología para facilitarse ellos mismos algunos procesos, como la evaluación. 

¿Por qué sigue siendo tan importante evaluar a un estudiante?

Lo difícil de la educación es que sus avances son invisibles. Si ejercitas tu cuerpo, los resultados se ven al poco tiempo. Si ejercitas tu cerebro, no tanto. La evaluación les muestra qué saben a los alumnos, a los profesores o a los padres. El problema de hoy es que la evaluación se hace solo por evaluar, no por formar. Para mí la evaluación es muy importante en la educación, pero no vista como los exámenes difíciles y que ejercen presión, sino como aquella que, aunque sea sencilla, le da al profesor herramientas para entender mejor a sus estudiantes. 

¿Qué se debe privilegiar en la educación del siglo XXI?

Lo primero es que lo que se está aprendiendo tenga un propósito. Y lo segundo es que haya emoción, tanto en quien aprende, como en quien enseña. Por eso es tan valioso el diálogo entre el profesor y el estudiante, sólo así podemos saber qué motiva a cada uno. Y eso también tiene resultados muy positivos en el desarrollo de la inteligencia emocional: los estudiantes se sienten seguros en el salón de clase, aprenden a desarrollar su propio bienestar y se inquietan por aprenderlo todo de aquello que les gusta. 

Las instituciones educativas están ampliando cada vez más sus públicos; hoy el aprendizaje no termina cuando te gradúas. ¿La educación del siglo XXI debe ser para toda la vida? 

Creo que hoy el futuro no les pertenece a los sabelotodo, sino a los aprendelotodo. El aprendizaje a lo largo de la vida es fundamental. Nuestros cerebros son plásticos y podemos moldearlos hasta cuando queramos. No se trata de aprender para un trabajo, sino para enriquecerse. Lo que tenemos que hacer ahora es crear una narrativa para que la gente entienda que el aprendizaje no termina en la escuela, y debemos asegurarnos de que en el salón de clases no se nos escape la pasión por aprender.